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viernes, 26 de noviembre de 2010

Plantar un árbol, tener un hijo


Parece que al escritor cubano, José Martí, se le ocurrió decir que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro."
Las tres, sin duda, hablan de trascender. De esa necesidad de dejar una huella que nos convierta en un poco menos mortales.

Cuando era chica, intenté plantar un árbol de cafeto en la casa de mi abuela. Se suponía que era una tarea simple: cavar un pozo en la tierra con ambas manos, arrojar las semillas, echar un poco de agua y esperar a que crezca.
Lo que a esa edad no sabía era que el árbol no crecía de un día para otro. Que no iba a levantarme a la mañana siguiente con una rama filtrándose por la ventana, llena de semillas para moler y convertir en café.
Se requería de paciencia y de constancia en el riego. Y eso hice.
Un día, unas hojitas verdes brotaron de ese montículo de tierra y la semilla fue una tentativa de planta.
Yo pensé que ahí terminaba el asunto. Que con regarlo y mirarlo de vez en cuando, ese pequeño tallo se convertiría en un frondoso árbol que daría café.
Me relajé, lo descuidé y al poco tiempo se secó.
Así que no creo que esté en condiciones de tachar ese item de la lista que sugirió Martí.


En cuanto a tener un hijo...¿quién sabe?
Mi instinto de madre no está desesperado por salir en busca de potentes espermatocitos. No oye el tic tac biológico, o se está quedando sordo.
No soy de las que creen que para sentirse una mujer completa una deba traer un hijo al mundo sin que las ganas le desborden por cada poro. Así que tal vez, nunca me surja la real necesidad - y egoísta por cierto- de ser madre.
Otro item de Martí que no puedo tildar. Al momento queda pendiente.


El último, el de escribir un libro, requiere de la misma paciencia que el plantar un árbol.
Sembrar, tener constancia, considerar ciertos cuidados, podar lo que sobra y esperar a que crezca. Que pase de ser un mero proyecto a una concreción encuadernada.

Si todo sale bien, si no clausuran las imprentas, ni mi editor pierde la memoria al pincharse el dedo con el huso de una rueca, a fines de marzo estará mi libro exhibido en más de una librería.



Y eso es casi como parir un hijo.Del intelecto, pero hijo al fin.




(Como cantaría mi amado Cerati: Tarda en llegar, y al final hay recompensa...)









martes, 23 de noviembre de 2010

Del amor propio y el ajeno



A lo largo de los años me fui dando cuenta que hay gente que nace con la autoestima en modo encendido y otros sin ni siquiera la tecla para prenderla.
En mi adolescencia, fui testigo de situaciones en las que algunas amigas eran capaces de no atender la llamada que estaban esperando simplemente para generar más interés en el otro.
Podían rechazar una invitación del tipo por el cual morían, por la sencilla razón de que ellas optaban por no "morir".
Y así, con el uso de esas técnicas que parecían surgirles espontáneamente, lograban conquistar al soltero más codiciado y ¡hasta conservarlo enamorado y todo!

En cambio a otras, las cosas no nos resultaron tan de manual.
Actuar como ellas era limitarse a ser una estratega. Yo no servía para eso.
El desgaste que me producía montar una escena de rieles y poleas capaces de enganchar a alguno, me agotaba al extremo de dar por perdida la batalla sin haber salido de la trinchera.


Para las que no tuvimos la suerte de que ese amor propio nos fluyera como el estornudo, la situación se vio complicada cuando nos topábamos con alguien que era capaz de dinamitar la poca confianza en nosotras mismas que tanto nos había costado conseguir.
A los golpes, aprendimos que no estaba bien levantar el teléfono cada quince minutos para ver si tenía tono, o enviar un mensaje de texto sin nada relevante para decir con la mera excusa de "testear" si había respuesta.
A puro tropiezo, fuimos incorporando el primero de los mandamientos en cuestiones de conquista: Empezarás a quererte por sobre el resto de los mortales.

Porque parece que la ecuación la teníamos invertida. No era: te amaré por sobre todas las cosas y mi vida girará en torno a tu persona, sino completamente al revés.
Muchas veces el sumar uno más uno nos había arrojado un enorme cero incapaz de ser asimilado sin un atado de cigarrillos y dos kilos de pañuelos de papel. En varias oportunidades, nos cuestionamos cuál fue el paso dado a destiempo. Y no fue un paso el problema, sino la forma de andar.

El amor propio es la única receta para abordar el amor ajeno.
La sola voluntad de intentar querer bien a otro no alcanza si mientras que lo procuramos tenemos que ir inyectando con helio a nuestra autoestima.

La raíz de todo, para variar, radica en uno mismo y en ese enjambre de equívocas vivencias que nos cuesta desterrar.

A mis treinta y siete, puedo decir que poco queda de esa jauría de perros embuchando mi lucidez y mi poder de reacción. Los que antes me roían hasta los huesos, ahora sólo han logrado carcomer un poco de mi impaciencia, sin la necesidad de dejarme montada en dos muletas.

Para las que nacimos con el corazón pasado de hervor y las palmas hacia arriba en un gesto de eterna dádiva, el aprendizaje es lento y prolongado en el tiempo.
Con tres o cuatro palanganas llenas de lágrimas, empezamos a convencernos de que ciertas relaciones no lo valen. Con setescientas noches de conjeturas y varias uñas masticadas hasta la cutícula, comenzamos a vislumbrar que existe algo más interesante por hacer en nuestro tiempo que dedicárselo a un otro.
Porque ese otro tiene un radar injertado en sus capilares que lo ahuyenta de las mujeres que se quieren poquito.Un olfato de sabueso que detecta nuestra tan inoportuna incondicionalidad y ese arte con el que nos exhibimos vulnerables hasta la epidermis.

Después de todo, era sencillo. Bastaba con pensar quién sería capaz de comprar algo que desde el vamos se ubica en la mesa de saldos, con una etiqueta de fábrica que enumera lo poco valioso que es el producto. Tan poco estimable, que ni el propio fabricante decidiría aceptarlo ni aunque se lo regalaran.


Tarda en llegar, pero es lindo descubrir que la matriz de uno fue mejorando ciertos defectos de manufactura.
Mis piezas fueron torneadas con la dedicación de un ebanista. Ahora pueden encastrar con mayor facilidad en el rompecabezas de un otro que también haya aprendido a cincelar las suyas.







Post dedicado a Clara Almada, a quien espero haberle sido útil con mi respuesta.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Yo, mi gran enemiga


Mi futuro laboral es un gran enigma.
Tengo media docena de gallinas empollando proyectos. Hay dos posibilidades: que alguna grite Eureka o que un día las desplume para hacer puchero.

En el mientras tanto, retomé el no tan antiguo hábito de enviar curriculums y de concurrir a cuanta entrevista razonable se presente.
Hoy fue el día de la entrevista número dos para un puesto en un hotel cinco estrellas.

Dicho así, suena tentador. Pero no se oyó de la misma manera en boca de la selectora cuando me lo comunicó el viernes pasado.

- Mirá, tenés la experiencia que están buscando para el puesto, así que te voy a dar un par de recomendaciones para que pases airosa la entrevista con la empresa.

- Decime, te escucho con atención.

- Tenés que ir vestida como si fueras a un cocktail, ¿entendés?

- Un cocktail....¿un cocktail?- repetí sin entender - ¿te referís a ir vestida como para una ...fiesta?

- Claro, toda de negro en lo posible.Con peinado de peluquería, bien maquillada, tacos muy altos. Algo así como una azafata.

- Ajá. ¿Algo más?

- Sí, practicá mucho inglés porque piden bilingüe.

- Pero no soy bilingüe.

- Ya sé, por eso te aviso. Vos practicá y andá el viernes a las 16 hs.

- Bueh....bueno.


Me pasé la semana viendo series sin subtitular, leyendo cuestionarios de entrevistas en sitios americanos, practicando sola en casa mientras hacía las cosas cotidianas como para ejercitar la fluidez del idioma. Así que iba y venía diciendo frases como aim gouin tu oupen de güindou, aim itin a pis of chis, y cosas del estilo.
La cuarta vez que repetí aim sertiseven an ai liv alon güit mai tu cats, me dieron ganas de postularme para una vacante de recolectora de muestras de baba de caracol donde no fuera necesario cumplir el requisito del segundo idioma hablado a la perfección y la parafernalia del atuendo.

Hoy a la mañana empezó el autoboicot.
Es algo así como un chip que se enciende, sin que nadie lo accione, ante la posibilidad de un nuevo logro. Esta pequeña tecla invisible, alojada en algún lugar del inconsciente, es la misma que se encarga de inventar fantasmas al inicio de cualquier relación, de repetir en mi oído "no va a funcionar, mejor arruinalo ahora", y una interminable lista de artimañas que utiliza para sembrar mi terreno de dudas e inseguridades.

El autoboicot dio su primera señal cuando ya estaba enfundada en un conjunto negro y con el pelo planchado como por un tintorero japonés. Sin contar los stilettos de ocho centímetros y los accesorios que usé para el civil de una amiga.
Me pareció demasiado, así que sobre la hora me puse a planchar un vestido negro, mucho más simple, y me recogí el pelo en una cola tan larga como la crin de Rocinante.
Finalmente salí. Tarde, y carajeando en inglés.

Resultó ser que era trasmano. Y ahí me arrepentí de haber confiado en el sitio que te informa las combinaciones de colectivos, trenes y sulkys de la ciudad.
Cuando tomé el segundo colectivo le consulté al chofer el horario estimado de arribo a destino. Ni bien me dijo que calculaba llegar en una hora y cincuenta, mi otro yo le dijo (como si él tuviera la culpa):- Ah, pero no llego, entonces me bajo.
Me miró con cara de hacéloquequieraspibaperodespejamelapuerta, hasta que una señora me indicó que podía combinar con el subte y ahorrarme algo así como una vida viajando.

Así que combiné con el subte nomás.
Y no va que justo, pero justo cuando se supone que no deberían surgir imprevistos, se viene a quedar entre dormida y muertita una pasajera. Enfrente mío, por supuesto.
La gente la codeaba, la chistaba para avisarle que era la terminal...y ella nada, como de mármol tallado. La dejaban ahí, después de dos sarandeos, pero yo no podía. Sentía que si no hacía nada iba a ir a la entrevista con el remordimiento prendido al ruedo del vestido.
Llamé a una mujer de uniforme azul de Metrovías, que no me escuchaba porque andaba con el auricular enchufado en las trompas de Eustaquio y en volumen dieciocho. Ella la sacudió también y como se dio por vencida rápido, llamó a un policia de esos que no saben ni sancionar una infracción de tránsito. Y la dejaron ahí a la pobrecita, otra vez de regreso a la terminal de la que venía, dormida como en un profundo trance. Contemplé sus vaivenes todo el viaje, hasta que me tocó bajarme.
Mi otro yo quería quedarse ahí viendo como alguien se dignaba a socorrerla y tener la excusa perfecta para no ir a la entrevista. Pero me obligué y bajé, y corrí hasta la parada del próximo colectivo que, con suerte, iba a dejarme a cuatro cuadras del hotel.

Llegué destartalada, rogando que no se me partiera un taco en una alcantarilla, y con veinte minutos de demora.
Pregunté por la fulanita que debía recibirme. Me hicieron llenar papeles, me sacaron una foto instantánea y me pidieron el dni, la última placa de tórax y el árbol genealógico de mi familia que vive en Italia.
Finalmente me ubicaron en una salita, con un reloj que me miraba desde la pared de enfrente.
Tic, tac, tic, tac....veinticinco minutos sin noticias de la persona que iba a entrevistarme.
Tic, tac, tic, tac...yomelevantoymevoy... estoesunaseñaldequeestetrabajonoesparami...dis yob is not for iú...ripit...not for iú...

Hasta que entró la tal Florencia y se disculpó por la demora (?)
Bla blá y más bla blá.
Lets toc in inglishh nau. Tel mi abaut ior laif - dijo

Y ahí, mi mayor enemiga abrió el paragüas y advirtió: Mire que yo le avisé a la persona de la consultora que no soy bi - lin- güe, eh. Entiendo todo, le leo un libro, le miro una película en inglés, pero esto de andar hablando en inglés con otro argentino me pone de lo más incómoda.

- In inglish plis, toc in inglish.

Empecé con el ai am sertiseven, an ai liv alon güit mai tu cats.

De ahí en más, mi pasado laboral, mis preferencias en cuanto a tareas, mis habilidades, fortalezas y todo lo típico de una entrevista...pero en inglés.

- Muy bien, ¿podrás venir a la última entrevista la semana próxima? ¿En qué horario te queda cómodo?


Más allá de sentir que podía merecer algo mejor en cuanto a remuneración, condiciones generales de contratación y demases, me sentí completamente satisfecha por haber podido vencer una nueva batalla con esa enemiga que vive bajo mi propio techo y que suele ponerme tachuelas en los zapatos cada vez que yo intento despegarme del suelo.

Blonda: 1
Yo, mi gran enemiga: 0

martes, 16 de noviembre de 2010

Despedidas y encuentros


Nunca me gustaron las despedidas. Me incomodan, me corroen. Me obligan a pensar en el tiempo de ausencia que seguirá a ese abrazo o a ese adiós.
Detesto tener que asimilar una pérdida, acostumbrarme a que quien estaba en mi vida ya no está, o al menos no de la misma manera.
Adoro las presencias, la cotidianeidad de los vínculos, su mutación, su crecimiento paulatino y la transformación que nos genera en nuestro propio ser a través del tiempo.
Cada persona que pasó por mi vida dejó su marca. Algunas casi imperceptibles. Otras sin convertirse en inolvidables. Pero algunas me marcaron con su tinta indeleble y me regalaron el disfrute de evocarlas en formato de postal en blanco y negro en esas pausas que me regala el día.


Definitivamente, me sientan mejor los encuentros.
Ese pase mágico que hace la vida para ponernos frente a alguien nuevo, con todo por descubrir.
Una posibilidad de inventar una historia distinta, breve o duradera, intensa o con liviandad, pero que antes no existía en nuestro espacio.

Los encuentros, esos pequeños hallazgos de personas con la capacidad de conmovernos, de hacernos más felices, de moldear lo que éramos hasta ese momento, son pequeños milagros que viajan hasta nuestra ventana desde ese lugar sin nombre en el que se almacenan las concesiones que la vida nos tiene preparadas.

Hay una ofrenda que espera ser entregada sobre el felpudo de mi puerta.
Tengo la posibilidad de ver a mi amiga que vive en Italia. De pasear juntas, de reírnos en vivo y no a través de un ícono del chat.
Para eso necesito la colaboración de ustedes. Porque eso va a ser posible si votan a mi amiga en el concurso de Ilolay para repatriar a alguien que queremos. Falta poco, y mañana es el día en que cada voto vale por diez si subimos una foto con un pote de dulce de leche de la marca o con un dibujito del envase. ¡Ni hace falta comprarlo!

Para que no tengan que perder tiempo, les propongo que si no quieren subir la foto, me las envíen a mi correo: solteriaanunciada@gmail.com y yo me ocupo. Pueden sacarse 50 si quieren, que serán bienvenidas.

Los que quieran hacerlo directamente, pueden entrar a http://www.repatrialo.com/ y poner en el buscador STRANO (que es el apellido de mi amiga) y ahí votar.
Mañana es el día en que se permiten subir las fotos, y estamos a 14 puestos de lograr la meta.

A cambio, entre aquellos de Capital que colaboren con su foto y que me avisen, voy a sortear dos entradas para el teatro para este viernes.


Estoy segura que como ustedes también prefieren los encuentros antes que los adioses, me van a dar una mano.




Casualmente, la obra se llama Despedida. Esas paradojas de la vida...
Es sobre una despedida de soltera, muy divertida, así que les garantizo un buen momento.

Los resultados del sorteo, acá mismo el jueves.


¡Gracias!














sábado, 13 de noviembre de 2010

Despabilada


Para empezar voy a tener que mencionar a L sin que esta entrada tenga que ver con él. O sí, tal vez en parte.
Voy a comenzar por agradecerle que me haya abierto los ojos sin intención explícita de hacerlo y sin saberlo siquiera.

Antes de que apareciera L, yo estaba hundida en el letargo, invernando sin importar la época del año.
Andaba con la vida atravesada en el esófago, como una espina o un hueso de pollo. L fue quien me dio el puñetazo en medio del estómago cuando ya comenzaba a ponerme violeta.
Y de pronto escupí. Expulsé mucho de lo que tenía atorado y volví a respirar.

Hace días que no sé nada de L. Sus tiempos y su necesidad de reflexión son distintos a los míos. Eso no es ni bueno ni malo. Simplemente son formas distintas de ejercitar el arte del encuentro y del descubrimiento mutuo. Lo respeto, sobre todo, porque ese llamado de atención a mi falta de paciencia y a mi necesidad de inmediatez, me obligó a despabilarme.

El lunes me di cuenta que había algo llamado vida que no traía manual. Que no era fácil desplazarse por el tiempo y que todo consistía en una suerte de ensayo y error permanente hasta poder minimizar los equívocos para optimizar el resultado.
Entendí - o trato de entender - que la vida requiere de perseverancia y paciencia. La misma que lleva tejer con dos agujas. Desenrollar la madeja, cargar los puntos y mantener la vista fija en la lana. Si un punto se sale, se vuelve a cargar. Si lo ya tejido se desprende de la aguja, hay que desarmar y empezar de cero...
Con la misma tenacidad de una araña o la constancia de un hornero al construir su nido.

Y como me despabilé, mucho del resto se despertó conmigo.
Se asomaron a mi puerta entreabierta, sin que los llame ni con el pensamiento, amores pasados que ocuparon varias entradas de este blog y varias idas y vueltas en mi vida. Contrariamente a lo que hubiera sido mi reacción habitual, les di el lugar que merecían. Y eso significa, ni más ni menos, que ubicarlos detrás de mí.

Otras cosas se avivaron también. Mis ganas de un cambio radical y absoluto.
Ya no trabajo en relación de dependencia. Desde hace unas horas soy freelance y tengo menos miedo que nunca.
Comprendí que la vida es hoy y ahora. Que no compro más la idea de que " si no es esta vez será la próxima", y lo intento en la primera oportunidad que se presenta. Para decir que no era la indicada ya habrá tiempo...
Tampoco acepto excusas ni liviandades. Llevo mi intensidad a cuestas, con la enorme diferencia de que ahora la regulo y la diversifico. Parte se la otorgo a mis proyectos (que son tantos y tan lindos), parte a la opción de conocer a alguien que quiera amoldarse sin necesidad de deshacerse ni ahogarse. Que sólo quiera caminar conmigo hasta que le broten de las vértebras las ganas de abrazarme.

Y no tolero, por nada del mundo, que yo misma me acobarde o me entregue a la somnolencia.
Tengo una hilera de luces colgando desde mi pelo hasta las sandalias. Encendidas. Multicolores.
Sin intermitencias.


Bien despabilada ando.
Y cuidado que contagio.









domingo, 7 de noviembre de 2010

Abrir la puerta - Crónica de una nueva cita


Anoche, después de un tiempo encerrada en mi propio frasco, volví a entregarme a los nervios de una cita "tuerta" (decir a ciegas no hubiera sido del todo apropiado).
A "L" lo conocí por el blog, cuando mi relato sobre el ataque de pánico lo motivó a proponerme una salida.
Llegaron los mails, las largas conversaciones por chat y, más tarde, los llamados telefónicos.

Que llegara el encuentro no fue una tarea fácil. A esta altura ya estoy convencida que atraigo como un imán a todos los que me demandan un esfuerzo extra que pone a prueba mi paciencia y el control de mi ansiedad.
L venía de una relación difícil y, lógicamente, con el escepticismo anudado como una corbata.
Pero así todo, su discurso mostraba algunos detalles incongruentes entre el deseo y la realidad.
Digamos que su incredulidad y sus dudas se contrarrestaban con la voluntad de encontrar "eso" que en el fondo buscamos todos.

Así que aprovechando la noche linda, le sugerí vernos siteníaganasynosesentíapresionado , y a eso de la una de la mañana me llamó y me pasó a buscar por la casa de un amigo en la que yo estaba disfrutando de un asado.

Y en este punto, deberán perdonar que escatime en sensaciones, ya que como bien dije en el principio, L lee el blog...
Así que sólo diré que tuvimos una extensa y agradabilísima charla, teñida por algunos momentos de tensión que percibí de su parte (y que se ocupó de negar), y una despedida a las cinco de la mañana, de esas que se muestran formales aunque pujen por no serlo tanto.

Por mi parte, sólo voy a agregar que me sentí altamente relajada, divertida y sin enrosques, lo que tomo como un gran avance considerando la etapa que atravieso.

Esto que les acabo de contar me hizo pensar en algo un poco más profundo que un intercambio de cafés en un bar con un semi desconocido.
La idea de formar una pareja nos parece, en el fondo, la batalla más difícil de ganar.
Parece improbable que dos personas puedan fusionar sus pasados, sus crianzas, sus ideologías, miedos y aspiraciones personales.
Tal es la complejidad del desafío, que llegamos a pensar que en nuestra vida eso no viene incluido, como si se hubieran olvidado de incorporarnos ese gen que promueve las relaciones duraderas y nos resignaran al círculo de los reincidentes en vínculos sin futuro.
Y ahí es donde tiramos la toalla y nos sentamos a contemplar los amores ajenos en la pantalla del televisor, desde el cómodo y solitario espacio de nuestro sillón.
Sin riesgo de salir maltrechos pero sin chances de salir victoriosos.
Las posibilidades de que salga bien o mal, son las mismas. Sin embargo, pensar de antemano que saldrá mal y vaticinar el desenlace nefasto como una premonición, nos deja momentáneamente tranquilos de haber evitado ese daño infalible del que acabamos de escapar.

Pero hay parejas que lo logran. Hay más casamientos que divorcios, más gente que piensa en el amor que en la guerra. Más solteros con ganas de pensar en formato doble que con ganas de hablar con las paredes.

El escepticismo y la desilusión son moneda corriente de esta época....pero algo nos hace seguir en la búsqueda, aunque nos cueste asumirlo y luego confesarlo.
Miramos de reojo en las esquinas con la esperanza de que el amor esté ahí y revolvemos el mar con el anhelo de descubrir una sirena que emerja desde las profundidades.



La aterradora aventura de conocerse comienza por el pequeño gesto de abrir la puerta.
Y eso que parece tan simple y cotidiano, a veces nos cuesta más que volver a transitar los momentos más olvidables de nuestras relaciones pasadas.

Por todo esto, permítanme sentirme orgullosa de haber sido capaz de girar el picaporte.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Me pareció verte




Hoy me sucedió algo raro.
Estaba de pie, con la mirada perdida en algún punto que no recuerdo, cuando pasó.
Fue algo rápido, como el coser un botón o aplastar un mosquito entre las manos. Fue tan espontáneo como el bostezo o un estornudo.
Me atravesó un rayo. Una chispa de confianza vestida con los colores vistosos del entusiasmo.
Por un instante, diminuto y escurridizo, me descubrí distinta. Con cascabeles en los tobillos y la boca abierta dispuesta a deglutir mariposas.

En ese estado de repentina metamorfosis, me puse a andar por lo caminos de siempre para ver si había cambiado de color el paisaje.
Y te vi... o me pareció verte. Estabas sentado en el banco de la plaza sin nadie alrededor.
Traías una sonrisa colgando de tu cara y la mirada que portan los hombres decentes. Las manos prolijamente apoyadas sobre tus rodillas como quien espera sin saber que lo está haciendo.

A tu lado había un espacio vacío que parecías reservarlo para quien se animara a ocuparlo. Y como eso de animarse no me pareció tarea simple, apuré el paso.
Pero sentía tus ojos marcándome la nuca con un matasellos. Tus manos convirtiéndose en delgados y sutiles hilos capaces de atraerme.

Y me volví.

Me paré de pie frente a vos y me abrí el pecho con una cuchara.
Te mostré las vísceras y el corazón sujetado entre dos broches. Vacié los cuencos de mis ojos para que vieras que ya no tenían más lágrimas. Me descalcé sobre el canto rodado para que supieras que mis pies se habían acostumbrado a andar sobre guijarros.
Hice la mueca de un grito sin que me saliera la voz. Te improvisé una canción sin notas ni melodía.
Me desvestí y te insulté con todas mis verdades aprendidas. Me volví a vestir con las ropas de las dudas y los acertijos que aún no soy capaz de descifrar.
Te sacudí mis penas sobre tus hombros y vomité en tus zapatos lustrados con un poco del barro que anduve tragando.

Te dije: Esta soy. La misma que ya no quiero ser.


Intuyo que si seguiste ahí sin inmutarte fue porque me permitiste ser así, vulnerable y apasionada.
Y porque en el fondo (y aunque me pese y me haga morir de miedo) me creés capaz de deglutir mariposas.