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sábado, 27 de febrero de 2010

Cómo llegar a la tercera cita



Ayer hablaba con una amiga sobre los cambios que siguen sufriendo los vínculos hombre-mujer.
Es tan difícil llegar a la tercera cita como lograr que exista la primera. En ambas situaciones los miedos y las neurosis de ambos se van adueñando del asunto para impedir que el encuentro se produzca.
Si el otro vale la pena, porque hay posibilidad de que salgamos malheridos.
Si el otro sólo sirve para un rato, porque hay chance de que podamos lastimar.
Y así, otros tantos peros que dilatan el llamado y la posterior salida.

Pero suponiendo que la invitación llegó y que está el escenario dispuesto para vernos en acción, acá van los 10 mandamientos que toda mujer debería cumplir en la primera cita.

1- No beba en exceso. Una mujer ebria y con tacos altos puede ser un viaje al bochorno sin escalas.

2- No coma como si fuera la última vez. Evite pedir spaghettis que puedan quedar colgados como un péndulo entre la boca y el cuello. No intente innovar pidiendo alimentos que jamás probó, ni usar palitos en lugar de los clásicos cubiertos. Rechace el picante y las hojas verdes que pueden quedar abrazadas a sus dientes. Tampoco opte por una sopa que la obligue a hacer desagradables ruidos, ni por un pescado que contenga espinas ya que pueden obligarlos a terminar la cita en la guardia del hospital más cercano. Lo mejor será que pida un agua mineral sin gas (para evitar la inflamación) y un tomate partido al medio. Puede aderezar con sal sólo si no es hipertensa.


3- Preste atención a las señales que su candidato ofrece. Si mira hacia los costados y no se detiene a mirarla ni un instante, auséntese de inmediato y corra al espejo del baño de damas para registrar que no haya nada desagradable en su cara.
Si por el contrario, él la mirara fijamente en algún lugar puntual de su cuerpo, intente acomodar su escote con disimulo y evaluar la posibilidad de que las intenciones de él no sean las mismas que las suyas.

4- No atienda el celular en medio de la cena. Evite por todos los medios aceptar llamadas que provengan de su madre y que la obliguen a decir: "sí, parece un tipo normal, quedate tranquila".

5- Trate de mantener un diálogo interesante y sea capaz de escuchar con interés aunque él hable de fútbol americano o de las bujías empastadas de su auto. Ponga en modo "on" el rostro de persona compenetrada y asienta con la cabeza cada cuarenta y cinco segundos. Alterne el movimiento de vaivén con "claro, claro" y "si, si".

6- Evite mostrar demasiada inteligencia, talento y tener las cosas claras. Los hombres no quieren una competidora sino un animalito dócil. Pregunte como si no supiera para que él tenga la posibilidad de explayarse sobre los temas que domina: fútbol y mecánica. Hágase la asombrada, la que nunca escuchó semejante teoría sobre la posición adelantada.


7- No hable del pasado y anule de su mente las relaciones traumáticas que la depositaron en la más oscura depresión luego de que aquél novio la engañara con la compañera de trabajo. Por ningún motivo enumere la cantidad de relaciones truncas que tuvo ni deje que los ojos se le empañen al recordar al fulanito que le declaró su amor un verano y que para el otono la dejó.


8- Es preferible que mienta y diga que es huérfana antes que revelar las intimidades familiares.
No cuente que su hermano es un vago, su madre una loca y su padre un inmaduro que no sabe llevar las riendas de la casa. Tampoco invente que su familia es igual a la de los Ingalls. Ambos extremos suenan igual de patéticos.

9- Amague a pagar su parte para no quedar como piojosa. Al segundo ofrecimiento por parte del caballero de abonar la totalidad de la cena, ofrézcase a abonar el tomate.

10- Hay algo que debe recordar aún en caso de extorsión o tortura extrema. Nunca, pero nunca, diga que tiene un blog.




Si prefieren optar por ser sinceras y naturales, allá ustedes. A mi eso no me dio buenos resultados y lo único que logró fue que tenga un blog con un título poco alentador...

(continuará)


Hablando del blog, a una personita se le ocurrió incluirme en una encuesta sobre los mejores blogs de Argentina. No hay premio, es sólo por el honor. A los que quieran votarme pueden hacerlo marcando las cinco estrellitas acá.
Desde ya, muchas gracias ;)


martes, 23 de febrero de 2010

Amor de bajo consumo

Estoy rodeada de amores fallidos.
Amigas que se inyectan paciencia para esperar el llamado del que prometió volver a verlas. Que lustran el recuerdo de esa cara que hace tiempo que no ven para conservar al menos el registro de esos gestos que las conquistaron. Amigas que se deshidratan en lágrimas frente a un silencio que agiganta sus propias soledades.

Cada vez que me intoxico con desencuentros ajenos me cuesta purificar nuevamente mi fe.
Quiero creer en un amor sin aditivos ni conservantes. Que no sea bajas calorías ni que se preocupe por cuidar mi colesterol.
Un amor que no invierta en el envase y descuide el contenido. Que no me venda promociones los martes y que me deje sola los domingos.

Pero sólo veo castillos de arena junto a la orilla que el mar arrastra en un descuido. Y como ya perdimos la palita y el balde en otras playas, y nos cuesta juntar otra vez las ganas de construir sobre un terreno que no trae garantías de ser azotado por un maremoto, nos vamos silbando bajito, a refugiarnos en nuestra bolsa de dormir. Solas, mirando las estrellas que nunca estuvieron tan ávidas de ser vistas de a dos.

No quiero amores ecológicos ni cosechados en una huerta orgánica.
Ni amores tan verdes como crudos.
Ni amores tan livianos como plásticos.

No quiero amores reciclables que vengan envueltos en tela de arpillera.
Ni amores de bajo consumo que controlen el uso de energía.

En pleno avance en materia de recursos, yo quiero retroceder. Volver el tiempo al momento en que mi idea del amor era más simple, menos rebuscada. En que no existía sexo delivery, ni tachangou, ni amigos con derecho más que a ser amigos.
Rebobinar hasta ese ayer en que desconocía que el encuentro entre un hombre y una mujer era una materia tan difícil.




Dedicado a FC. Fuente de inspiración ;)





sábado, 13 de febrero de 2010

Para muestra basta un botón



Hay cosas que no se hicieron para mí, encabezando la lista con los deportes de riesgo.
No encuentro ninguna emoción en sobrevolar la ciudad aferrada a dos alas artificiales o en un globo al estilo Julio Verne.
Por culpa de mis ridículas fobias me perdí la posibilidad de sumergirme en las azules aguas de Xcaret. Aquello de pensar que unas patas de rana y un snorkel podían convertirme de pronto en una sirena me parecía tan poco probable que me quedé en la orilla a esperar el relato de mis amigas sobre el mundo submarino.
Mis pánicos no se limitan al mundo del deporte. Las alturas mayores a cinco metros me dan vértigo, los lugares pequeños me provocan claustrofobia y todo aquello que se mueva de manera artificial me marea. Esto último incluye autitos chocadores y cualquier montaña rusa que gire frenéticamente en círculos.

Hace seis años descubrí que había algo nuevo para agregar a mi listado de prohibiciones.
Un viernes cualquiera, después de mi trabajo, llegué hasta la casa de Diego que era mi novio hacía seis meses. Puse la llave en la cerradura, abrí la puerta y lo encontré sentado en la cocina junto a un tipo tatuado y con rastas al que no conocía. Aprovechando la puerta a medio cerrar, el visitante se escapó por el pasillo saludando apenas.

- ¿Quién era? - le pregunté con bastante curiosidad.

- El dealer - respondió con el mismo tono que hubiera dicho "el chico del supermercado".

- ¿Y desde cuando tenés un dealer?

- Desde recién. Es del barrio, lo conocía de vista. Le pedí que me traiga un poco de marihuana para que pruebes.

- Viví treinta años sin probar, ¿vos creés que es necesario que pruebe ahora?

- Y sí, dale. Vas a ver como nos vamos a divertir.

Cuando quise contestarle, él ya estaba encendiendo un cigarrillo armado con sus propias manos a los apurones.

- Tomá. Fumalo normal, como fumás los otros - me dijo como si eso necesitara de un manual de instrucciones para ser llevado a los pulmones.

Y yo fumé tal cual me dijo, como si fuera un Marlboro, sentada en una silla de la cocina mientras él me miraba y me mostraba una caja de alfajores que había para después de fumar.
Le convidé sólo dos pitadas porque, como él ya había fumado con rastaman, insistía en que fumara yo.
Me sirvió un café mientras hablábamos. Yo seguía fumando. Me contó sus anécdotas del día de trabajo. Yo seguía fumando. Me dijo que había alquilado una película y cuando quise levantarme para ir al living y acomodarme en el sillón para verla, empezaron los problemas.
El reloj de la cocina daba vueltas como si estuviera en medio del tornado de Twister. No sentía los pies y mi cuerpo se movía en cámara lenta como si me hubieran dado pausa con un control remoto imaginario.

- Diego, ¿vos decís que esto me va a divertir? A mí me está poniendo nerviosa - le dije mientras me arrastraba hacia el living como una oruga.

Después de que se produjera el milagro de llegar hasta el sillón, Diego puso la película.
Lo único que recuerdo de esas interminables horas en que la imagen se proyectaba en el televisor, es a él diciendo cada veinte minutos: ¡como corre esa bicicleta!
Bicicleta que ni con mi mayor esfuerzo alcanzaba a distinguir. Mi preocupación no era el rodado invisible a mis ojos, sino el grosor de mi piel. Algún hechizo debía haberme transformado en un monstruo de dos cabezas con piel de lagarto, porque al tocarme los brazos no podía sentirlos. Tampoco las mejillas...ni la frente. Así que me la pasé yendo al baño a mojarme la cara como si el agua pudiera devolverme a la normalidad. Supongo que de tantas veces que fui y vine debo haber dejado un surco en el pasillo y un charco del tamaño de Mar del Plata.
Entre medio, como una voz que provenía del más allá, lo escuchaba a Diego que se reía a carcajadas por una puta bicicleta que yo no alcanzaba a ver.

- Vení, vení, que te estás perdiendo lo mejor.

A esa altura yo había perdido todas las esperanzas de que el episodio del fasito fuera divertido y, con las pocas neuronas a las que no les había llegado el humo, repasaba mentalmente los hospitales cercanos.

- Diego, llevame al Alvarez.

- ¿Qué? Dejate de hinchar, que no estás para hospitalizarte.

- Diego, llevame, esto no es normal.

- Comete un alfajor, vas a ver que con eso se te pasa el efecto.

- ¿Estás seguro?

- ¡Obvio! Fijate.


Comí un alfajor. Nada. Seguía flotando como Alicia, pero en Floresta y sin tazas de porcelana ni conejos.
Comí otro. Igual.
Otro. Otro más.


- Diego, ya me comí cuatro alfajores y lo único que tengo ahora es ganas de tomar agua para bajarlos. ¡Esto no me saca el efecto! ¡Llevame al hospital, quiero ser la misma de antes!

- No seas tontita -dijo poniéndose meloso - ¿No sabés lo que dicen que hay que hacer cuando uno está fumado?

- No, ¿qué dicen?

- Que hay que tener sexo porque está rebueno.

- ¿Vos pensás que en este estado en que siento que me tragué una calesita voy a dejar que me toques un pelo? ¡¡Yo sólo quiero que esto se me paseeeee!!

Y dicho esto me deslicé como pude hasta el dormitorio. Diego me siguió entusiasmado pensando que yo había cambiado de idea. Hasta que se dio cuenta que mis planes eran otros: quedarme dormida para que al despertarme al día siguiente ya no me sintiera poseída por el lagarto de V.
Después de largo rato en el que intenté contar ovejitas que se llevaban por delante el cerco y caían desmayadas sobre la pradera, me dormí.
¡Santo remedio celestial! Al despertarme, mi piel había recobrado el tamaño natural y mis pies ya no flotaban.

- Buen día- me dijo el fanático de la bicicleta - creo que ayer te lo fumaste demasiado rápido, deberías volver a probar.

- Olvidate, que para muestra basta un botón. Eso no se hizo para mí.


Esa fue la única vez que probé marihuana. Sus efectos colaterales son similares a tirarme desde un puente para hacer bungee jumping con los ojos vendados.
La música de Bob Marley y el fasito buena onda integran mi lista de prohibidos desde aquella vez...


viernes, 12 de febrero de 2010

Ciudad de pobres corazones



Creo que me volví inmune a San Valentín.
O tal vez me cambiaron el chip mientras dormía.
Lo peor es que quizás una parte de mí se niega a estar enojada con una fecha que festeje el amor en cualquiera de sus versiones.

El 14 de febrero me mira desde el almanaque y ya no me broto ni siento nauseas.
Una rara sensación de esperanza me envuelve como la bata de la mañana.
Y no es por mí, es por todos. Es por todas aquellas almas vagabundas que sacan a pasear su corazón frágil atado a un piolín endeble, sin seguro contra decepciones y abandonos.
Corazones rotos, idiotas, incrédulos, que buscan un amor aunque lo nieguen.

Una ciudad copada por almas solitarias que arrastran su sombra impar y piden café para uno en cualquier bar. Que se molestan con la idea del intento que suena como una apuesta demasiado grande para quienes ya perdieron más de una vez.
Almas arrugadas o encogidas de tanta lágrima, cansadas del te quiero de lunes a viernes y no de lunes a siempre.

Ciudad de pobres corazones en busca de un amor honesto que abrace la soledad de los jueves.
Un amor que andará escondido ensayando un silbido para cuando nos vea pasar.
Ese amor necesario e indispensable para callar los silencios de las madrugadas. Para compartir un paraguas, una puesta de sol o un año de sal.


Así que esta vez, y con esmero, me sacudo el fastidio que me generan las fechas comerciales y trato de ver el lado bueno del 14 de febrero. Gente enamorada, creyendo que es mejor pelear por el control remoto que mirar una película en absoluta soledad. Que prefieren ceder sus mañas a cambio de tener con quien compartirlas. Que elijen ver la cara de su compañero cada mañana antes que el gris reflejo de su propio rostro en el espejo.

Feliz San Valentín entonces para todos aquellos que debajo de un corazón enlatado conservan intacta la esperanza de volver a enamorarse.






Y para aquellos enamorados que quieran subir una foto de su pareja a la web y participar para ganar una salida romántica, pueden ingresar acá . De nada ;)


martes, 9 de febrero de 2010

Una imagen vale más que mil palabras


Imaginen que abren la puerta del dormitorio y encuentran a su pareja en ropa interior junto a alguien del sexo opuesto.
Listo, ¿lo imaginaron?¿Se ubicaron en el contexto de la situación?
Bien, ahora piensen que una catarata de explicaciones inconexas inundan sus oídos. No es lo que creés, dejame que te explique y bla bla blá.
¿Podrían considerar la opción de que lo que estuvieran viendo en realidad significara otra cosa? ¿Cabría la remota posibilidad de que la escena que tiene todas las características de ser una infidelidad en realidad se tratara de una mala interpretación de ustedes?
Supongo que la respuesta sería un NO rotundo. Dicen que si mueve la cola, ladra y tiene cuatro patas, lo más probable es que sea perro, ¿no?

A eso me refiero con el título de la entrada. Hay imágenes, escenas, situaciones, que no requieren de subtitulado ni explicación. Mucho menos de excusas. Simplemente sobran.


Hace un par de años, en uno de los pocos paseos que compartí con mi papá y su nueva mujer, tuvo el desatino de contarme algo perteneciente a su mundo privado.
Veníamos recordando los años que no habíamos compartido, poniéndonos al tanto de anécdotas y momentos del pasado, cuando dijo, buscando complicidad:

- ¿Te cuento algo que le hice a Leticia?

Leticia es su ex mujer, aquella por la que dejó a mi mamá y con la que tuvo a sus otros tres hijos que serían mis ¿casi hermanos?

- Contame - le dije a la espera de alguna anécdota graciosa, divertida, como las tantas que almacena mi papá en el baúl de la memoria.


- El día que tu hermana estaba por nacer yo estaba de joda en un cabarulo. Me terminé yendo a un "hotel" con una mina de ahí y me olvidé por completo del parto. A la madrugada me llamaron desde la clínica para avisarme que ya había nacido y que era una nena hermosa.
Caí a las doce horas escondido detrás de un enorme ramo de flores que Leticia se ocupó de revolear por la habitación mientras me insultaba de arriba a abajo.

Se río.

Se volvió a reír como si contara algo realmente divertido. Creo que se habrá quedado a la espera de alguna carcajada de mi parte que nunca llegó. Quizás hasta esperaba una ovación de pie.
En su lugar recibió la total desaprobación de mi parte.

- No entiendo como podés reírte de tan patético comportamiento. En realidad no debería sorprenderme nada de vos. Sos capaz de eso y de cosas peores, sin duda.



Ese momento, ese relato que él atesoraba como el recuerdo de su juventud pirata, fue una bisagra en nuestra relación. No había excusa ni atenuante que lo hiciera ver menos monstruoso.
No pude menos que pensar que si eso había hecho con Leticia, otro tanto le había tocado a mi mamá, y sentí una desilusión indeleble que perdura hasta el día de hoy y que por eso la cuento, para sentirme un poco más liviana.


Si mueve la cola, ladra y tiene cuatro patas, es un perro.

Si puede reírse de aquello que debería darle vergüenza, es un mal tipo.

Esa es mi teoría.




Y hablando de mentiras, si quieren leer algo un poco más divertido sobre el tema pueden pasar por acá y ver lo último que escribí.
¡Buena semana para todos!

viernes, 5 de febrero de 2010

¡Callate,por favor!



Descubrí que mi jefe tiene otra manía: la de utilizar muchas palabras en inglés mientras habla.
Es habitual que se acerque a mi escritorio para ver qué disponibilidad tiene su agenda y en lugar de preguntarme: ¿Estoy libre el viernes?, me diga: ¿Estoy available?

Lo mismo hace a la hora de referirse a las relaciones públicas que pasan a llamarse PR (léase "pi ar" sin que tenga nada que ver con las aves), o para definir a los famosos que son tildados de "celebrities".

Pero parece que él no es el único que habla "cocoliche". El otro día llegó a la oficina el gerente de una importante compañía. Mientras esparaba que mi jefe lo recibiera en su despacho, tomó asiento en la recepción y sacó del bolsillo su moderno celular. Marcó un número y cuando del otro lado lo atendieron se produjo la siguiente conversación:

- Comansavá, mon cheri?

(Supuse que llamaba a alguien al extranjero...)

- Si, tremendo calor.

(Cambié de parecer)

- Si, caro amico. ¿Quando ci vediamo?

(A esa altura ya no sabía que pensar)

- Cool, cool, buenísimo, che...

(El "che" después del "cool" me hizo chirriar los dientes)

- Joya, el martes después de la ofi tomamos unos drinks.

(Ah, bueno, esto me superó. El único pensamiento que venía a mi cabeza era que me encontraba en presencia de un verdadero idiota que se creía un banana).


Cuando mi jefe se asomó por la puerta de su oficina para hacerlo pasar, el cliente lo saludó con un
"¿Cómo estás, querido?", a lo que mi jefe le contestó:

- Prendido fuego.


Si hay algo que me causa escozor es esa frase que utiliza. Creo que la primera vez que la escuché me reí pero ahora, como la usa unas veintitrés veces por día, lo único que me provoca es que se me enrulen los pelos del brazo y que arañe el escritorio hasta que se me salga el esmalte de las uñas. ¿Cuál es el sentido de decir que está "prendido fuego"? ¿Que hace 36° y el aire acondicionado no le alcanza? ¿Qué de chico quiso ser bombero? ¿Qué está en período de abstinencia sexual?


Lo peor de todo no es la mezcla sin sentido de palabras en otro idioma y sin subtitulado sino que al momento de escribir en español tenga que consultarme. Son frecuentes las tardes en que grita desde su escritorio:

- Blondaaaa, ¿ cómo se escribe prescindir?

ó

- ¿ Devengar va con "b" larga?


Y eso no es lo peor, ni lo que más me fastidia. Hay algo aún más irritante.
Ya le dije trescientas veces que no hace falta que me deletree, pero así y todo, cada vez que pronuncia alguna palabra en inglés de la que debo tomar nota me aclara:

- More. M ...o....r....e.

- Newsletter. N...e....w...s...l...e....t...t...e....r.

Y acá hizo una pausa, me miró y me dijo:

-¿Sabés lo que es un newsletter?


¡Ahhhh, no!

Puedo contar hasta diez o hasta cien, tragar saliva y bancarme su arte de hablar en el primer idioma que le viene a la cabeza. Puedo morderme la lengua y sonreír mientras silabea las palabras como en un dictado de la escuela o como si le hablara a un niño de salita azul, pero que me pregunte si se lo que es un newsletter cuando sabe de memoria que estudié lo mismo que él, en la misma institución y que encima me recibí cinco años antes...

¡No lo tolero!



¿Quedó claro o se lo subtitulo a su idioma? You break my balls.