Recent Posts

jueves, 30 de diciembre de 2010

Hora de estar en casa


Es hora de estar en casa.
Descalzarnos en la entrada, revolear los zapatos por el aire, y sentarnos en el centro del sillón para contemplar como el año empieza a irse, dejando la estela de lo irrepetible.

Decirle chau, de pie frente a un nuevo calendario, y arremeter con las tizas nuevas.
Trazar los planes tentativos en amarillo, los que no resisten modificaciones en azul, los que resumen todas nuestras esperanzas en verde, y seguir.
Tizas rojas para los amores que nos prestarán los diez dedos para acariciar una promesa.
Tizas violetas para los amigos y el café que arregla el mundo en una charla.
Tizas naranjas para dibujar un sol que nos recuerde la playa en el invierno.
Negras para subrayar lo impostergable.
Blancas para dejar espacio a la sorpresa y el asombro.

Ahogarnos de entusiasmo en un litro de champagne. Armar collares de confites y de almendras.
Sacudir la copa del árbol de Navidad hasta que caigan los mejores recuerdos de la infancia. Atar el ruedo del vestido a una cañita voladora que nos lleve de paseo hasta el asteroide B 612 que colgó del cielo Saint-Exupéry.


Para terminar el 2010: una lista de mentiras piadosas que nos permitan escapar a horario del trabajo para disfrutar la vida que transcurre más allá de la fotocopiadora y el cesto en el que embocamos los bollitos de papel cuando nadie nos ve.

A las 19.01, todos libres, con un paquete de Lay's restó en una mano, y una cervecita en la otra. En el cordón de la vereda, en el banco de una plaza, en el tumulto del subte o en el relax total y absoluto de nuestras casas.

Pongámosle un toque de sabor a estos dos días que nos quedan del año viejo y tratemos de prolongarlo para el estreno del que está viniendo.

Que la consigna de cada uno de nosotros sea disfrutar, vivir a pleno e ir en busca de todo aquello que el tiempo transformará en grandes recuerdos.

Por un 2011 con más momentos de los que propone Lay´s, en los que siempre sea la hora de estar en casa.

Felíz año.

Los quiero así de mucho :)










Fin de año auspiciado por Lay´s Restó



Click en la imagen para participar de la promo a las 19.01 hs


Estos son los premios que hay para los ganadores. Los primeros 25 que se comuniquen a las 19.01 hs:

Masajeadores de Cabeza
Antifaz térmico
Pantuflas
Sillón masajeador Modelo Omega
Colchones de Agua


¡ Que viva el relax!

jueves, 23 de diciembre de 2010

Revancha




Se va el 2010.
En mi caso, agoniza después de haber estado más tiempo bajo los efectos de los sedantes que lúcido.
Hace bien en irse. Que ni se despida ni haga el más mínimo intento de quedarse.
Su estadía me generó más complicaciones que complacencias.
De las cosas buenas que tenía pensado regalarme, sólo se limitó a hacer insinuaciones. Y salvo por dos grandes noticias y algunos encuentros, se robó más de la cuenta.


Impunemente me abofeteó en más de una ocasión. Me hizo pedir clemencia, arrodillada sobre el tapete de la desdicha, sin que se inmutara. Me puso la soga al cuello hasta ponerme violeta. Y sé que espero que me rindiera, que lo deseó hasta darse por vencido cuando lo insulté con el último aliento.

Fue un año difícil.
Irrespetuosamente jodido.

Pero hay revancha. En todo lo hay.
El desquite lo trae el año que ya está bajando del tren, que viene en busca de un alojamiento espacioso, con un enorme armario en donde poder colgar los honores y regalías que me tiene preparado.

Si cumple con su promesa, en su equipaje habrá menos dudas y más certezas, más acercamientos que promesas, mucho más bienestar que miseria.
Traerá la bendición de sentirme libre desde la raíz hasta la queja.
La sensación de plenitud que me permita disfrutar el baile en el perímetro de una baldosa.
Los abrazos.
La emoción anudada a la altura del estómago.
Los momentos que pediré que se conviertan en eternos.
Las caras de siempre y las nuevas.
Los silencios que acrediten las verdades que me calle.
Las musas comiendo miel sobre mi cama.
Los gatos ronroneando en mi llegada.
Las amigas. Los amigos.
La familia. Los amigos y amigas que son familia.
La esencia. La decencia. Las presencias.
Los amores creciendo de a poco pero no de a ratos.
Los espacios para mí.
El llanto para el final de las películas que cuenten algo sobre la vida, pero no el llanto para mi vida.
La memoria y el recuerdo como una noble manera de revivir a los que se fueron.
El cuerpo sin nuevas cicatrices.
El alma con hambre de esplendor.
La mente con ganas de inventar.
La pasión comiendo de mi mano.

Y un avioncito de papel con tres motores que me lleven de paseo por el calendario sin temor a caer.
Un año sin miedo. Eso quiero.



Para todos los que están del otro lado, y muchos (en gran medida) en mi corazón, va el deseo de que el 2011 les dé la revancha que merecen.

Brindemos por lo inmejorable, que está ahí nomás de derribarnos la puerta.


¡Feliz Navidad y Nuevo Año!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Incertidumbre



La incertidumbre es el cajón donde se almacenan los signos de pregunta. Donde tienen cría la duda y la excusa espontánea.

Es la denuncia interior, el duelo entre la posibilidad de modificar una variable de nuestra existencia y la comodidad de la permanencia en el estado conocido.

La incertidumbre hace trastabillar las certezas y nos arroja a las manos de los supuestos. Nos desaloja de la habitación de las evidencias y nos invita a mudarnos al país de lo impreciso.

Es mala época para armar valijas que no incluyan bronceador y traje de baño, lo sé, sin embargo saco un boleto de ida a ese destino incierto con la esperanza de hallar algún paisaje que le dé sentido a la travesía.


En tiempo de tanta reflexión impuesta por el calendario, no tengo espacio en mi balanza para sopesar los pros y los contras de cada posible paso.

Hay un surtido demasiado amplio de propuestas laborales que se superponen en un mismo estante, apiladas por ese capricho que a veces tiene la vida de amontonar las chances para empañarnos la lente de la objetividad.

Así que dije sí a mucho para sentir que no puedo con nada.

Repartí varias docenas de huevos en distintas canastas y, de la confusión que me provoca tanta dispersión, creo que terminé depositando algunos en el interior del armario y otros tantos los perdí en el trayecto que va de la cocina a mi cama.

Tengo un trabajo, y dos, y cinco. Cuatro entrevistas pendientes que amenazan con la idea de ser mejores elecciones que todas las anteriores y que la posibilidad de no presentarme sea motivo de arrepentimiento posterior.


Me siento como una esposa infiel repartida entre el flamante marido que se arrodilló para proponerme casamiento con cara de eternidad y música de violines, y un amante que en cada encuentro me soborna con la promesa del mejor sexo, un capuccino de Starbucks y una caja de marrón glacés. La tentación es tan grande como la culpa pero no más que la duda y que el malestar que me genera el andar revolviendo la galera de las mentiras de la que salen trámites inconclusos, sobrinos que nacen antes de tiempo e inundaciones repentinas por culpa de un caño mal reparado.

Lo terrible es que me enamoro del esposo, del amante, y de cada candidato que me murmura al oído una propuesta irresistible, mientras me vuelvo una especialista del arte de ocultar evidencia como tarjetas personales y anotaciones con hora y lugar del encuentro.


Hago malabares en la hora de almuerzo dignas de un trapecista del Cirque du Soleil sin saber si en algún momento se cortará la soga y caeré justo en la garganta del león o si escucharé sonar los aplausos del público de pie.

En mis ratos libres, que escasean más que los políticos honestos, le doy forma al libro, escribo un guión para llevar a un escenario, diseño postales, organizo ferias navideñas, me reúno con una banda de rock para ocuparme de la prensa, vendo vía mail el armado de campañas web para Latinoamérica y además integro el equipo de diez bloggers encargados de testear la nueva notebook de Samsung.

También veo a mis amigas, alimento a mis gatos y les sacudo un piolín junto al piso para que jueguen un rato. Me baño, me cambio el esmalte de las uñas y pongo en remojo la ropa que usé en cada encuentro para limpiar los posibles rastros de la infidelidad. Cocino algo a las apuradas y a deshora. Hago zapping compulsivamente antes de que el sueño me sorprenda con el control remoto en una mano y un cigarrillo consumido en la otra. Me preparo litros de café para sustentar mi desvelo, soporto la taquicardia y la regulo con una dosis extra de Clonazepán. Me aseguro de haber cerrado la llave de gas y la puerta de calle, de desenchufar la plancha y de llevar el DNI en la cartera para poder recordar mi nombre cuando me lo olvido.


Todo eso, en el patético marco de la víspera de las fiestas que tanto detesto. Con el espíritu navideño tan devaluado como el amor. Con un arbolito artesanal y una hilera de luces siempre apagada. Sin planes románticos para la Nochebuena, ni para las noches que siguen, salvo por el vínculo estrecho que andamos estableciendo mi aislamiento y yo… más todos esos proyectos que duermen en la cama entre los dos.


sábado, 4 de diciembre de 2010

El pez por la boca muere



Soy humanamente imperfecta y eso no es novedad.
Tengo una lista de falencias marcadas con cruces en la libreta de los cambios pendientes. Pero en la misma libreta, acabo de inaugurar una hoja que lleva un signo de pregunta. Es la que agrupa mis sincericidios y mis atropellos verbales.

Tengo el hábito de bajarle el cierre a la funda que me recubre y quedarme en carne viva, desnuda y expuesta, frente a aquellos que han sabido regalarme un gesto de complicidad.
Me libero de las posturas forzadas, me relajo y me descalzo ante la mirada de quien creo capaz de entender y aceptar mis inseguridades y mis miedos.
Me desenvuelvo como un caramelo y muestro el relleno sin advertir que tal vez me encuentro frente a alguien vulnerable a la glucosa.
Expreso, reclamo, y grito sin levantar la voz, mis mayores debilidades.


No reparo en el después, de gargantas vacías y manos quietas. De silencios insospechados, de pausas impuestas e improgramadas.
No advierto que el otro se haya quedado en el "hola", cuando yo ya voy por el "quedate". Ni considero la opción de que aún no haya aprendido mi nombre cuando yo ya llevo el registro de sus suspiros.

En esa hoja recién estrenada, anoto con un interrogante estas nuevas dudas: ¿Hay sensaciones que uno no debe manifestar? ¿Hay cosas de las que no se debe hablar? ¿Es inherente a la mujer esa necesidad de aclararlo todo?

Suele decirse que no hay nada mejor que un buen diálogo. Parece contradictorio pensar que tanto diálogo pueda provocar reacciones adversas y convertirse en una medicina que en lugar de sanar termina por acarrear severas contraindicaciones para los interlocutores.

Tal vez sea que las mujeres de mi estilo preferimos vaciar la cartera frente al ladrón para que se sirva lo que le resulte útil para su botín, y para que, en caso de que nuestro bolso no contenga lo que anda buscando, pueda salir en la búsqueda de otra víctima y nos evitemos un forcejeo innecesario.

Está claro, no hay fórmula. Algunos valorarán la honestidad extrema, la cuchara que convida en la boca la esencia de uno mismo.
Muchos preferirán tomarse la molestia de quitarnos la cáscara hasta llegar a la semilla.
Otros tantos, nos mirarán con desconcierto, sin poder concluír si esa intensidad tan expuesta y esa manía de manifestar lo que nos atraviesa el corazón, en lugar de la razón, es una virtud o un defecto.


Por la boca muere el pez.
Pero también hay algunos que disfrutan de haber nadado hasta la cercanía del pescador y no les importa lo que duela el anzuelo.


Claramente, soy uno de esos peces.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Perdonar-se


El otro día hablaba sobre el amor propio y el ajeno acá.
Hoy entendí, después de una intensa sesión de terapia, que parte de ese amarse empieza en el acto de perdonar-se.

El perdón es algo que, por lo complicado que resulta, debería ser un ejercicio cotidiano.
No basta con ser indulgentes frente a una equivocación del momento, sino que requiere de la incorporación de un concepto un tanto más abarcativo y que es el aceptar que podemos equivocarnos una y mil veces, y que eso no nos convierte en una escoria.

El asunto no termina ahí, sino que además, debemos ser capaces de hacernos cargo de esos equívocos sin darle lugar a que aparezca la culpa.
La culpa es la peor enemiga, es la aliada de la represalia, la que nos murmura al oído que por eso tenemos lo que tenemos, logramos lo que logramos, y no más.
El transitar la culpa nos lleva a lugares inhóspitos, a instancias de autocastigo y reproche, a enfrentarnos a una balanza en la que pesa bastante más el yo quise haber sido, que el yo soy.

Lo que yo soy hoy dista bastante de lo que hubiera pretendido ser.
En el camino, tomé por atajos que me alejaron, consciente o inconscientemente, de mi objetivo.
En ese trayecto, seguramente me aparté de las pretensiones que muchos tenían para conmigo.
Y sin duda, eso me genera culpa, rabia y enojo.
Pero no puedo volver el tiempo atrás, ni empezar de cero. No puedo rebobinar mi vida como un video clip, ni puedo recomenzar como si nada hubiera existido.
Lo único posible es aceptarme. Y eso requiere de una gran valentía...



Y acá estoy, intentando remontar el barrilete del que cuelgan tres kilos de plomo, mientras improviso un acto de contrición con mi pasado y con mis desatinadas decisiones.

En este mismo acto, aprovecho para perdonar a quienes demandaron (y demandan) de mí, más que lo que puedo dar, o ser. A quienes no valoran el esfuerzo desmesurado que representan para mí ciertos intentos, y a quienes el peso de esto que soy les resulta una carga tan explosiva que prefieren dejarme abandonada en una esquina. ( Y eso que tal vez se pierdan de descubrir que la explosión no era más que una mágica función de fuegos artificiales).



Perdonarse es el primer paso de esa interminable escalera que nos conduce a otras instancias de la vida. Para llegar a amar, hay que primero amarse, y para ello, se necesita empezar por la absolución. Y no al revés.

Si yo no me quiero, difícilmente alguien pueda hacerlo. Porque si no me amo, ¿qué valor podría tener el amor que yo tuviera para ofrecerle a otra persona?
Ninguno.

Entonces, cambiando el modelo repetido hasta hoy, la ecuación pasaría a ser un tanto más simple.
Me quiero, quiero a otra persona, y puedo decírselo sabiendo que no estoy a la espera de que esa persona me confirme que también me quiere. Su respuesta no va a cambiar el concepto que yo tengo de mí misma. Y eso me relaja, porque no quiero andar pendiente de la aprobación del otro para sentirme linda, inteligente, estimable y meritoria.

Es una cadena de eslabones soldada con miga de pan humedecida, que requiere de una tremenda constancia evitar que se desprenda y que volvamos a descarrilar por el camino de la culpa.
Un círculo vicioso cuyo núcleo somos nosotros.
Desde ahí, podremos girar como un trompo por las vidas de quienes nos rodean, o podremos quedarnos inmóviles en el lugar, buscando la hoja de ruta.

No sé cómo va a salirme la receta, ni si habrá comensal dispuesto a sentarse a mi mesa y disfrutar del banquete.
De lo que sí estoy segura es de que me pondré el mejor delantal y que usaré los mejores ingredientes para cocinar lo que pretendo de mí.
Cuando esté lista, veremos si alguien se acerca a pedir el menú.
De lo contrario, me empacharé de lo lindo, con la servilleta al cuello y una copa de buen vino.
Conmigo.
Siempre conmigo.








Gracias a todos los que se alegraron por el libro y que me lo hicieron saber a través del blog, por Facebook o vía mail.