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martes, 13 de septiembre de 2011

Eternidad


Existe una etapa de la vida en la que uno no se detiene a pensar en lo breve que puede resultar el paso por este mundo.
De chicos, la historia la vamos midiendo en paquetes de caramelos, en vueltas de calesita, en vainillas remojadas en un vaso de leche para la merienda.
De más grandes, en "vayamos a vivir juntos", "quiero que conozcas a mis amigos", ansiedad de nuevas citas (en la que combinan los zapatos con la lencería), y adioses sostenidos entre mocos y fallidos anzuelos.
El primer beso, la primera casa, el primer sueldo, las primeras vacaciones, nada tienen que ver con el slogan de que somos míseros mortales.


La tarde en que me enamoré.
La mañana en que aprobé la última materia.
Los domingos de rayuela en la vereda, puertas sin cerrojo y olor a jazmines.
El ronroneo del gato.
La boca llena de risa.
Las amigas.
La luna llena arbitrando entre la tierra y el mar.

Una confirmación de que nadie va a morir nunca.


Hasta que la muerte acontece y sacude nuestras arrogantes presunciones de inmortalidad adolescente.

Los que se van, marcando el camino que iremos siguiendo, se convierten en dolorosos señuelos.
Un laberinto enredado en la cabeza, fantasmas con apodos, preguntas sin respuesta.
El más allá y los que quedamos acá, extrañando, palpando la vida con manos prestadas para que no se nos escape, para que se prolongue, para ser menos cobardes, para...


Mi Dios, tu Dios.
Nuestro titubeante destino.
La fe.
La humana duda.
El dolor y el desconcierto.

La vida y su tic-tac golpeando en medio del pecho.

La muerte y su abismo descolorido.

El pasado,espejo que nos condena a su encuentro inesperado e incierto.
El futuro,como una vaga sensación de agradecimiento.

Y el presente, el único hecho concreto.






A mi tía, y a todos los que, como ella, de a poco se fueron yendo.











domingo, 4 de septiembre de 2011

(Im)prescindible





Hago la prueba.
Repito tu rosario de razones para no quererme, una y otra vez.
Las memorizo, las trituro, las desarmo y las vuelvo a armar.
Me esmero, te juro que me esmero.
Me digo a menudo que sos (im)prescindible.
Pocas veces me lo creo.

Si vieras el esfuerzo que pongo al intentar enhebrar un collar con tus defectos, la dedicación con  que intervengo mi cerebro para que te piense un poco menos, el afán con que revuelvo las miradas ajenas esperando encontrar alguna que me conmueva. 

La ceremonia del desapego.
El rito que me arranque la costumbre de esperarte y disipe la duda de lo que no fue.
Un nuevo protocolo que me enseñe a convivir con tu cautela y a saborear los sobrantes de tu presencia.


Perdono mi insolencia por intentar conquistarte.
Retomo el hábito de pensar en singular.
Corrijo los encabezados de mis notas mentales que llevaban tu nombre.
Tacho. Recorto.Limito.Borro.

Y vuelvo a empezar.
Con este corazón amaestrado para los desencuentros, que más sabe de remiendos que de zapatitos de cristal.