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domingo, 12 de febrero de 2012

Viejos amores



Ayer abrí la inmensa caja que duerme en el fondo del placard.
Buscaba algo concreto y necesario, y me encontré revisando lo inoportuno.
Fotografías del pasado metódicamente separadas por año o por relación.

Una nostalgia inusual me llenó los pulmones.
Estaban todos ahí, mirándome a los ojos desde algún rincón del olvido, los viejos amores.

Cada foto era una escena recortada de mi vida. De esa vida de costumbres fabricadas de a dos, de silencios sin eco y cartas con destinatario, que en nada se parece a la de ahora.
Amores que supieron colgarme un rato de la luna, donarme promesas, abrazarme y respirarme.
Y amores que se perpetuaron en un intento, hasta desbordarse de mis manos y escurrirse en un adiós.

Entrelazados, apretados uno contra otro, formaban una secuencia azarosa de romances que invadía mi soledad con un pasaje al recuerdo.
En esa caja, y en alguna solapa de mi memoria, procuraban sobrevivir al destierro del olvido absoluto, obligándome a pensarlos.

Confieso que no fue fácil recordar algunos nombres. Los amores de relleno y al paso, los idilios de verano, los que duraron menos que la lluvia, los que no resistieron la distancia. Breves, huidizos, intrépidos amoríos de noches sin días.

Y los otros.
Los amores de varios almanaques. Los que todavía duele recordar.
Los que a pesar de las lágrimas no se oxidaron.
Los que siguen alquilando la habitación de servicio de mi vida.
Aquellos que dejaron una estría en el alma y una piedra en la garganta.

Viejos y grandes amores que con su adiós dejaron mi mundo en terapia intensiva. Devastaron los rincones felices, atentaron contra las canciones de amor y la poesía, recortaron del mapa las calles que nos vieron andar de la mano.
Amores que me arrancaron el afecto de los amigos compartidos, de los sobrinos, suegros y cuñados provisorios, multiplicando la tristeza.
Antiguos noviazgos de convivencia y mutua compañía. De corazones en el margen de las notas, baño de espuma y recetas de cocina para dos.

A la distancia, a esa distancia que no se mide en kilómetros sino en años vencidos, descubro que algunos de esos amores dejaron fisuras sin rellenar. Pequeños espacios vacíos, rincones abandonados que quedaron a merced de la vida, del futuro y del después.
Relaciones que no fueron capaces de morir en el punto final y que agonizan desde entonces en un lugar apartado de lo cotidiano. Personas a las que siempre me negué a dejar ir del todo, a las que me gustaría espiar por una cerradura imaginaria para poder contarles los lunares y las penas.
Nombres que resaltan en negrita en la historia de mi vida y surcan las hojas del pasado con la misma insolencia con la que prometieron la eternidad del amor.

Viejos amores que exilian una parte de lo que fuimos y nos modifican desde adentro hacia afuera.
Amores que ofician de antesala de lo nuevo, de lo que siempre está por llegar.
Y que aún no llega.