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domingo, 24 de julio de 2011

Una felicidad diferente


Supongo que siempre estuvo a punto de llegar este momento.
Este instante en que me detengo a observarme como si fuera un punto situado sobre una larga línea y me pregunto: ¿dónde estoy?

No estoy en el lugar que quise pero, sin embargo, soy responsable de haber caminado en esta dirección.
Y ahora estoy detenida en una gran encrucijada en la que me cuestiono mis propósitos para la segunda mitad de mi vida con la intención de diseñar un plan.

No es un check- list, ni un formulario que pueda completarse frente a un señor de anteojos ubicado detrás de un escritorio en un despacho público.
Es una guía, una agenda mental llena de prioridades que no sean falibles de excusas.

Tendré que exiliar algunos asuntos pendientes a la tierra de los improbables y concentrarme sólo en lo posible.
Proponerme.
Orientarme.
Y dejarme de joder.

No confío en la felicidad tradicional, en esa escenografía de días siempre soleados con una familia tipo que sonríe por las noches frente al televisor.
Me pregunto si en algún momento no andarán sonámbulos intentando llegar al horizonte como en The Truman Show, para descubrir que todo no fue nunca más que un enorme decorado.

Me quedé en la desconfianza del modelo clásico viendo como se estrellaban en mi ventana las posibilidades de diseñar el propio.
Siento que es tarde para muchas cosas. Que no tengo tiempo de amasar y hornear sin que algún propósito termine quemándose.

En algún momento convertí mis posibilidades en un bollito de papel, sin darme cuenta. Abusé de la moneda tirada al azar. Confié en el desquite y en las segundas oportunidades. Y creí que, de tanto macerarlo, ese corazón que me es arisco, se ablandaría y que juntos dibujaríamos una sonrisa sobre el domingo empañado.

Tal vez sea hora de aceptar que algunos nacemos para convivir con una felicidad que nos mira de reojo impertinente y para desplazarnos bajo una escenografía con puertas que se abren hacia el lado contrario.Con jardines sin hamacas, exceso de silencios y una silueta de mujer sentada frente al televisor.

De esta que soy. No de la que quise ser.


domingo, 10 de julio de 2011

Desventaja



Me persigno antes de cualquier encuentro y ruego que la magia no suceda.
Que no me atraviese el sutil encanto de una mirada.
Que un roce no me deje sin argumentos.
Que un suspiro no me muerda el corazón.

No puede haber descuidos porque el amor siempre me pone en desventaja.

Me acorrala contra las inseguridades propias y la vacilación ajena.
Me niega certezas.
Me distancia de todo lo que hasta ayer era fiable.
Me sacude, me distrae y tambaleo.


Pero, ocasionalmente, acontecen las ganas.
Ganas de atarme a tu cuello como un barrilete.
De bajar el cierre de tu alma y deshollinar tus penas.
Y ser un pedacito de viento, de mar o de cielo.
O cucharada de dulce de leche o caramelo de limón.
O barquito de papel. O mecedora.

Sucede que me pierdo en la curva de tus cejas y hasta improviso un picnic en tu más lindo lunar.
Ocurre que sacudo mis pequeñas libertades contra tu contorno hasta que quedar con las costuras a la vista.


Y tiemblo (apenas) cuando descubro que lo que más miedo me da no es esta confiable pero impertinente soledad, sino esta enorme desventaja de sentirme vulnerable.
Sobre todo, cuando te miro y me doy cuenta que me deshago como un terrón de azúcar en el fondo de un pocillo de café...




*imagen de Analía Marchi, ilustradora argentina.