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sábado, 30 de abril de 2011

Buenas nuevas





Allá por febrero decidí escribirme un memorándum. Una simple nota que oficiara de recordatorio para no olvidar los buenos momentos.

Hoy un pedacito de papel me queda chico. No puedo apretar la felicidad y acomodarla en un par de renglones. Me cuesta ocultar la sonrisa y reprimir la euforia.

Es tiempo de buenas nuevas, de noticias que oficien de plumero y sacudan el hollín que dejó el 2010. Hora de empacharme de alegría, de desear vivir despierta, de acostumbrarme a la extraña sensación de estar feliz.

La novedad que me causa semejante entusiasmo es que la gente de Stella Artois me eligió para ser la blogger que viaje a Cannes para cubrir la participación de la marca en semejante evento.

Siendo amante del cine, esta noticia es, sin duda, la mejor del año.
(Lo bueno, es que todavía quedan siete meses por delante con chances de destronarla y ocupar el primer puesto del 2011).

Si todo sale bien, en dos semanas estaré escribiendo desde esta misma computadora pero en algún cuarto de hotel de la Riviera Francesa. Andaré compartiendo con ustedes mis crónicas viajeras, que describan las caminatas por el Boulevard de la Croisette con el mar sonando igual que Tiersen.

Pondré pausa a las penas de amor, a los reclamos y a los desencuentros.
Me dedicaré a devorar la Costa Azul y a ir dejando miguitas de croissant como señuelo.

¿Me dejan?




Los que quieran conocer al ganador de la campaña de Stella Artois pueden hacer click acá. Se llama Gustavo Álvarez, es argentino, y es el nuevo Jacques d' Azur. Gustavo protagonizará un cortometraje que se estará filmando el día de mañana en tierras uruguayas.











domingo, 24 de abril de 2011

Donde cabe mi amor


Mi amor cabe en una cuchara, en un saquito de té, en un dedal.
En una línea de puntos, en un ojal.
Bajo la alfombra, detrás de la puerta, entre dos páginas.
En el bolsillo de tu pantalón, en el primer cajón de la cocina, en un vértice, en una baldosa.

Puede doblarse en dos, sin naftalina,y guardarse hasta el próximo verano.
Es resistente. Elástico. Maleable.
No mancha ni deja olor.
No se lava ni centrifuga.
No lleva pilas ni gasta corriente.
No ensucia, no contamina.
Puede comerse con la mano o con cuchillo y tenedor.

Es cauteloso y paciente.
Honesto y testarudo.
Confiable y benévolo.
Es torpe como estratega, perezoso para la huída.


Mi amor no entiende un NO sin fundamento, ni un castigo sin premio.
Tiene el botón de eject deshabilitado y es incapaz de extirpar los afectos que se anclaron.
No atiende excusas ni improvisaciones, ni entiende ausencias imprevistas.

Mi amor no busca salvarte, ni conmoverte.
Ni transformarte, ni exigirte, ni reclamarte...

Se conforma con vigilar tu desvelo detrás de la cerradura.
Con hilvanar tus lamentos y tejerte esperanzas.
Con sostenerte con broches invisibles cuando soplen malos tiempos.


Pero nada puedo hacer si te molesta mi amor.




Mi amor, el más enamorado, es el más olvidado, en su antiguo dolor.
Mi amor abre pecho a la muerte y despeña su suerte por un tiempo mejor.
Mi amor, este amor aguerrido, es un sol encendido
por quien merece amor...

Silvio Rodriguez

jueves, 21 de abril de 2011

Miguitas de pan



Se aflojó el elástico que me mantenía intacta, inmune a tu intransigencia.
Sentí el tirón de las hebras al cortarse y vi caer una docena de excusas junto a mis pies.

Me quedé sin tela para disfrazarte la verdad.
Desnuda en este otoño que no admite cobardes.

No consulté tu reglamento antes de desplazarme en el tablero. Arrojé el dado azoroso del destino y avancé, moviéndome más por instinto que por estrategia.
Me detuve ante tu desgano. Retrocedí ante tu desconfianza. Y volví al punto de partida cuando abandonaste el juego.


Con mis pasitos tímidos y mis inseguridades de sombrero, me acomodé a tu costado y te regalé sólo el perfil de lo que soy. Pretendí que me descubrieras distinta, debajo del blindaje y del corset de acero.

Guardé palabras para un después que a lo mejor no llegue nunca y canciones en un viejo reproductor sin batería.
Parpadeé cuando quise lagrimear.
Me crucé de brazos en el momento en que debí abrazarte.
Hice silencio cada vez que deseé probar tus besos.

Ya no tengo coartada, ni argumentos.

No me animé a soltarte todas las mariposas que almaceno bajo el pelo, ni a regalarte las estrofas que escribo cada vez que te pienso.
No te dije que soy fiel a lo que siento, ni que esta distancia impuesta me causa desvelo.
Me callé las ganas de colgarme de tu cuello y de sacudirte las penas con las yemas de mis dedos.
Decime cobarde, me lo merezco.

Sobre todo, cuando reparto miguitas de pan sobre tu puerta y formo un camino, largo, que va desde tu umbral hasta mi célula.

Cuánto más fácil sería (o hubiera sido) sacarle el polvo a las dudas y a la inercia, desvestirte sin aviso, y dibujar sobre tu espalda y con crayones, un pedacito de cielo...




"Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."

El Principito

sábado, 16 de abril de 2011

El beneficio de la duda


El beneficio de la duda suena a privilegio.
Supone una puerta entreabierta por donde uno se asoma sin atravesarla. Un espiral. Una calle sin dirección.
El privilegio, quizás radique en la calma que provoca ignorar una verdad, hasta que los signos de pregunta que nos sirvieron de guía se conviertan en despiadados verdugos que dictaminen una sentencia. El veredicto de la eterna espera, de la inacción.

Es que llega un momento en que la duda nos seduce con la propuesta de flotar eternamente en la orilla, donde el mar no rompe y sólo hace cosquillas. Sin sumergirnos. Sin llegar al fondo,ni del mar, ni de nada.
Y es ahí donde el camino empieza a angostarse y el nudo comienza a apretar en la garganta.
El temor, detrás de la duda.

Miedo a caminar con los ojos vendados hacia el punto en que radican las respuestas. Destaparlas, asimilarlas, incorporarlas.
Revolver nuestro mundo interior con una cuchara de madera hasta que podamos colar una idea nueva.

La remota posibilidad de que la incertidumbre se convierta en una micropartícula de goce, a veces aterra.
Pero hay recursos, pocos pero suficientes, para sacudir el pánico y animarse a descubrirle las mejillas a la felicidad: andar.

Y no andar en círculos sino en línea recta, con los ojos clavados en la meta.
Dejar de posponer, y proponer.
Dejar de pensar, y hacer.
Quiero un perchero en el paraíso para colgar mis alas y un pasaje en el bolsillo para disfrutar de un encuentro terrenal... porque el tiempo, que una vez me pareció una canilla inagotable de la que siempre goteaba un rato más, se convirtió en un chispero quemándome la planta de los pies.

Es hora de no postergar (te).
De explorar (te).
De decirte, que te cambio el silencio por un paquete de besos y la promesa de una única certeza: " que pase lo que pase, siempre será mejor que haya sucedido".



Cuando uno se enfrenta al camino con certezas, es probable que termine con dudas. Pero si lo empieza con dudas, es factible que se encuentre frente a frente con alguna certeza en alguna parte del recorrido.

Y en eso estoy.
Enviar frase

sábado, 9 de abril de 2011

Esa clase de mujer


Soy esa clase de mujer que no es suficiente.
De esas que siempre son buenas amigas, grandes confidentes, dispuestas amantes, pero que no alcanzan la categoría de indispensables. Con el brillo adecuado para alumbrar pero insuficiente para encandilar.

Suele faltarme una dósis de paciencia, un pestañeo oportuno, una carta sin mostrar.
Suele sobrarme una pregunta, una presencia, una lágrima que cae sin avisar.
No me alcanzan los ojos grises para desafiar soledades, ni los brazos como elásticos dispuestos a abrazar.

Son pocos mis encantos y demasiadas las dudas que pongo a dormir en un cajón.
Previsibles mis métodos, débil la red.

No bastan ni mi esmero ni mis ganas, ni todas las palabras que pueda coser sobre un renglón.

Soy de esas mujeres a las que, en cuestiones de amor, todo les cuesta el doble.
El doble de tiempo, el doble de paciencia, el doble de riesgo. Sin garantías, sólo siguiendo por instinto la flecha de salida que marca el corazón.
Sin la certeza de que el tiempo ablande, conmueva, enlace, acerque.

Tal vez sea una cuestión implícita en la felicidad, que a mayor sacrificio más gloria.
Para poder viajar hay que soportar la claustrofia de un avión que se desplace a diez mil metros del suelo. Para ganar plata hay que trabajar más que lo recomendable. Para hacer miel hay que tolerar las picaduras de las abejas. Para estar delgada y saludable hay que privarse de la comida más rica. Para saber, hay que estudiar. Para curarse, dejarse operar. Para ser madre, parir. Para llegar alto, subir.
Para enamorarse, esperar.
Para querer, sólo querer.


Ando atrapando mariposas con los dientes y despegando algunos cardos de mis pies.
Ese es el mayor riesgo del intento. No hay demasiado entonces para perder.









domingo, 3 de abril de 2011

Las excusas del final


Todas las relaciones que terminan tienen algo en común: el odioso final.


Soy de las que desearían profundamente poder saltearse esa parte. Quedarme con el recuerdo de la última mirada y pasar directamente a la etapa del olvido.
No tener que oír el temido: "tenemos que hablar", ni someterme a la agonía de una conversación que, desde el inicio, se sabe que va a terminar en un revuelto de lágrimas, excusas y frases sin sentido.

No existe una lista de palabras oportunas para poner fin al amor.
Ninguna es suficiente para calmar ese dolor repentino, que crece como una enredadera y que va abrazando cada músculo hasta dejarnos inmóviles.
Esa angustia que se cuelga de los párpados y que se renueva cada mañana al despertar.

Nadie puede hacernos sentir bien cuando nos dice que ya no nos elige para compartir el día siguiente, ni el que viene después.
No hay sinceridad que alcance, ni razón que justifique el desamor para aquél que todavía siente que está amando.

Podremos no ser la persona indicada, la que se quedó a mitad de camino, la que no pudo convertirse en el amor de la vida. Aquella que no superó las expectativas, la que perdió en las comparaciones con la nueva de la oficina, la que no le quitó el sueño ni le robó todas las sonrisas.
Pero no queremos saberlo. Porque por más cierto que sea lo que él diga, sólo nos quedará una certeza en el momento de la despedida: el dolor.

Un sabor completamente amargo. Una oscuridad absolutamente negra. Un agujero extremadamente profundo. Una piedra atascada en la boca del estómago.
La monotonía. El inacabable duelo. Y el tiempo consumiéndose en un gotero.

Desearemos que pasen las horas, las semanas y algún enero hasta recobrar la cordura que nos permita entender que el final era inevitable, quizás predecible y hasta conveniente. Que cada despedida no es más que un punto y aparte en nuestro historial de amores por venir en el que se enredan algunos amores sin porvenir.
Un ensayo con errores y algunos honores.
Y unos cuantos finales condenados a convertirse en anécdota cuando las lágrimas se den por vencidas.



Lo malo del amor, no es el amor, sino lo miserables que nos sentimos cuando se termina...