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sábado, 31 de diciembre de 2011

Sí, quiero.



Fui imprudente en algunas elecciones.
Sobre todo, en esa de quererte como te quise, tan distinta a como te quiero ahora.

Tuve miedo a montones, pero no a arañas y ratones.
Temor a la ausencia que oscurece para siempre los rincones.
A las despedidas con lágrimas que corren por la espalda como un río interminable.

Fui incorrecta de a ratos.
Impulsiva, todo lo que pude.
Afortunada de atravesar paisajes impensados.


En algunos tramos del recorrido me mareé.
Me torcí. Me resbalé y se me quebraron dos o tres ilusiones. No más.

Quise, hice, dije, callé.
Abracé menos de lo que hubiera querido.
Amé más de lo debido.
Lloré cantidades innecesarias.
Dormí lo justo.
Soñé muchos más de lo que dormí.

Con un poco más de experiencia y otro tanto de arrugas, llegué hasta acá, dispuesta como nunca a renovar mis votos de esperanza para el nuevo año.

Quiero entregarme a las horas vírgenes para que me sorprendan con momentos felices.
Quiero esperar la llegada de nuevos afectos que sólo traigan consigo las ganas de quedarse.
Quiero transitar los días con astucia y destreza, con alegría y entusiasmo, sin melancolía.
Quiero amigarme con los eternos enemigos: dudas, miedos y soledades.
Quiero festejar la mañana y el anochecer, el verano y el invierno, las buenas compañías, los consejos de amigos, el trabajo, la salud, la familia.
Quiero llenar el estómago de carcajadas, la mente de buenas ideas, el corazón de honestos amores.
Quiero enamorarme de pies a cabeza de estos 365 días que están a punto de ser estrenados...

Sí, quiero.






Intenten ser felices cada segundo de este nuevo año y ya tendrán de sobra.
¡Feliz 2012 para todos!





domingo, 13 de noviembre de 2011

Tutti Frutti de amores



El otro día conocí a alguien que me hizo replantearme las cuestiones del amor.
No porque me hubiera enamorado repentinamente o estuviera perdiendo una porción de lucidez, sino porque esa olvidada sensación de timidez adolescente había reaparecido, casi cuando la creía desterrada.

Últimamente, anduve creyendo en otra clase de amor.
Un amor que no impacta en el primer minuto, ni estremece, ni hace palpitar, pero que puede hacer eco meses más tarde.
Un sentimiento que macera en la cotidianeidad y se nutre de la sana costumbre, la confianza y la complicidad.
Un amor que no es terremoto, ni rayo que nos parte en dos mitades, sino que se desliza en puntas de pie por nuestro costado. No molesta, ni inquieta; hasta que madura. Momento en el que decide caer sobre nuestros pensamientos y abrir de par en par las costuras de nuestra certera soledad.


Y ese otro amor, como el que me sorprendió la tarde del martes.
Un amor que no es amor, sino flechazo.
Desenfadada emoción que nos despabila, que nos distrae y nos conquista.
De repente, cabemos en una sonrisa y unos brazos desconocidos.
La mente se hunde en un mar de ideas en blanco y desautoriza a todo instinto de razón.
Nos inquieta, nos llena de preguntas, nos obliga a querer saber el qué, el cómo y el cuándo de su vida antes de que se cruzara con la nuestra.
Coleccionamos coincidencias que nos acercan y manojos de vergüenza.
Con un hola y un te llamo, tejemos una esperanza de colores que combinan con nuestros zapatos.


¿Y cuál es el válido?
¿Qué amor es el más autorizado a portar la corona del Rey?
¿El que se produce a primera vista  o el que se sobreviene después de cientos de parpadeos?


Todo y nada está dicho sobre el amor.
Nada y todo puede justificar un nuevo intento.










domingo, 30 de octubre de 2011

Impar




Ando sola. 
Llevo una flor prendida en el ojal a modo de señuelo y una ramita de ruda en el zapato para la buena suerte, sólo por costumbre.
Me deshice de los discursos ensayados para el agrado, de los trucos para la conquista, de toda artimaña.
Me convertí en una solitaria pieza del tablero privada del Jaque Mate.

Soy impar.
Libre.
Un cabo suelto que no se aferra al primer ancla que encuentra.

Desarrollé un nuevo instinto de supervivencia basado en el amor propio, con limitaciones para el ajeno.
Aprendí a dejar de vaciarme en manos egoístas. 
Abandoné el hábito de suplicar caricias, reprochar ausencias, malgastar mi tiempo.
Ya no invoco el nombre de quienes supieron olvidarme, ni me esfuerzo por prolongar las despedidas.

Ensayo el desapego, la distancia, el eco entre su palabra y la mía.
Estreno razones para quererlo de un modo que no duele, anestesiando los rincones en los que solía latir mi  instinto de amarlo de manera desmedida.
Siembro emociones nuevas. Motivos que me alcanzan para evitar necesitarlo. Pretextos que invento para celebrar la amnesia de su recuerdo.

Ando sola.
Conmigo y sin él.
En esta soledad que parece un eterno domingo.







El martes 1° de Noviembre a las 23 hs (hora local) voy a estar invitada en el programa de radio Quiero vale 4, hablando del amor en alguna de sus versiones. Para los que quieran sintonizar el programa pueden hacerlo a través de este enlace http://www.amradiopunto.com.ar/reproductor.html o de este http://www.ustream.tv/channel/am-1280
¡Hasta entonces! :)






domingo, 23 de octubre de 2011

Ausencia



Silencios envueltos en papel celofán. 
Puntos suspensivos y suspendidos.
Una ranura calada en el omóplato por la que la vida me espía las vértebras y deja caer, de vez en cuando, la intención de tenerte cerca.


Un pedacito de nada en forma de origami.
El fondo del océano.
Una pared en blanco colgando de los párpados.
La nostalgia que hace tango las razones de mi espera.

Palabras sueltas. Revoltijo de letras sin destino y con destinatario.
Un ojal vacío, y la pena.
El tallo reseco de la flor.
Las manos apretando caricias vencidas.
La omisión de tu repentino recuerdo que vuelve sin aviso como un estornudo.

Un ahora sin después.
El eco de la siesta murmurando sobre un horizonte descolorido.
La memoria deshilachada y los rincones desiertos.
La sumatoria de todos los "tal vez".

Y esta ausencia colmada de montones de ausencias.





martes, 13 de septiembre de 2011

Eternidad


Existe una etapa de la vida en la que uno no se detiene a pensar en lo breve que puede resultar el paso por este mundo.
De chicos, la historia la vamos midiendo en paquetes de caramelos, en vueltas de calesita, en vainillas remojadas en un vaso de leche para la merienda.
De más grandes, en "vayamos a vivir juntos", "quiero que conozcas a mis amigos", ansiedad de nuevas citas (en la que combinan los zapatos con la lencería), y adioses sostenidos entre mocos y fallidos anzuelos.
El primer beso, la primera casa, el primer sueldo, las primeras vacaciones, nada tienen que ver con el slogan de que somos míseros mortales.


La tarde en que me enamoré.
La mañana en que aprobé la última materia.
Los domingos de rayuela en la vereda, puertas sin cerrojo y olor a jazmines.
El ronroneo del gato.
La boca llena de risa.
Las amigas.
La luna llena arbitrando entre la tierra y el mar.

Una confirmación de que nadie va a morir nunca.


Hasta que la muerte acontece y sacude nuestras arrogantes presunciones de inmortalidad adolescente.

Los que se van, marcando el camino que iremos siguiendo, se convierten en dolorosos señuelos.
Un laberinto enredado en la cabeza, fantasmas con apodos, preguntas sin respuesta.
El más allá y los que quedamos acá, extrañando, palpando la vida con manos prestadas para que no se nos escape, para que se prolongue, para ser menos cobardes, para...


Mi Dios, tu Dios.
Nuestro titubeante destino.
La fe.
La humana duda.
El dolor y el desconcierto.

La vida y su tic-tac golpeando en medio del pecho.

La muerte y su abismo descolorido.

El pasado,espejo que nos condena a su encuentro inesperado e incierto.
El futuro,como una vaga sensación de agradecimiento.

Y el presente, el único hecho concreto.






A mi tía, y a todos los que, como ella, de a poco se fueron yendo.











domingo, 4 de septiembre de 2011

(Im)prescindible





Hago la prueba.
Repito tu rosario de razones para no quererme, una y otra vez.
Las memorizo, las trituro, las desarmo y las vuelvo a armar.
Me esmero, te juro que me esmero.
Me digo a menudo que sos (im)prescindible.
Pocas veces me lo creo.

Si vieras el esfuerzo que pongo al intentar enhebrar un collar con tus defectos, la dedicación con  que intervengo mi cerebro para que te piense un poco menos, el afán con que revuelvo las miradas ajenas esperando encontrar alguna que me conmueva. 

La ceremonia del desapego.
El rito que me arranque la costumbre de esperarte y disipe la duda de lo que no fue.
Un nuevo protocolo que me enseñe a convivir con tu cautela y a saborear los sobrantes de tu presencia.


Perdono mi insolencia por intentar conquistarte.
Retomo el hábito de pensar en singular.
Corrijo los encabezados de mis notas mentales que llevaban tu nombre.
Tacho. Recorto.Limito.Borro.

Y vuelvo a empezar.
Con este corazón amaestrado para los desencuentros, que más sabe de remiendos que de zapatitos de cristal.





domingo, 7 de agosto de 2011

Desamor correspondido


Uno no elige de quien enamorarse. Sucede.
Se revela como un hecho consumado.Una sentencia incuestionable que simplemente se acepta, sin tretas ni sobornos posibles.

Enamorarse es un milagro y a la vez un castigo.
Un destierro sin consentimiento.
Una condena atada a nuestro talón de Aquiles que nos obliga a dar pasitos cortos por el confuso camino de la esperanza. Con nuestro amor unilateral anudado como un pañuelo y una ramita de ruda en el zapato, en un peregrinaje hacia ningún lado que no sea a su lado.

Silenciosas plegarias se adueñan del descanso.
Pactos invisibles con el santo romance, promesas que distraen a los presentimientos.
Hechizos para que el corazón no nos sea esquivo.

Aprendemos a subsistir con las miguitas de pan de la ilusión y un manojo de razones sin razón.
Nos llenamos de viento y de estrellas.
De guirnaldas.
De canción de cuna y príncipes sin espadas.
Cascabeles en los pies, corcheas en la palma de la mano.


La necesidad abierta como una herida que no sangra pero reclama.
Un pedido de clemencia y justicia interior: "que alguna vez nos salga bien".
Y cruzar los dedos sobre la espalda para que se cumpla.

Porque si hay algo más difícil que el amor, es el desamor.
El desahuciado retorno de manos vacías y sed en la garganta.
Los eternos puntos suspensivos y la escena final sin rodarse nunca.

El desamor que es verdugo de la expectativa.
Un océano en el que nunca haremos pié.
Una tortura impiadosa que nos descose la piel y nos arrastra a los rincones privados de abrazos.

Un destino en el que no alcanza con tener el alma llena de sutilezas para que se nos convide con una oportunidad en forma de caramelo.
No hay remedio, ni conjuro posible, que pueda convencer a quien no está enamorado.

Pero siempre nos quedan las palabras.
Será por eso que escribo.







jueves, 4 de agosto de 2011

La excepción



Mientras maquillo la incertidumbre que suele atacarme por las mañanas, me demoro analizando esta extraña sensación, mezcla de euforia y nostalgia, que se colgó desde hace un tiempo en mis pestañas.
Tengo pocos recuerdos de percepciones similares.
Tres, diría.
Uno abrazado al primer romance adolescente. Mezcla de idilio, inocencia, y ojos abiertos y predispuestos al encanto de lo inconcluso.
El segundo, un enamoramiento duradero, ubicado en los estantes de la memoria. Lo que debió ser, lo que pudo ser, lo que finalmente fue.

Y este.
Un amor inusualmente racional y confiable que se volvió escandalosamente imprescindible.

El resto, no habrá sido más que una caravana de intentos estancados en alguna curva del camino.
Fotografías de baja resolución decorando alguna etapa de mi vida. Nombres difusos, rasgos diluidos por el paso del tiempo, emociones prescriptas.

Pero este amor que se envuelve en mi madurez, me preocupa.
Me preocupa por impertinente y perdurable.
Por su facilidad para adherirse a la rutina de mis horas.
Por la sutileza con que rellena las pausas de mis pensamientos.
Por la destreza con que se pliega bajo mis párpados y se acomoda en los rincones de mi más resguardada independencia.


Intenté persuadirlo a que me abandone, pero se pasea por las mismas calles que recorro. Me enfrenta en las esquinas de mente en blanco y cigarrillo a medio consumir. Desviste mis soledades y enhebra mis pocas certezas.
Me confunde, me marea.
Me convida, me suplica, y espera que yo reconozca que puedo haberme enamorado.
Contra mi propia voluntad y con el riesgo implícito de asumir que acaso él sea mi nueva y única excepción.



domingo, 24 de julio de 2011

Una felicidad diferente


Supongo que siempre estuvo a punto de llegar este momento.
Este instante en que me detengo a observarme como si fuera un punto situado sobre una larga línea y me pregunto: ¿dónde estoy?

No estoy en el lugar que quise pero, sin embargo, soy responsable de haber caminado en esta dirección.
Y ahora estoy detenida en una gran encrucijada en la que me cuestiono mis propósitos para la segunda mitad de mi vida con la intención de diseñar un plan.

No es un check- list, ni un formulario que pueda completarse frente a un señor de anteojos ubicado detrás de un escritorio en un despacho público.
Es una guía, una agenda mental llena de prioridades que no sean falibles de excusas.

Tendré que exiliar algunos asuntos pendientes a la tierra de los improbables y concentrarme sólo en lo posible.
Proponerme.
Orientarme.
Y dejarme de joder.

No confío en la felicidad tradicional, en esa escenografía de días siempre soleados con una familia tipo que sonríe por las noches frente al televisor.
Me pregunto si en algún momento no andarán sonámbulos intentando llegar al horizonte como en The Truman Show, para descubrir que todo no fue nunca más que un enorme decorado.

Me quedé en la desconfianza del modelo clásico viendo como se estrellaban en mi ventana las posibilidades de diseñar el propio.
Siento que es tarde para muchas cosas. Que no tengo tiempo de amasar y hornear sin que algún propósito termine quemándose.

En algún momento convertí mis posibilidades en un bollito de papel, sin darme cuenta. Abusé de la moneda tirada al azar. Confié en el desquite y en las segundas oportunidades. Y creí que, de tanto macerarlo, ese corazón que me es arisco, se ablandaría y que juntos dibujaríamos una sonrisa sobre el domingo empañado.

Tal vez sea hora de aceptar que algunos nacemos para convivir con una felicidad que nos mira de reojo impertinente y para desplazarnos bajo una escenografía con puertas que se abren hacia el lado contrario.Con jardines sin hamacas, exceso de silencios y una silueta de mujer sentada frente al televisor.

De esta que soy. No de la que quise ser.


domingo, 10 de julio de 2011

Desventaja



Me persigno antes de cualquier encuentro y ruego que la magia no suceda.
Que no me atraviese el sutil encanto de una mirada.
Que un roce no me deje sin argumentos.
Que un suspiro no me muerda el corazón.

No puede haber descuidos porque el amor siempre me pone en desventaja.

Me acorrala contra las inseguridades propias y la vacilación ajena.
Me niega certezas.
Me distancia de todo lo que hasta ayer era fiable.
Me sacude, me distrae y tambaleo.


Pero, ocasionalmente, acontecen las ganas.
Ganas de atarme a tu cuello como un barrilete.
De bajar el cierre de tu alma y deshollinar tus penas.
Y ser un pedacito de viento, de mar o de cielo.
O cucharada de dulce de leche o caramelo de limón.
O barquito de papel. O mecedora.

Sucede que me pierdo en la curva de tus cejas y hasta improviso un picnic en tu más lindo lunar.
Ocurre que sacudo mis pequeñas libertades contra tu contorno hasta que quedar con las costuras a la vista.


Y tiemblo (apenas) cuando descubro que lo que más miedo me da no es esta confiable pero impertinente soledad, sino esta enorme desventaja de sentirme vulnerable.
Sobre todo, cuando te miro y me doy cuenta que me deshago como un terrón de azúcar en el fondo de un pocillo de café...




*imagen de Analía Marchi, ilustradora argentina.

domingo, 19 de junio de 2011

Preservativo emocional





Las experiencias suelen dejarnos el legado del aprendizaje.
A mayor aprendizaje, mayor conocimiento, lo que supone una ventaja que puede conducir a mejores resultados.

Siempre hay una teoría que escapa a la regla y el amor es una de ellas.
En el terreno afectivo, la experiencia no garantiza buenos resultados.
Una seguidilla de encuentros en los que uno toma nota de los desaciertos con la intención de capitalizarlos, y de los pequeños logros, con la idea de duplicarlos en la próxima oportunidad, no aseguran el éxito de las posteriores relaciones.

El desamor y el desencuentro dejan estrías.
Pequeñas o grandes fisuras por donde se escurren las buenas intenciones.
Hendijas por las que se nos escapan la confianza y la voluntad de entrega.

Aplicamos parches. Improvisamos enmiendas.
Recurrimos a tratamientos aislantes y diseñamos sistemas de hermetismo.
Metemos el corazón en una ziploc y desayunamos una soledad que ya no pesa .

Hasta que un día nos damos cuenta que nos conmueve la ficción más que la cotidianeidad de los encuentros. Que las lágrimas se hicieron nube. Que perdimos la capacidad de asombro y de intento.
Algo late, pero lejos.

El preservativo emocional está en la primera plana del diario que nos dejan sobre el felpudo cada mañana.
Es un impermeable que usamos aunque no llueva.
Una mampara de protección.
Una red que contiene cualquier intento por manifestarnos en pos de un otro.
Respiramos un aire teñido de indiferencia, de improbabilidad.
Fijamos la vista en esa gran vidriera de posibles relaciones que en algún momento se volvieron imposibles.


El preservativo emocional no es un método curativo, ni un blanqueador de cicatrices.
Es una anestesia afectiva que nos hace creer inmunes al amor y que nos vuelve más individuales que nunca.
Invulnerables frente al romanticismo. Ilesos ante una mirada. Invictos en los planes de conquista.

Valoro mi independencia. Mi rutina de un solo plato a la hora de la cena.
Pero me niego a resignarme.
Sigo creyendo, aunque tal vez con menos entusiasmo, que en alguna esquina andará esperando una luna redonda y brillante con ganas de caer sobre mi cabeza.







domingo, 12 de junio de 2011

Volver

Volví, y todavía la carroza no se convierte en calabaza.
Creo que aprendí una técnica para prolongar la felicidad: dejar los pies elevados del suelo y archivar, debajo de los párpados, la mayor cantidad de imágenes posibles.

Mi cabeza es un desorden de paisajes.
Voces amigas que extraño.
Rincones.
Olores y colores.

Voy a sacar de la valija los mejores recuerdos para mostrarles.
Sepan disculpar que estén en blanco y negro, pero así los conserva mi memoria.






Cannes fue ese sueño que nunca pensé que podría convertirse en realidad.
Anduve necesitando que me pellizcaran, que me dijeran que era yo la que amanecía en una cama inmensa de un hotel de lujo.

Pasé la mayor parte de mis días en el Chez Jacques de Stella Artois. Un rincón divino, sobre el mar, en el que había un espacio destinado para las entrevistas de Variety (y desde el que pude espiar a un par de famosos).
La cerveza de Stella era mi única infusión. Las 24 horas.
A un promedio de un litro cada dos horas (tal vez exagero), creo que sólo me faltaba una válvula para convertirme en barril.

Cannes era cine. O el cine era Cannes. No sé muy bien.
Y Stella Artois.

Hubo alfombra roja para la Avant Premiere de "The tree of life".
Por suerte eramos tres: Nicolás, Leo y yo, como para no sentir que era la única a la que la emoción le desbordaba.
Ellos con smoking. Yo con vestido largo y peinado improvisado en la habitación.
A ver, detengámonos en el momento en que puse un pie en la alfombra. ¿Cómo les cuento exactamente lo que se siente?
La música suena a todo volumen. Hay cientos de flashes. Huele a perfume importado y a spray.
Se oyen aplausos y alaridos de los fans.
El pulso se acelera aunque uno no quiera.
Como el jugador de fútbol que sale a la cancha con la camisa de la Selección a disputar el último partido. Que ve la lluvia de papelitos. Que oye a la hinchada envuelta en un solo grito y se le ensancha un poco el alma.
Bueno, así.
Dura un instante, pero se siente parecido a la felicidad.


Terminó el sueño de Stella Artois y empezó otro: Roma.
Diez días en la casa de mi amiga Marcela ,compartiendo un poco de su cotidianeidad y sus costumbres... que hoy extraño.

Roma me dejó sin vocales.
Escribí una historia de amor en cada esquina. Un encuentro debajo de un balcón con amapolas y un beso robado junto a algún farol.
En cada romance había un camino de adoquines y escalones.
Una piazza, una fontana, un café.




Surtidito de Cannes:

- En Cannes se comen los mejores espárragos.
- Stella Artois es la mejor cerveza ( no acepto que me contradigan en este punto)
- Tuve la suerte de conocer la mejor disco de Cannes. Se llama Vip Room, cuesta 500 euros la entrada y por suerte no tuve que pagarlos.
- Me emborraché la última noche en Cannes. Me arrepentí de no haberlo hecho todas las noches.
- Brad Pitt robó más de un suspiro cuando recorrió toda la alfombra roja para ir a buscar a Angelina (que estaba en la otra punta).
- Angelina es perfecta.
- Sean Penn tiene los ojos más lindos del mundo.
- Jude Law es ...(no sé cómo explicarlo).
- A Rob Lowe le saqué una foto saliendo del baño.
- Me reí mucho.
- Comí mucho (pero menos que en Roma)
- Los franceses son muy, pero muy lindos.
- Los taxis son Audi.
- No hay un solo papel en la calle.
- Hay cestos especiales para la caquita del perro.
- Pienso enmarcar la entrada a la Red Carpet
- Llevo puesta (todavía) la pulsera que dice Stella Artois y que me permitía el acceso a la mayoría de los lugares.
- Saqué 1200 fotos en total


Surtidito de Roma:

- El café es el mejor del mundo.
- La pizza y el helado también.
- El tano más lindo que vi era policía.
- Escuchar hablar en italiano me dieron ganas de enamorarme como en un película de Fellini.
- Me di cuenta que me encantan los faroles.
- Perder una mañana en un mercado callejero era uno de los planes más lindos.
- Esconder el mapa en la cartera y que el camino me llevara a cualquier parte, también.
- Volver y cenar con mi amiga y su hija, uno de los grandes momentos del día.

Aprendí a estirar los minutos y a apretar en un puño los momentos de felicidad como para poder abrirlos después, en esas tardes nubladas de domingo en que los kilómetros se ensanchan y las paredes se achican.
Sin dudas, uno de los grandes viajes de mi vida.

Y ya quiero volver...

lunes, 23 de mayo de 2011

Blondicienta en Cannes

Este relato debería comenzar diciendo "Había una vez..."
Y, de ahí en más, deberían entrelazarse las letras al estilo de los hermanos Grimm.

¿Pero cómo se redacta un texto cuando no se encuentran las palabras exactas para describir lo que uno siente?

Cada vez que me acomodo frente a la computadora con la intención de resumir lo que viví en estos días sospecho que nunca voy a poder hacerlo bien.

Así que, tratando de encontrar una forma de escribir sin letras, apelo a las imágenes para intentar transmitirles un poco de esta experiencia:




El lugar






El Hotel Carlton y la habitación 555 donde me alojé




Los paisajes, la comida, y la grata compañía.






El Chez Jacques de Stella Artois, punto de encuentro y de grandes fiestas.






La añorada alfombra roja del Festival.
(sí, la foto camuflada es la mía)



A mi regreso, prometo contarles los pormenores de este cuento en el que mi hada madrina se llama Stella Artois.


¡Hasta pronto!

Blondicienta.

sábado, 14 de mayo de 2011

Me fui...




...a vivir el sueño de estar en el Festival de Cannes.








A partir de mañana les cuento toda la movida de Stella Artois en la Riviera Francesa.

Me los llevo a todos ustedes en la valija, para no extrañarlos.


¡Au Revoir!

sábado, 30 de abril de 2011

Buenas nuevas





Allá por febrero decidí escribirme un memorándum. Una simple nota que oficiara de recordatorio para no olvidar los buenos momentos.

Hoy un pedacito de papel me queda chico. No puedo apretar la felicidad y acomodarla en un par de renglones. Me cuesta ocultar la sonrisa y reprimir la euforia.

Es tiempo de buenas nuevas, de noticias que oficien de plumero y sacudan el hollín que dejó el 2010. Hora de empacharme de alegría, de desear vivir despierta, de acostumbrarme a la extraña sensación de estar feliz.

La novedad que me causa semejante entusiasmo es que la gente de Stella Artois me eligió para ser la blogger que viaje a Cannes para cubrir la participación de la marca en semejante evento.

Siendo amante del cine, esta noticia es, sin duda, la mejor del año.
(Lo bueno, es que todavía quedan siete meses por delante con chances de destronarla y ocupar el primer puesto del 2011).

Si todo sale bien, en dos semanas estaré escribiendo desde esta misma computadora pero en algún cuarto de hotel de la Riviera Francesa. Andaré compartiendo con ustedes mis crónicas viajeras, que describan las caminatas por el Boulevard de la Croisette con el mar sonando igual que Tiersen.

Pondré pausa a las penas de amor, a los reclamos y a los desencuentros.
Me dedicaré a devorar la Costa Azul y a ir dejando miguitas de croissant como señuelo.

¿Me dejan?




Los que quieran conocer al ganador de la campaña de Stella Artois pueden hacer click acá. Se llama Gustavo Álvarez, es argentino, y es el nuevo Jacques d' Azur. Gustavo protagonizará un cortometraje que se estará filmando el día de mañana en tierras uruguayas.











domingo, 24 de abril de 2011

Donde cabe mi amor


Mi amor cabe en una cuchara, en un saquito de té, en un dedal.
En una línea de puntos, en un ojal.
Bajo la alfombra, detrás de la puerta, entre dos páginas.
En el bolsillo de tu pantalón, en el primer cajón de la cocina, en un vértice, en una baldosa.

Puede doblarse en dos, sin naftalina,y guardarse hasta el próximo verano.
Es resistente. Elástico. Maleable.
No mancha ni deja olor.
No se lava ni centrifuga.
No lleva pilas ni gasta corriente.
No ensucia, no contamina.
Puede comerse con la mano o con cuchillo y tenedor.

Es cauteloso y paciente.
Honesto y testarudo.
Confiable y benévolo.
Es torpe como estratega, perezoso para la huída.


Mi amor no entiende un NO sin fundamento, ni un castigo sin premio.
Tiene el botón de eject deshabilitado y es incapaz de extirpar los afectos que se anclaron.
No atiende excusas ni improvisaciones, ni entiende ausencias imprevistas.

Mi amor no busca salvarte, ni conmoverte.
Ni transformarte, ni exigirte, ni reclamarte...

Se conforma con vigilar tu desvelo detrás de la cerradura.
Con hilvanar tus lamentos y tejerte esperanzas.
Con sostenerte con broches invisibles cuando soplen malos tiempos.


Pero nada puedo hacer si te molesta mi amor.




Mi amor, el más enamorado, es el más olvidado, en su antiguo dolor.
Mi amor abre pecho a la muerte y despeña su suerte por un tiempo mejor.
Mi amor, este amor aguerrido, es un sol encendido
por quien merece amor...

Silvio Rodriguez

jueves, 21 de abril de 2011

Miguitas de pan



Se aflojó el elástico que me mantenía intacta, inmune a tu intransigencia.
Sentí el tirón de las hebras al cortarse y vi caer una docena de excusas junto a mis pies.

Me quedé sin tela para disfrazarte la verdad.
Desnuda en este otoño que no admite cobardes.

No consulté tu reglamento antes de desplazarme en el tablero. Arrojé el dado azoroso del destino y avancé, moviéndome más por instinto que por estrategia.
Me detuve ante tu desgano. Retrocedí ante tu desconfianza. Y volví al punto de partida cuando abandonaste el juego.


Con mis pasitos tímidos y mis inseguridades de sombrero, me acomodé a tu costado y te regalé sólo el perfil de lo que soy. Pretendí que me descubrieras distinta, debajo del blindaje y del corset de acero.

Guardé palabras para un después que a lo mejor no llegue nunca y canciones en un viejo reproductor sin batería.
Parpadeé cuando quise lagrimear.
Me crucé de brazos en el momento en que debí abrazarte.
Hice silencio cada vez que deseé probar tus besos.

Ya no tengo coartada, ni argumentos.

No me animé a soltarte todas las mariposas que almaceno bajo el pelo, ni a regalarte las estrofas que escribo cada vez que te pienso.
No te dije que soy fiel a lo que siento, ni que esta distancia impuesta me causa desvelo.
Me callé las ganas de colgarme de tu cuello y de sacudirte las penas con las yemas de mis dedos.
Decime cobarde, me lo merezco.

Sobre todo, cuando reparto miguitas de pan sobre tu puerta y formo un camino, largo, que va desde tu umbral hasta mi célula.

Cuánto más fácil sería (o hubiera sido) sacarle el polvo a las dudas y a la inercia, desvestirte sin aviso, y dibujar sobre tu espalda y con crayones, un pedacito de cielo...




"Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."

El Principito

sábado, 16 de abril de 2011

El beneficio de la duda


El beneficio de la duda suena a privilegio.
Supone una puerta entreabierta por donde uno se asoma sin atravesarla. Un espiral. Una calle sin dirección.
El privilegio, quizás radique en la calma que provoca ignorar una verdad, hasta que los signos de pregunta que nos sirvieron de guía se conviertan en despiadados verdugos que dictaminen una sentencia. El veredicto de la eterna espera, de la inacción.

Es que llega un momento en que la duda nos seduce con la propuesta de flotar eternamente en la orilla, donde el mar no rompe y sólo hace cosquillas. Sin sumergirnos. Sin llegar al fondo,ni del mar, ni de nada.
Y es ahí donde el camino empieza a angostarse y el nudo comienza a apretar en la garganta.
El temor, detrás de la duda.

Miedo a caminar con los ojos vendados hacia el punto en que radican las respuestas. Destaparlas, asimilarlas, incorporarlas.
Revolver nuestro mundo interior con una cuchara de madera hasta que podamos colar una idea nueva.

La remota posibilidad de que la incertidumbre se convierta en una micropartícula de goce, a veces aterra.
Pero hay recursos, pocos pero suficientes, para sacudir el pánico y animarse a descubrirle las mejillas a la felicidad: andar.

Y no andar en círculos sino en línea recta, con los ojos clavados en la meta.
Dejar de posponer, y proponer.
Dejar de pensar, y hacer.
Quiero un perchero en el paraíso para colgar mis alas y un pasaje en el bolsillo para disfrutar de un encuentro terrenal... porque el tiempo, que una vez me pareció una canilla inagotable de la que siempre goteaba un rato más, se convirtió en un chispero quemándome la planta de los pies.

Es hora de no postergar (te).
De explorar (te).
De decirte, que te cambio el silencio por un paquete de besos y la promesa de una única certeza: " que pase lo que pase, siempre será mejor que haya sucedido".



Cuando uno se enfrenta al camino con certezas, es probable que termine con dudas. Pero si lo empieza con dudas, es factible que se encuentre frente a frente con alguna certeza en alguna parte del recorrido.

Y en eso estoy.
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sábado, 9 de abril de 2011

Esa clase de mujer


Soy esa clase de mujer que no es suficiente.
De esas que siempre son buenas amigas, grandes confidentes, dispuestas amantes, pero que no alcanzan la categoría de indispensables. Con el brillo adecuado para alumbrar pero insuficiente para encandilar.

Suele faltarme una dósis de paciencia, un pestañeo oportuno, una carta sin mostrar.
Suele sobrarme una pregunta, una presencia, una lágrima que cae sin avisar.
No me alcanzan los ojos grises para desafiar soledades, ni los brazos como elásticos dispuestos a abrazar.

Son pocos mis encantos y demasiadas las dudas que pongo a dormir en un cajón.
Previsibles mis métodos, débil la red.

No bastan ni mi esmero ni mis ganas, ni todas las palabras que pueda coser sobre un renglón.

Soy de esas mujeres a las que, en cuestiones de amor, todo les cuesta el doble.
El doble de tiempo, el doble de paciencia, el doble de riesgo. Sin garantías, sólo siguiendo por instinto la flecha de salida que marca el corazón.
Sin la certeza de que el tiempo ablande, conmueva, enlace, acerque.

Tal vez sea una cuestión implícita en la felicidad, que a mayor sacrificio más gloria.
Para poder viajar hay que soportar la claustrofia de un avión que se desplace a diez mil metros del suelo. Para ganar plata hay que trabajar más que lo recomendable. Para hacer miel hay que tolerar las picaduras de las abejas. Para estar delgada y saludable hay que privarse de la comida más rica. Para saber, hay que estudiar. Para curarse, dejarse operar. Para ser madre, parir. Para llegar alto, subir.
Para enamorarse, esperar.
Para querer, sólo querer.


Ando atrapando mariposas con los dientes y despegando algunos cardos de mis pies.
Ese es el mayor riesgo del intento. No hay demasiado entonces para perder.









domingo, 3 de abril de 2011

Las excusas del final


Todas las relaciones que terminan tienen algo en común: el odioso final.


Soy de las que desearían profundamente poder saltearse esa parte. Quedarme con el recuerdo de la última mirada y pasar directamente a la etapa del olvido.
No tener que oír el temido: "tenemos que hablar", ni someterme a la agonía de una conversación que, desde el inicio, se sabe que va a terminar en un revuelto de lágrimas, excusas y frases sin sentido.

No existe una lista de palabras oportunas para poner fin al amor.
Ninguna es suficiente para calmar ese dolor repentino, que crece como una enredadera y que va abrazando cada músculo hasta dejarnos inmóviles.
Esa angustia que se cuelga de los párpados y que se renueva cada mañana al despertar.

Nadie puede hacernos sentir bien cuando nos dice que ya no nos elige para compartir el día siguiente, ni el que viene después.
No hay sinceridad que alcance, ni razón que justifique el desamor para aquél que todavía siente que está amando.

Podremos no ser la persona indicada, la que se quedó a mitad de camino, la que no pudo convertirse en el amor de la vida. Aquella que no superó las expectativas, la que perdió en las comparaciones con la nueva de la oficina, la que no le quitó el sueño ni le robó todas las sonrisas.
Pero no queremos saberlo. Porque por más cierto que sea lo que él diga, sólo nos quedará una certeza en el momento de la despedida: el dolor.

Un sabor completamente amargo. Una oscuridad absolutamente negra. Un agujero extremadamente profundo. Una piedra atascada en la boca del estómago.
La monotonía. El inacabable duelo. Y el tiempo consumiéndose en un gotero.

Desearemos que pasen las horas, las semanas y algún enero hasta recobrar la cordura que nos permita entender que el final era inevitable, quizás predecible y hasta conveniente. Que cada despedida no es más que un punto y aparte en nuestro historial de amores por venir en el que se enredan algunos amores sin porvenir.
Un ensayo con errores y algunos honores.
Y unos cuantos finales condenados a convertirse en anécdota cuando las lágrimas se den por vencidas.



Lo malo del amor, no es el amor, sino lo miserables que nos sentimos cuando se termina...

domingo, 27 de marzo de 2011

Cuando llega ese día



Pude sentirme como un papel mojado o una pelusa inmóvil junto al rincón.
Un barrilete enredado en la antena de un edificio.
Una gota de lluvia que nunca llega a juntarse con el charco.

Pude plegarme en dos, arrugarme como una sábana que aloja más pesadillas que amables sueños, colgarme de una percha por un invierno completo.

Intenté amigarme con la soledad en varios encuentros de café y silencio.
Hice una tregua con los impulsos y los miedos.
Diseñé laberintos para perderME y tácticas (involuntarias) para perderTE.

Escribí las respuestas para las eternas dudas. Las devoré hasta convertirlas en mi propio credo hasta que me di cuenta que se debilitaba mi propio argumento.

Fue una mañana de esas en que el verano holgazán comenzó a arrastrar de su mano al otoño.
Cientos de pájaros treparon a mi cabeza para hacer nido en ese rincón de mi alma que andaba deshabitado.
Desde entonces convivo con una sensación olvidada.
Salgo a la calle con un nombre atrapado en mi lengua y paso largo rato ahuyentando las ganas de un grito que exija tu presencia.
Lo ahogo como ahogo las palabras que hilvano pero que no convierto en declaración de amor.
Declaración de amor....suena raro y cursi para esta vida de defectuosos intérpretes solitarios en los que nos convertimos.

Ya no quiero ser la heroína de mi inverosímil versión del amor.
Quiero llorar desde adentro por si te pierdo sin haberte tenido nunca.
Quiero escuchar canciones de amor que digan lo que probablemente nunca pronuncie tu boca.
Quiero sentirme miserablemente vulnerable con esta confesión que escribo.


Se volvió inevitable pensar que tu presencia puede transformar mis horas y hamacar mi corazón.
Que tus brazos pueden asfixiar los fantasmas del pasado y que tu voz puede ser la mejor canción que escuche.


¿Qué se hace cuando llega ese día en que uno se descubre llena de cosas para decir pero con ese temor conocido a que el mundo se convierta en calabaza, sin príncipe y sin él ?




jueves, 24 de marzo de 2011

Sube y baja




El sube y baja siempre fue mi juego preferido de la plaza aunque por mi condición de hija única haya sido del que menos pude disfrutar.
Siempre dependía de la suerte o del destino. Que hubiera una nena sola con ganas de compartir la otra punta del juego o un nene con ganas de abandonar la pelota por un rato para ser cómplice de la rubia de trenzas.

Curiosamente, siento que el amor es el sube y baja de mi vida.
No puedo disfrutarlo sola, porque no se eleva, ni genera ningún tipo de emoción.
Puedo sentarme a esperar, con los pies sobre la arena, sin saber en qué momento aparecerá el compañero apropiado para el juego.
Enviar guiños y señales a los que se entretienen en el arenero. Incluso, hasta puedo acercarme a saludar al más tímido de todos para que no se asombre ante mis mejillas coloradas de vergüenza.
Probablemente intente convencerlo: el sube y baja es divertido porque se juega de a dos y el que está arriba, apenas por un momentito, puede ver una imagen distinta del otro, ¿sabés?
Y cruzar los dedos sobre la espalda para que acepte.

Será cuestión de no perder la calma, de tener la constancia de la hormiga y la paciencia de la araña. De frecuentar la misma plaza cada día. De desaparecer una vez por semana para generarle intriga. Hasta que una tarde, cuando me acerque al arenero, él ya esté de pié, prolijamente ubicado junto a la esquina, dispuesto a comprobar mi fascinante teoría del sube y baja.

Sube él.
Bajo yo.
Subo yo.
Baja él.
Sube
y
baja.


Hasta que él , en pleno vaivén, quizás pregunte: ¿Y cuándo se logra el equilibrio en este juego?
Y se amontonen en mi lengua peligrosas respuestas.

Pensaré que el equilibrio llegará el día en que hayamos transformado nuestro pasado en experiencia y que nuestro equipaje interior pese exactamente lo mismo. Cuando logremos desprendernos de los miedos que cargamos como piedritas en los bolsillos y estemos dispuestos a mirarnos a los ojos.
Tal vez sospeche que tu paciencia pueda agotarse antes de tiempo, que pueda aburrirte el envión constante de tus talones, la escena repetida y el mismo paisaje de arena y viento.
Pero seré capaz de prometerte que voy a estrenar un nuevo vestido cada día. Que improvisaré peinados y sonrisas. Que hasta me animaré a cantar y a soltar mis brazos al cielo. Que te diré que soy feliz de haber elegido al mejor cómplice para ese juego.



- ¿Y cuándo se logra el equilibrio en este juego?

- La pregunta no es cuándo, sino cómo.