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domingo, 19 de junio de 2011

Preservativo emocional





Las experiencias suelen dejarnos el legado del aprendizaje.
A mayor aprendizaje, mayor conocimiento, lo que supone una ventaja que puede conducir a mejores resultados.

Siempre hay una teoría que escapa a la regla y el amor es una de ellas.
En el terreno afectivo, la experiencia no garantiza buenos resultados.
Una seguidilla de encuentros en los que uno toma nota de los desaciertos con la intención de capitalizarlos, y de los pequeños logros, con la idea de duplicarlos en la próxima oportunidad, no aseguran el éxito de las posteriores relaciones.

El desamor y el desencuentro dejan estrías.
Pequeñas o grandes fisuras por donde se escurren las buenas intenciones.
Hendijas por las que se nos escapan la confianza y la voluntad de entrega.

Aplicamos parches. Improvisamos enmiendas.
Recurrimos a tratamientos aislantes y diseñamos sistemas de hermetismo.
Metemos el corazón en una ziploc y desayunamos una soledad que ya no pesa .

Hasta que un día nos damos cuenta que nos conmueve la ficción más que la cotidianeidad de los encuentros. Que las lágrimas se hicieron nube. Que perdimos la capacidad de asombro y de intento.
Algo late, pero lejos.

El preservativo emocional está en la primera plana del diario que nos dejan sobre el felpudo cada mañana.
Es un impermeable que usamos aunque no llueva.
Una mampara de protección.
Una red que contiene cualquier intento por manifestarnos en pos de un otro.
Respiramos un aire teñido de indiferencia, de improbabilidad.
Fijamos la vista en esa gran vidriera de posibles relaciones que en algún momento se volvieron imposibles.


El preservativo emocional no es un método curativo, ni un blanqueador de cicatrices.
Es una anestesia afectiva que nos hace creer inmunes al amor y que nos vuelve más individuales que nunca.
Invulnerables frente al romanticismo. Ilesos ante una mirada. Invictos en los planes de conquista.

Valoro mi independencia. Mi rutina de un solo plato a la hora de la cena.
Pero me niego a resignarme.
Sigo creyendo, aunque tal vez con menos entusiasmo, que en alguna esquina andará esperando una luna redonda y brillante con ganas de caer sobre mi cabeza.







domingo, 12 de junio de 2011

Volver

Volví, y todavía la carroza no se convierte en calabaza.
Creo que aprendí una técnica para prolongar la felicidad: dejar los pies elevados del suelo y archivar, debajo de los párpados, la mayor cantidad de imágenes posibles.

Mi cabeza es un desorden de paisajes.
Voces amigas que extraño.
Rincones.
Olores y colores.

Voy a sacar de la valija los mejores recuerdos para mostrarles.
Sepan disculpar que estén en blanco y negro, pero así los conserva mi memoria.






Cannes fue ese sueño que nunca pensé que podría convertirse en realidad.
Anduve necesitando que me pellizcaran, que me dijeran que era yo la que amanecía en una cama inmensa de un hotel de lujo.

Pasé la mayor parte de mis días en el Chez Jacques de Stella Artois. Un rincón divino, sobre el mar, en el que había un espacio destinado para las entrevistas de Variety (y desde el que pude espiar a un par de famosos).
La cerveza de Stella era mi única infusión. Las 24 horas.
A un promedio de un litro cada dos horas (tal vez exagero), creo que sólo me faltaba una válvula para convertirme en barril.

Cannes era cine. O el cine era Cannes. No sé muy bien.
Y Stella Artois.

Hubo alfombra roja para la Avant Premiere de "The tree of life".
Por suerte eramos tres: Nicolás, Leo y yo, como para no sentir que era la única a la que la emoción le desbordaba.
Ellos con smoking. Yo con vestido largo y peinado improvisado en la habitación.
A ver, detengámonos en el momento en que puse un pie en la alfombra. ¿Cómo les cuento exactamente lo que se siente?
La música suena a todo volumen. Hay cientos de flashes. Huele a perfume importado y a spray.
Se oyen aplausos y alaridos de los fans.
El pulso se acelera aunque uno no quiera.
Como el jugador de fútbol que sale a la cancha con la camisa de la Selección a disputar el último partido. Que ve la lluvia de papelitos. Que oye a la hinchada envuelta en un solo grito y se le ensancha un poco el alma.
Bueno, así.
Dura un instante, pero se siente parecido a la felicidad.


Terminó el sueño de Stella Artois y empezó otro: Roma.
Diez días en la casa de mi amiga Marcela ,compartiendo un poco de su cotidianeidad y sus costumbres... que hoy extraño.

Roma me dejó sin vocales.
Escribí una historia de amor en cada esquina. Un encuentro debajo de un balcón con amapolas y un beso robado junto a algún farol.
En cada romance había un camino de adoquines y escalones.
Una piazza, una fontana, un café.




Surtidito de Cannes:

- En Cannes se comen los mejores espárragos.
- Stella Artois es la mejor cerveza ( no acepto que me contradigan en este punto)
- Tuve la suerte de conocer la mejor disco de Cannes. Se llama Vip Room, cuesta 500 euros la entrada y por suerte no tuve que pagarlos.
- Me emborraché la última noche en Cannes. Me arrepentí de no haberlo hecho todas las noches.
- Brad Pitt robó más de un suspiro cuando recorrió toda la alfombra roja para ir a buscar a Angelina (que estaba en la otra punta).
- Angelina es perfecta.
- Sean Penn tiene los ojos más lindos del mundo.
- Jude Law es ...(no sé cómo explicarlo).
- A Rob Lowe le saqué una foto saliendo del baño.
- Me reí mucho.
- Comí mucho (pero menos que en Roma)
- Los franceses son muy, pero muy lindos.
- Los taxis son Audi.
- No hay un solo papel en la calle.
- Hay cestos especiales para la caquita del perro.
- Pienso enmarcar la entrada a la Red Carpet
- Llevo puesta (todavía) la pulsera que dice Stella Artois y que me permitía el acceso a la mayoría de los lugares.
- Saqué 1200 fotos en total


Surtidito de Roma:

- El café es el mejor del mundo.
- La pizza y el helado también.
- El tano más lindo que vi era policía.
- Escuchar hablar en italiano me dieron ganas de enamorarme como en un película de Fellini.
- Me di cuenta que me encantan los faroles.
- Perder una mañana en un mercado callejero era uno de los planes más lindos.
- Esconder el mapa en la cartera y que el camino me llevara a cualquier parte, también.
- Volver y cenar con mi amiga y su hija, uno de los grandes momentos del día.

Aprendí a estirar los minutos y a apretar en un puño los momentos de felicidad como para poder abrirlos después, en esas tardes nubladas de domingo en que los kilómetros se ensanchan y las paredes se achican.
Sin dudas, uno de los grandes viajes de mi vida.

Y ya quiero volver...