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domingo, 5 de enero de 2014

Rompecabezas



El tiempo estrangulaba ansias y antojos.
Vestía escombros y andaba con el alma usada y maltrecha.
Las penas eran nube constante sobre mi cabeza.
Presenciaba las cotidianas muertes con indiferencia.
La muerte del ánimo. De la osadía.

Rompecabezas.
La cabeza hecha un ovillo de confusión y caos.

Y llegás, y me encontrás, como el náufrago a la orilla.
Y  me pedís que te amarre a mis pies.
Y tiemblo.
Me espanta el encanto de tus silencios.

Quiero llegar hasta el fondo.
Hasta tocar el azul de tu llanto.
Morderte las agujas que atraviesan tu garganta.
Zurcirte los costados que sangran.
Sanar tus vacíos.
Enfrentarme, sin miedo, a tus filosas aristas.
Agrupar tus pedazos que hoy se esparcen por el suelo.


Rompecabezas.
Tu mundo. El mío.
Mendigos en busca de canciones y alas.
Sicarios de soledades absurdas.


Desconfío de las palabras que acallo,en estos días largos en los que cuento del cero hasta infinito.
Del cero hasta tu voz.
Del cero hasta donde estalla un suspiro.


Del otro lado de la nostalgia, el amor es inoportunamente probable.





viernes, 13 de diciembre de 2013

El amor que conozco




Hablo del amor que conozco.
Ese amor que se siente en cada poro y cada vértebra.
Que entibia la sangre y aprieta la sien.


Ese amor que es el suicidio de la incertidumbre y de la angustia.
El que sacude el polvo de la memoria, y el que, imprudente, arrasa con las caravanas de la pena.

El amor que conozco es una luz fosforecente flotando en la habitación.
Es milagro y pañuelo que seca mi alma húmeda.
Tintero donde recargo la pluma.
Estrofa de mi propio himno.

Ese amor que es el refugio de mi cobardía.
El hilo de la puntada.
La  bocanada de aire en medio de la asfixia.

Es un amor al que antes me ofrecía con las palmas hacia arriba, pero al que ahora le doy la espalda.
Un amor al que me niego buscando que me convenza.
Al que le exigo que me exhiba sus garantías en el primer abrazo.
Al que quiero reconocer a la distancia y olfatearlo con el hocico entrenado para detectar impostores.

Conozco el amor que reparte y comparte miserias entre paredes grises.
El que te rasguña con fuerza en el costado.
El que desteje tramas y arruga esperanzas.
El amor que achicharra, duele, descarta.

Y conozco el amor que construye y avanza.
Que levanta puentes y derrumba soledades.
Que desvela y extraña.

Pretendo y reclamo un amor nuevo, envuelto en nylon.
Con olor a pasto recién cortado, a fruta madura, a lluvia.

Un amante que no sea de una sola temporada.
Un compañero para las horas buenas y las bravas.
Un hombre con el corazón en la mano y la honestidad colgándole de la corbata.
Con los pies cansados de andar.
Con la mirada tierna como su abrazo.

Y por esas ganas de amar que laten en alguna parte de mi ser,
y que pujan por salir como un grito acorralado en la garganta, es que invierto mis horas despegando las astillas de desamores y rechazos.


Mientras tiemblo.
Mientras atravieso el dolor de la búsqueda y me desgarro.
Mientras me desarmo, de pié, en el espacio de una baldosa.
Mientras lloro lágrimas azules que me riegan el alma.



 


domingo, 8 de diciembre de 2013

Viceversa





En mi mente habitan las contradicciones.
Son frecuentes las pulseadas entre el querer y el poder, entre blanco y negro, entre la acción y la pasividad.
La voz interior me murmura intenciones que desoigo y acallo casi por instinto.
Me rehuso a abandonar el confort de la inercia para salir corriendo a perseguir riesgos y latentes fracasos.

Esquivo los posibles encuentros transitando atajos diseñados a la medida de mis pies.
Evito el roce, la mirada, la invitación.
Descreo.
Me alimento de evasivas y pretextos.

No sé de qué forma confesarte mis miedos.
No descubro una sutil manera de pedirte que me quieras aunque me haya vuelto torpe en las cuestiones del amor y los halagos.

No sos vos el que puede hacerme mal, sino las voces del pasado que vuelven a abrazarme por las noches, cuando vos dormís y el mundo se apaga.
Esa oscuridad que me espanta con recuerdos miserables de desamor y despedidas.
Los clavos de la indiferencia enterrándose en la sien. El grito y las grietas del alma. El tiempo y el pulso detenidos en el dolor. La vergüenza del desamparo.

No quiero promesas diluídas en café, ni arcoiris de cuatro colores.

Quiero mi soledad de dos plazas y un juego de cubiertos.
La tranquilidad siempre al borde de un estallido.
Mis actos egoístas.
La heladera tan vacía como mis manos.

Quiero un amor inédito y mil noches de sexo en continuado.
La intranquilidad y la angustia de la espera.
Una tarde de a dos. Un semana. Un semestre.
Que me devuelvas el cosquilleo intermitente del tiempo de conquista. La sonrisa constante, el pestañeo intrépido al mirarte.

Quiero un amor con garantia, y una soledad dispuesta a ser abandonada.
Un romance exclusivo.
La bendición de sentirme nuevamente enamorada.

Una soledad.
Un amor.
Querer.
Poder.
Intentar.
Desistir.
Y viceversa.



lunes, 11 de noviembre de 2013

Andar sin andar



Yo esperaba que al cruzar los cuarenta la vida me encontrara en otro lugar.
Un espacio resuelto, varias metas cumplidas y algún corazón anclado.
Pero no.
Me descubro en un lugar incierto, con más miedo que a los veinte y con demasiadas respuestas que no aplican a ninguna de mis preguntas.

Ando sin andar, intentando llegar a ninguna parte.


Habito en mi mundo amurallado que garantiza la ausencia de incertidumbre.
Sin riesgos, sin decepciones ni despedidas.
No espero a nadie, ni nadie me espera.
No destiño rimel, ni peino ansiedades en una esquina cualquiera.
No hago planes de conquista ni tejo estrategias.


Avanzo envuelta en miedo mientras repaso el legado de los amores pasados. Nada que no remita al llanto, a la ausencia, al gris de la soledad que respiro.

Y me descubro cobarde.
Cobarde porque me da miedo volver a enamorarme.
Me niego a atravesar el momento en que se evaporan las promesas y se traiciona la confianza.
Evito el riesgo de algún beso que anestesie la consciencia, de un abrazo que funda dos destinos.
Esquivo las señales, prevengo las lesiones, advierto las mentiras.

Colecciono encuentros estériles, miradas perdidas, palabras vacías.
Almaceno recuerdos de los pequeños intentos que no pudieron ser más que eso, un recuerdo y un intento.

Ahuyento los posibles amores y lo hago con esmero. Despliego miserias, reparto ansiedades y me siento a esperar el desenlace.
Y confirmo entonces que jamás debí intentarlo.


Ando sin andar.
Ando, sin andar.
Ando
sin
andar.

Descorazonada y sin valentía, con la firme convicción de que enamorarse duele más que esta bendita soledad.




domingo, 10 de marzo de 2013

Intuición



No recuerdo en qué momento comencé a preocuparme por mi propia muerte.
Yo no me decidí a pensarla, fue sólo una intuición natural de mi existencia.

Esta pequeña concesión de vida por la que atravieso no hace más que recordarme su tácito vencimiento.
Saber que algún día voy a morir me exige tanta responsabilidad sobre mis actos, que me abruma.
Es casi una obligación contractual tener la habilidad suficiente como para escurrir las horas y procurar mi felicidad. Tamizar lo insignificante de lo importante, evitar postergar, eliminar definitivamente los asuntos pendientes que siempre quedan en la lista.

Ser consciente de mi muerte no me basta para aceptarla.
Su enigma, su indescifrable existencia, me angustia.
Me apena su poder para alejarme de las personas que amo.
Me inquieta que no exista testimonio del después.
Me preocupa la vulnerabilidad de este cuerpo que llevo como envase.

Vivo en función de saberme muerta algún día.
Una carrera contra el tiempo en cámara lenta.
Una sensación constante de no sentirme libre, como si la libertad estuviera limitada ante la no inmortalidad.
Su inevitable sentencia me perturba.

Soy inquilina de este verano que agoniza y de mis espacios.
De los abrazos que me prestaron, y aún me conceden, los que amo.
De los romances que escribieron parte de mi historia.
De una infancia de bicicleta roja y abuelos sentados bajo la parra, tan lejana...
Del incondicional amor de mi mamá.
De mis letras, testimonio para mi memoria.
Turista de las horas, de los paisajes, de los relojes.

Intuir mi propia muerte es tener la oportunidad de exprimir el tiempo que me regale la vida.
Y es también andar consciente de que algún día seré sólo un recuerdo.



lunes, 8 de octubre de 2012

Dejar ir



Cumplir años me obliga a repasar lo vivido.
Es un pacto tácito que tenemos, la vida y yo.

En ese recuento, exprimo la memoria y reviso los detalles de mi historia.
Me hago preguntas con la esperanza de hallar muchas más respuestas, y confirmo que hay cuestiones que aún siguen siendo un espacio blanco. Una hendidura. Una grieta en mi espíritu nómade que intento reparar a menudo y que es casi un mala costumbre.

Me tomó treinta y nueve años llegar a este punto. Un punto que no se parece en nada a lo que soñé y que, sin embargo, no me disgusta. En el medio se marchitaron ideales y verdades que creí absolutas. Cajoneé cartas de amor vencidas y  fotografias desteñidas. Me mudé de casa y de relaciones, más veces que las previstas. Me senté en bares a esperar la llegada de posibles maridos y casi siempre me fui antes del primer café.

Tuve amores que prefiero olvidar y otros que me gustaría no olvidar jamás.

A muchos los dejé ir y los vi perderse en el recuerdo como un globo, hasta convertirse en un pequeño e imperceptible punto.

Algunas veces los extraño.
O al menos añoro esa imagen que uno va forjando con el tiempo, en la que resaltan las virtudes y se opacan las miserias.

Dejé ir amores, oportunidades, afectos, propuestas, sin saber que en ese momento en que mis pasos tomaban un rumbo opuesto, estaba eligiendo llegar hasta acá, con las manos medio vacías o medio llenas y un manojo de dudas en el bolsillo.
 

Amores que pasaron de largo sin darme cuenta, que me hicieron un guiño en alguna esquina mientras un rayo de sol me nublaba la vista, que me tocaron el hombro mientras andaba distraída.
Que quisieron ser y no fueron.
Que quedaron detenidos en el intento, en ese espacio tibio entre la duda y el movimiento.
Amores sin contorno, sin colores ni sonidos.

Dejé ir.
También dejaron que me fuera.
Y de esa inapelable ecuación nació el resultado de mi soledad actual.
Una soledad que no pesa y sin embargo molesta.
Una soledad que narra miedos.
Miedo a que el desgano me vuelva impuntual frente a la oportunidades o de haber perdido la capacidad de interpretar sus señales.
Miedo a una soledad que me vuelva indiferente.

Miedo a tener ganas de abrazar y que no haya nadie alrededor.






lunes, 11 de junio de 2012

Bajo sospecha



Los celos.
Ese ingrediente caprichoso del amor que suele colarse por la puerta de servicio sin aviso ni modales y que, sin ser bienvenido, se pasea por el living con las suelas de los zapatos embarrados, y un equipaje cargado de dudas.

Celos que se apropian de nuestra cordura y nos transforman en paranoicos habitantes de un lugar inhóspito.
Celos que convierten nuestros hábitos en procedimientos, y nuestras mejores ideas en conspiratorias teorías.

La mera sospecha de que la persona amada podría sernos infiel es la chispa que enciende en nuestro interior la mecha de la conjetura. Conjetura que, con el pasar del tiempo, puede llegar a devorarnos de un solo bocado.
Lo que a simple vista pareciera ser una simple búsqueda de comprobaciones que desechen la fantasía de la infidelidad, puede devenir en una nueva y arriesgada constumbre que implique actitudes impensadas como revisar el teléfono celular, intentar combinaciones probables de claves de acceso a redes sociales o correo eléctrónico, dar vuelta bolsillos, olfatear prendas y revolver cajones.

Lejos de ser un aditivo interesante, los celos se convierten en un condimento nocivo que termina por corroer y desgastar la relación.
Una parte de nosotros mismos también se deteriora. Se herrumbra nuestra naturalidad, se consume nuestra confianza, y hasta se vulnera en parte nuestra dignidad.
Presos de los celos, perdemos el eje y nos concentramos en nuestra misión de detectives sin bigote ni pipa, convencidos de que el sospechoso podrá ser declarado culpable de un momento a otro.

La imaginación nos redacta argumentos suficientes como para tejer conjeturas hasta el hartazgo, pero no nos regala ni un mínimo pensamiento racional que nos haga abandonar el juego de las adivinanzas.
Y así, sumergidos en un torbellino de ansiedades, hipótesis y pesquisas, presenciamos el ocaso del amor sin darnos cuenta siquiera.



Los celos.
Pequeños monstruos que crecen en los rincones olvidados del amor propio.





martes, 22 de mayo de 2012

Cuando hablan las mujeres






Las mujeres atravesamos varias etapas de metamorfosis.

Todas nos modifican, nos reinventan, extienden el límite de nuestras expectativas o ajustan nuestra escala de certezas.

Cada fase representa una nueva pregunta y una nueva búsqueda. Nos cuestionamos distintas cosas a los veinte que a los treinta, a los cuarenta que a los cincuenta, pero siempre existe un interrogante: ¿Qué quiero ahora?


Esa duda se instala y germina en nuestro interior. Palpita, late. Hasta que cobra entidad y nos sacude una mañana cualquiera, frente a la taza de café con leche.


Llegamos a entender, a fuerza de ensayo y error, cuál es el motor de nuestras vidas.


Hoy queremos un viaje a la India, montadas en elefante, luciendo un turbante multicolor.
Mañana, retomar el curso de legislación aduanera y las clases de danza árabe.
Una noche soñamos con amanecer abrazadas a un extraño que nos mienta a consciencia, sin que nos importe y, al día siguiente, deseamos que en el living haya un hombre de verdad esperándonos con el desayuno.

Mujeres, siempre al borde de nuestra propia frontera y en un constante proceso de mudanza interior.

Autosuficientes. Apasionadas.
Rebuscadas, y al rato simples.
Despojadas y con ganas de aventura.
Divas de almanaque, amas de casa de guantes de látex y plumero.
Revolucionadas y revolucionarias.

Mujeres fuertes, que no piden permiso para correr detrás de sus convicciones.


Rexona Clinical lanza hoy la campaña "Expresate", una divertida forma de unir virtualmente nuestras voces a través de su sitio web :  http://goo.gl/5qBXH


O vía Twitter : #pensamientos fuertes

En ese espacio, las mujeres que preferimos hablar en lugar de callar, podemos expresar todo aquello que nos motiva , nos impulsa y nos diferencia.
Un rincón al que podemos ingresar descalzas o de espléndidos tacos altos.

Nos encontramos allá ;)




domingo, 20 de mayo de 2012

Reverso



Mi soltería nació de la "mala suerte", categoría que agrupa a los intentos fallidos, los amores exánimes y los desencuentros.
En su origen, la consideré un estado pasajero, un impás, un puente entre mi peor ayer y mi mejor mañana.

La soltería me convidó un banquete de traicionera dicha, de manteles ceñidos y lustrosos cubiertos.
Me regaló tiempo. Un tiempo que fue mío, todo mío, y al que le dí cuerda a mi antojo.
Me dió la oportunidad de limpiar de mi mente esos nombres que solían aparecer como visiones, sobre todo por las noches, a esa hora en que duermen los cuerpos y estrena dudas el alma.

Redescubrí mi espacio, lleno de renglones vacíos de los que podía colgarme sin que nadie me obligara a bajar, y con una cama inmensa en la que nadie volvía a roncar.
Volví a respirar libertad en cada rincón, en cada movimiento. En la desnudez, en la carencia de expectativas, en los silencios.
Y me creí felíz. Insólitamente afortunada con la idea de ser independiente en el sentido más amplio de la palabra.


Pero.

A veces, sólo a veces, extraño los privilegios del amor.
El mundo deteniéndose. La sangre jugando al billar con los latidos. La fascinación absoluta ante el parpadeo de sus ojos. La poesía revelándose en cualquier esquina como un secreto exclusivo para los enamorados.
La pequeña muerte del abrazo. El primero beso y todos sus discípulos.
La sensación de amar desde el talón hasta los huesos.
La pequeña angustia de una diminuta ausencia.
Los reencuentros.
El hallazgo.
El coqueteo, la conquista, el desvelo.


El reverso de mi soltería es una soledad mal maquillada, indecisa entre salir por los bares o tirarse otro rato a dormir.
Una soledad que por momentos aturde, aburre, incomoda.
Que mastica el vacío y confiesa verdades que prefiero desoír.
Verdades como que el reverso de mi soledad es en realidad un re-verso que habla de esas ganas locas de andar con los pies en el aire, atravesando paisajes, hasta estrellarme en vos.

Y enamorarme.




domingo, 29 de abril de 2012

Ojos que no ven






En tres oportunidades me fueron infiel o, al menos, esas fueron las veces que pude confirmar el engaño.
Basándome en mi propia historia, podría decir entonces que la infidelidad es circunstancial. Que la traición no es traición hasta que no se descubre.


La infidelidad se puede sospechar, pero las suposiciones no son suficiente argumento como para condenar al infiel si se carece de pruebas. El infiel goza del "beneficio de la duda", aunque parezca injusto (y lo sea).
En algunos casos, convivir con la duda puede ser un escenario amable, de negación asumida y falsa armonía. En otros, puede resultar un pequeño infierno lleno de conjeturas, pesquisas y Rivotril.


Descubrirse traicionado se percibe como un acto de vandalismo. Un quiebre absoluto, el momento que divide nuestra historia de pareja en un antes, pero sin después.
Una muchedumbre de preguntas agolpadas en la garganta, que jamás obtendrán la respuesta que nos gustaría oír.
La incertidumbre y la angustia, atadas a un rosario sin cuentas que no nos permite volver a creer en la santísima trinidad de la confianza, el respeto y el amor.


Y la encrucijada.
El dilema entre el perdón y el castigo.
El primero, con la tácita posibilidad de que resulte un acto egoísta, basado en la propia falta de capacidad para sobrellevar un distanciamiento digno y la posterior soledad; o el argumento que justifique con liviandad que una debilidad del cuerpo no es lo mismo que una traición desde el alma. 
O la opción del castigo, arrastrándonos a la condena de un olvido forzado, cargando un manojo de dudas.




Ojos que no ven, corazón que no siente, parece ser una benévola posibilidad para evitar la estocada.
El ciego difícilmente se cuestione el azul del mar o cuán oscura sea la noche. Quien elija vivir en la ceguera, tampoco tendrá que atravesar por el largo camino de la decepción, los reproches y el recuento de los días perdidos en una relación sin futuro.




Descubrir una infidelidad es casi una pequeña muerte donde se estrellan los colores, desaparecen las esquinas y agoniza la presunta felicidad.
Es la pena envuelta sobre los hombros.
El barro en la suela del zapato.
La basura amontonada debajo de la alfombra.
El par de comillas encerrando al amor en una frase sin contexto, y la excusa impuesta que obligue a empezar otra vez.