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viernes, 31 de julio de 2009

Sin acuse de recibo

Estimado Destino:

Recibí su mail esta tarde y decidí responderle para manifestarle mi fastidio ante sus reiteradas excusas. Yo entiendo que tenga muchos reclamos que atender, pero esta es la sexta carta que le escribo en lo que va del año y aún no recibo respuesta concreta a mi pedido.

¡Mire que intenté no molestarlo, eh! No vaya a creer que me quedé confiada en sus soluciones sin mover un dedo. No se equivoque. Lo que pasa es que últimamente la gente me anda diciendo que en definitiva todo lo maneja usted y creo que me lo terminé creyendo. Ahora, si esto no es cierto, le pido que me mande una señal- así no gasta en viáticos al divino botón-, y yo no pierdo más tiempo creyendo que en algún momento el viento va a soplar a favor y me va a despeinar todita de la emoción.

La verdad es que tengo miedo de que haya extraviado la primera carta que le mandé, en la que le enumeraba todo lo que me estaba faltando. Pero si no la tiró, hágame un favorcito y abajo de la palabra urgente, que le agregué justo antes de cerrar el sobre, ponga un asterisco y escriba que merezco un plus en concepto de indemnización por la demora. Para que la identifique más rápido, mis sobres tienen una estampilla con una muñequita rubia, igual a la que le mando ahora. Como siga sin mandarme el pedido y yo continúe esperando, le advierto que lo más probable es que las próximas estampillas contengan la imagen de una señora en batón sosteniendo la cartilla de PAMI.

¿Ve? A medida que le escribo le voy perdiendo un poquito el respeto del comienzo y es ahí cuando me pongo a pensar si en la carta anterior no se me habrá escapado un insulto y por eso está ensañado conmigo. ¡Pero póngase en mi lugar! ¿A usted le gustaría que le salieran callos plantales por la espera y alguna que otra cana por la rabieta? A que no.

Antes de despedirme le aclaro que en la puerta le dejé un par de canastos vacíos para que usted deposite el pedido. Si envía un cadete, dígale que traiga alguna identificación porque no son tiempos para abrirle a cualquiera y, si fuma, recuérdele que no tire la colilla en el canasto porque al de la otra cuadra ya se le prendió fuego el pedido recién entregado y anda quejándose de que no hay reembolso ante contratiempos.

Quedo a la espera, saludos.

Blonda

P.D1: No se le ocurra traerme un bebé. Yo sé que dicen que vienen con un pan debajo del brazo, pero como que no traiga un costal de harina y a la gallina Turuleca para que ponga huevos va a ser difícil que nos podamos alimentar de una sola baguette.

P.D2: Junto a la entrada le dejo un vasito de agua y un envase de alcohol en gel.

miércoles, 29 de julio de 2009

Oficina de objetos perdidos



Siempre es molesto perder algo.
Desprenderse involuntariamente de un objeto útil, o al que nos habíamos encariñado, por lo general nos provoca un cierto enojo. Damos vuelta carteras y cajones, volvemos atrás sobre nuestros pasos y repasamos mentalmente la última vez que lo usamos, con la esperanza de volver a verlo.

Si no aparece, tarde o temprano nos acostumbramos a convivir sin su presencia.


¿Pero qué pasa con el resto de las cosas que perdemos?

Me pregunto si se esfumarán de la nada y en la nada o si se escurrirán por alguna alcantarilla.
Tal vez exista un lugar desconocido donde se apilen amores olvidados, afectos presos del descuido y gestos ignorados.

Propongo crear una oficina de reclamos donde uno pueda protestar por todo lo que fuimos extraviando en los años vividos.
Que tenga un escritorio repleto de formularios para solicitar que alguien se ocupe de devolvernos el tiempo perdido en una discusión innecesaria o en relaciones sin sentido y una empleada malhumorada a la que podamos recriminarle ante un llamado del que jamás obtuvimos respuesta o de una carta que pareciera no haber llegado a destino.
A la entrada, un buzón donde depositar una queja por todas las lágrimas que rodaron sin rumbo y por las palabras de amor que se escaparon por impulso.
Crear la OMAP (Organización Mundial Anti Pérdidas) que nos permita protestar por los abrazos dados y jamás merecidos, por las noches de desvelo ante un problema sin solución, por los domingos de encierro y melancolía. Por horas y horas atando cabos y desatando nudos en el estómago. Por momentos en que hicimos lo que debimos y no lo que quisimos. Por silencios que merecían ser llenados con algo que no supimos decir.

Los que hayan perdido algo importante y deseen sumarse a este proyecto, sólo deben dejar su comentario con el pertinente reclamo y los datos de aquello que quieran recuperar.

Tal vez si todos focalizamos la energía en una misma causa estemos a tiempo de recobrar una parte de lo perdido.
O al menos, aprenderemos a no resignarnos.







jueves, 23 de julio de 2009

Tirar la bombacha


Muchos recordarán el viento que soplaba como loco la semana pasada.

Como él y yo no nos llevamos bien, decidí recluirme en mi hogar, pegadita a la estufa, y olvidarme de que afuera existía algo llamado mundo.
Así que pasé la mayor parte de mi tiempo pegada al monitor viendo películas o leyendo blogs. Vida de ameba, básicamente.

En eso, algo captó mi atención y me obligó a sacar los ojos de la computadora.
Un objeto no identificado de color fucsia y diminuto tamaño, pasaba volando por delante de mi ventana para luego alejarse a toda velocidad.

Por el color, primero pensé que podía ser un pájaro, aunque no creía que el pobre bicho eligiera andar paseando con tremendo viento.

Así que arrastré mis pies en pantuflas hasta el balcón y me asomé para ver qué era lo que sobrevolaba la ciudad en semejante día.

¡Mi tanga, mi tanga! - les grité a mis dos gatos - ¡Mi tanguita guerrera!

Claro, si soy tan pavota de dejar el mini tender afuera en un día huracanado, lo mínimo que merezco es que mi adorada bombacha salga disparada del broche y vuele por las calles de Belgrano en busca de un nuevo hogar.

Dicen que ver caer una estrella es señal de que algo bueno está por llegar y que hay que pedir tres deseos, pero...¿alguien conoce si existe alguna señal encubierta en el revoleo involuntario del calzón?


Yo, por si acaso, los tres deseos los pedí.


¿Qué me habrá querido decir?



Ayer hablaba con una amiga a la que su touch-and-go de turno le pidió un tiempo, según él, para ver si la extrañaba. El diálogo más o menos fue este:

AC (Amiga conjeturadora)
- Me dijo que quiere estar un poquito solo.

Yo
- ¿Cómo sería "un poquito"? ¿No te dijo?

AC
- No. Sólo me dijo que él me llamaba.

Yo
- ¿Y vos qué le dijiste?

AC
- Que bueno, que estaba bien. Si él necesita tiempo no me voy a oponer.

Yo
- Ajá

AC
- Pero anoche no me aguanté y le mandé un mensajito de texto.

Yo
- ¿Y para qué? ¿No era que entendías su necesidad?

AC
- Si, la entiendo de a ratos. Lo que pasa es que cuando me olvido empiezo a conjeturar.

Yo
- ¿Y qué conjeturás?

AC
- Que tal vez me lo dice a propósito, para ponerme a prueba, comprobar mi grado de tolerancia, ver si me importa o no lo que me dice. Qué se yo, tantas cosas pensé...

Yo
- No deberías tratar de pensar con su cabeza. Cada vez que lo hice me fue para el piiiiiii. Si te dijo una cosa, ¿por qué pensar que oculta otra que no dijo?



Y en eso me quedé meditando, en la manía que tenemos (al menos las mujeres) de conjeturar, de crear supuestos de lo más inciertos sobre una infinita cantidad de posibilidades que ocupan la mente del otro.

Un desgaste sin sentido que nos envuelve en un círculo vicioso que hace que caigamos en nuestra propia trampa y que, después de un rato de tener la mente llena de hipótesis, terminemos por seleccionar una que nos devuelve un semblante relajado y que nos mantiene a la espera de confirmar la teoría.


Ilusas enceguecidas y completamente sordas. Empecinadas en escuchar lo que queremos, como si el esmero en distorsionar lo que oímos nos sirviera de Raid exterminador de frases indeseadas.

Si el otro dice necesito un tiempo, está claro que no está disfrutando de nuestra compañía. Detrás de esa excusa pueden venir agregados que redundan la idea:" tengo mucho trabajo, no me alcanzan las horas, quiero retomar algunas cosas que dejé de lado desde que nos vemos...", y que son el disparador de ese motorcito mental que hilvana supuestos que no amortizan el golpe, sino que nos conducen a una estrepitosa caída.

¡Abramos la trompa de Eustaquio, por favor! Si había dejado de reunirse con los amigos de Tai Chi Chuan para jugar a la casita robada y ahora quiere volver a hacerlo, si prefiere quedarse después de hora en el trabajo hablando con la gente de maestranza o con el fumigador, o si se queja de que no le alcanza el tiempo porque se anotó como colaborador en una fundación que prohibe la matanza de bichos bolita, por más conjetura que hagamos nos llevaremos del primero al último puesto en el podio de las ingenuas.

¿No sería más fácil extirparnos la conducta negadora y entender que el que dice blanco no quiso decir negro o beige?
¿O realmente nos creemos que por camuflar la verdad va a dejar de existir?


Como dice el Nano Serrat : Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.


Y sí, la verdad duele, pero su dolor es mucho más honesto que el de un engaño sostenido. ¿O no?















martes, 21 de julio de 2009

Atrapar al conejo




Alicia vio pasar al conejo gritando "¡Qué tarde voy a llegar!" y lo siguió, para intentar alcanzarlo.

Ya sabemos que ella lo corría en sueños, recostada bajo un árbol.
Yo no. Yo persigo al conejo blanco en la vigilia. Rozándole siempre la cola y viendo como se escapa.

En la madriguera en la que caí, persiguiendo mi sueño, no hay pócimas ni brebajes que me permitan hacerme minúscula e imperceptible ante las obligaciones que hoy no puedo asumir, ni pasteles que me agiganten cuando requiero una dosis doble de autoestima.
Detrás de mi puerta no hay jardines con orugas y liebres, ni partidos de Croquet jugados entre naipes. Sólo hay un montón de deudas apiladas y un burlete flojo por donde se filtra el invierno.
No hay té inglés servido en tazas de porcelana. La alacena está en huelga mientras el estómago canturrea tanto hambre como el espíritu.

Pero hay pasto gratis y tiempo libre que abunda y, que invierto, en nuevas estrategias para atrapar al conejo.
Y en esa apuesta silenciosa, que lleva la marca del anhelo, aprovecho y aprendo.

En las horas que se escurren sin negociar una tregua con las hojas del almanaque, trato de capitalizar esta experiencia y hago una lista invisible que me sirva de recordatorio para el después.

En azul indeleble anoto lo que no debo olvidar:

1- No está mal que mis pies toquen la línea del fondo, porque en el camino de regreso a la superficie irá quedando el peso que me impulsaba hacia abajo. Una vez arriba y sin proponérmelo, habré aprendido a nadar.

2- Lo bueno y lo malo siempre se convierte en recuerdo. Ésto también pasará.

3- Las carencias del presente me permitirán saborear el doble lo que consiga mañana. Mi paladar será un experto en degustar éxito y derrota, y ya no confundirá sabores amargos o agridulces.

4- Lo que se fue es mejor que se haya ido ahora y no cuando su presencia me fuera indispensable.

5 - Es bueno tener enemigos. Con su imperiosa necesidad de que me entere cuánto me desprecian, sólo logran recordarme lo mucho que me consideran. Es grato saber que uno no pasa desapercibido.

6- Si voy a reír o llorar, que sea con las tripas. Si abrazo, que sea como un pulpo. Si agradezco, que sea con ganas. Que mis gestos sean consecuentes con el deseo. No más imposiciones para el alma.


Y bendigo esta pausa obligada, que creí despiadada en el inicio.
Sin ella no me hubiera calzado los lentes con aumento que me permitieron detectar las miserias propias y ajenas, ni escarbar en corazones huecos.
No hubiera podido leer hasta quebrar los párpados, ni alimentarme de tinta y papel.

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La Reina de Corazones amenazó con decapitarme. Me sometió a un juicio en el que no hay culpable, más allá de mi propio descuido por abandonar el rumbo que nunca debí dejar.

En un país que no es tan maravilloso como el de Alicia y que lleva sobre su puerta un cartel que dice "vuelvo enseguida", tuve la opción de ovillarme entre las sábanas tibias de la depresión y colgar los brazos en el desgano absoluto.

Pero decidí seguir participando en la carrera, porque la vida está llena de conejos blancos.

Es sólo cuestión de afinar la puntería y de escuchar esa voz interior que dice:"Dale, nena, corré, que se hace tarde."




¿Qué conejo blanco persiguen ustedes?




lunes, 20 de julio de 2009

Amigos de todos los colores



Otro día del amigo.

Y un repaso inevitable por esos seres increíbles que vamos levantando en el camino y que acomodamos en un espacio de nuestra vida.

Algunos, más transitorios que otros.

Amigos estacionales con quien nos tocó compartir alguna cama cucheta en un departamento para cuatro, donde éramos nueve. Todos unidos por la satisfacción de veranear solos por primera vez y por la exquisita libertad de poder llenar el piso de arena sin que nadie nos obligara a limpiarlo.
Amigos que el verano unió para que una ola los deposite en el recuerdo y en viejas fotografías que se vuelven amarillas con el paso del tiempo.

Otros, compañeros de roles, interpretando el papel de oficinista. La amistad a la que casi obliga la luz dicroica y el madrugar semanal. Amigos de papel oficio mechados con almuerzos en un bar de la calle Florida, que quedan en el cajón del escritorio cuando la puerta de calle se cierra.

Algunos, amigos de amigos. Conocidos ante el flash de una cámara que nos abraza mientras decimos "whisky" y a quienes volveremos a ver en un próximo brindis.

Amigos bloggers. De esos que asumimos que llevan el nick escrito en el DNI. De quienes sabemos lo que cuentan y respetamos lo que callan. De quienes nos encariñamos por esa magia que encierra el don de la palabra.

Las chicas de la facu, los del curso de inglés, los de Ushuaia.
Los del club, que duraron hasta que se venció el carnet.
Los de la infancia,con el sonido de un tren que pasa cantando la misma canción y la inocencia luciendo zoquetes y dos colitas. Llenos de vereda saltando al elástico y Gotitas de amor en la butaca de un cine de barrio.

Y otros amigos, que llevan el nombre en mayúscula.
Esos que entienden que no queremos hablar o que no podemos reír. Que saben cuándo preguntar, cuándo aceptar y cuándo estirar una mano para nuestro lado.

Esos que perduran en el tiempo, más allá de arrugas y maridos, más allá del trabajo y los hijos.

Amistades que combaten las miserias, que aumentan la alegría, que reparten emoción en el abrazo dado a tiempo y que confirman mi suerte por haberlos elegido.

A ellos, a cada uno de esos hermanos que tuve la suerte de ganarme en el sorteo, mi sincero agradecimiento por años o semanas de amistad.

Y por entender que soy humana y evitar la pregunta que, muchas veces, no podría responder.


¡Feliz día del amigo!


sábado, 18 de julio de 2009

¿Dijo Bypass?



Ante la nada, decidí presentarme a la segunda entrevista con la esperanza de que esa mala impresión del primer día se evaporara ante una interesante propuesta o una remuneración tentadora.

Los seleccionados habíamos sido quince, según dijo el pelado de aspecto robusto que se presentó enfundado en un traje que pedía ser reemplazado por un talle más. En la sala donde todos nos habíamos acomodado en sendos pupitres éramos sólo siete. Ocho ya habían quedado en el camino.

Me recliné en el asiento dispuesta a escuchar la charla que ya llevaba treinta y cinco minutos de demora. Bla, bla, blá y más bla, bla, blá. No decía nada ni de horario, ni de tarea concreta y muchísimo menos de remuneración.

A la hora, un posible compañero que estaba sentado al fondo, interrumpió la monotonía:

- Disculpame flaco, nos hicieron venir ayer, nos hacen venir hoy, llevás una hora de discursito y todavía no decís nada de cuánto vamos a cobrar. Esto es una falta de respeto.

Y se armó el tole tole.

Discutieron un rato, esgrimiendo palabras ofensivas y motivos que justificaran el alboroto, hasta que el pelado se declaró victorioso cuando terminó por echar a su interlocutor.

En un clima poco agradable, continuó hablando sin decir nada interesante. Lo importante, lo que a todos nos preocupaba, lo dirían al día siguiente...¡ sí señor!, en nuevo episodio de la interruptus entrevistus.


Al otro día, amanecí con una espina clavada entre los ojos : Vas a gastar la suela de las botas , chupar frío y perder un par de horas de tu vida al divino botón.
Pero no escuché a mi vocecita interior y me fui.

Misma sala, mismos bancos, ¿mismos compañeros? No. De los siete del día anterior, ahora éramos sólo tres. Mala señal - me dije- te hubieras quedado jugando al solitario o contando granos de arroz sintonizando una radio AM.

Ojalá. Cualquier plan hubiera sido más atractivo que escuchar al supervisor de la empresa. Un flacucho altanero que deglutía todas las "s" de su discurso y que cada tanto decía ¿ Me siguen...man? Realmente me asombraba que alguien que no fuera Paolo el rockero todavía pronunciara semejante palabra.

Y siguió, en su banquete de eses y con su porte de sabelotodo, enumerando con orgullo su experiencia con "los más grandes chantas del mercado", según su propia expresión.

A esa altura, yo sólo me imaginaba en la comodidad de mi casa, surfeando en las páginas de las consultoras, con una enorme taza de café con leche en la mano, y maldecía no haberle hecho caso a mi sexto sentido.

Ahí fue cuando dijo anoten y enumeró una infinita lista de productos a vender: líneas de telefonía fija, conexión a internet, teléfonos celulares, abonos de todos los colores, cámaras y hasta computadoras financiadas por Telefónica de Argentina.

Cuando empezó con la parte técnica y la descripción del cableado que cruza en la zona de Adrogué, bostecé y lo interrumpí:

- Disculpame, nos dijeron que duraba dos horitas la charla y ya van casi tres. ¿Podrías decirnos las condiciones de contratación y las ventajas de trabajar para ustedes?

La respuesta fue breve, sobre todo, porque no había ventajas para mencionar.
No trabajás, no cobrás. No hay aguinaldo porque no hay sueldo básico ni viáticos, pero eso sí, hay ART.

Como no tenía previsto romperme una pierna en el cablerío de Adrogué, entendí que seguir ahí sentada era una completa pérdida de tiempo.

- Disculpame, nos habían dicho que la charla duraba dos horas hoy y que seguía el lunes...

Raudo y veloz, entendiendo el mensaje, nos dijo:

- Vayan, vayan. Hacemos un bypass hasta el lunes.


Impasse, nabo - pensé - cuando volvía apretujada en el vagón del subte, pero feliz de estar cada vez más cerca de mi casa.







Como verán, hubo cambio de look. La Blonda que decora la cabecera ya no anda de prestado por mi blog. Ésta fue registrada para evitar inconvenientes y su autora es una gran diseñadora a quien conozco desde el colegio. Pueden ver algunos trabajos de ella en: www.fermonte.blogspot.com


miércoles, 15 de julio de 2009

Tratame bien




Hay un sólo motivo que logra mantenerme sin pestañear frente al televisor: el unitario Tratame bien.
Es una joyita de las que no abundan, donde el talentosísimo Julio Chavez le da vida a José, un armenio obsesivo, malhumorado e intolerante, pero de gran corazón, que trata de salvar del derrumbe su matrimonio con Sofía, interpretado por una genial Cecilia Roth.

La historia es una montaña rusa de emociones que tiene como eje del conflicto una crisis de pareja que, a partir de ahí, en una suerte de efecto dominó, comienza a revelar conflictos que estaban ocultos y mentiras silenciadas.

A medida que avanza la historia van saliendo los trapitos al sol. Infidelidades, amantes que demandan, madres ausentes, hijos a la deriva y sesiones de terapia en las que los protagonistas intentan acomodar los pedazos sueltos de sus vidas, ante el reclamo que da nombre a la miniserie: Tratame bien.

Es evidente que si padres e hijos, marido y esposa, hermanos y socios, se hubieran tratado bien, el conflicto hubiera sido menor o hasta quizás podría haberse evitado.

Pero José hace que trascienda la necesidad de ser respetado fuera del núcleo familiar y la lleva a todos los ámbitos: el taxista desfachatado, el vecino crítico, el vendedor deshonesto y el entrevistador que lo interroga para ver si es apto para la búsqueda laboral a la que se presenta.
Por supuesto que, con el carácter de José, no tarda en llegar el reclamo de una mínima cortesía ante ese interlocutor que ofrece un módico sueldo por diez horas de trabajo y que encima se da el lujo de ningunearlo.

Como yo no soy José, hoy soporté estoica una entrevista de trabajo que podría calificarse de olvidable.

Ayer me llamaron para avisarme, con bastante desgano, que me presentara a las diez de la mañana de hoy, para una entrevista para ejecutiva de cuenta de Telefónica de Argentina.
Genial - pensé - empieza a resucitar el mercado laboral.
Y me fui, soportando la mutilación de mis pies en sendos tacos altos y esquivando maletines en el subte, hasta la dirección que me habían dado.

Cuando la recepcionista me abrió la puerta, lo primero que noté es que no había espacio para que yo pudiera ingresar a esa habitación de cuatro metros cuadrados. O la recepcionista se sentaba, o yo permanecía afuera, o dinamitábamos la puerta de acceso.

Al grito de permiso, permiso, y tratando que mi curriculum no se arrugara, logré pertenecer a ese grupo de postulantes encimados como sardinas, y llegué a añorar con toda mi alma la incomodidad del subte, en esa hora veinte que demoraron en llamarme por mi apellido.

Mientras entre todos nos peleábamos por un poco de óxigeno, cogoteando sobre la cabeza del compañero, la entrevistadora, que iba y venía llamándo a la próxima víctima, se atrevío a decir:
- Disculpen que no haya lugar para que esperen cómodos, pero agradezcan que pueden llegar a conseguir trabajo.

Pensé en apuntar directo hacia su nuca, revolearle mi stiletto negro, y con suerte dejarla inconsciente para que aprendiera la lección, pero rápidamente volvió a su madriguera para continuar con las entrevistas.

Miré a mi costado: gente de todas las edades, variedad de vestimentas, aros en alguna nariz o mochilas fluorescentes en lugar de cartera. Raro -pensé - surtida convocatoria.

Llegó mi turno, cuando ya no sabía en que pierna apoyarme o que canción tararear internamente como para amenizar la espera.

Pasá por acá, sentate, sí, me siento, ¿trajiste el curriculum?, acá está, averaver, bueno, es un puesto para ejecutiva de cuenta de Telefónica, ajá, porque está por lanzar una gama de productos nuevos para los comerciantes, ajá, si te interesa tendrías que venir mañana a las diez para que te cuenten en detalle como es el trabajo y te muestren los productos, ¿te interesa?, mirá, me interesaría saber en qué rangos anda la remuneración, ah, esomañanachiquita, claro, me imaginaba, pero al menos me podrás decir si el contrato es con Telefónica ¿no?, no, primero es con una cooperativa de trabajo, y después con nosotros, somos una empresa seria, no de esas que levantan los muebles y desaparecen(?), ¿venís mañana o no?, y bueno...


Salí queriendo patear tachitos por Lavalle, con ganas de llamar al 0-800-entrevistasdignas y de levantar una queja ante el EVES (Ente de víctimas de esta sociedad).

Pero caminé hasta la entrada del subte, recordando a José y su entrevista de trabajo en la ficción, y sentí que no era la única, ni la última. Que por desgracia, ésta era una escena más, de las tantas que se repiten a diario fuera de la ficción.

Cuando bajaba, una viejita de esas que ya no tienen edad, pedía una moneda con una lata que temblequeaba al ritmo de su pulso. Muerta de frío, apenas abrigada y con un gesto de desolación encarnado en su cara agrietada. Le dejé una moneda a cambio de un gracias que resonó en mis oídos durante el viaje de regreso.

Y si estaba mal, me sentí peor.
Hasta agradecí a Dios y todo, por no ser ella, ni aquel, ni ese otro.
Es que de verdad, hay gente para la que ser tratada bien, es sólo una ilusión.

domingo, 12 de julio de 2009

El gran pez



Parece que el segundo semestre del año viene envuelto en un aura de esperanza, como si el primero hubiera servido de aprendizaje y una vez erradicadas las malas hierbas, volvieran a crecer algo más que cardos.

Creer o reventar, diría mi abuela santiguándose frente a la Santa Rita,pero las cosas están cambiando.
La semana pasada, mientras desayunaba, sonó el teléfono. Para mi asombro, del otro lado de la línea escuché la voz de mi papá, al que no veía desde diciembre.
Fue expeditivo en el mensaje: Te pasamos a buscar hoy por tu casa, dame la dirección.


Muchos saben que mi papá es una deuda pendiente en mi vida, una pila de palabras amontonadas en la garganta y otro tanto de momentos que ya nadie me devuelve.

Y ahí estaba él, con más panza y menos pelo, acompañado de su nueva mujer, llevándome a cenar al mismo lugar en que mi mamá y él me sentaban en una silla alta que me permitiera alcanzar la mesa.

Se detuvo el tiempo por un instante y se me arrinconó una lágrima en los ojos cuando dijo Vos sabés que no soy un tipo fácil, pero te quiero.

Y sí, sé de memoria que no sos un tipo fácil, viejo.
Sé también que tu ausencia me tatuó el miedo al abandono en la nuca y que perdonar se me hizo un hábito más que una elección.
Pero así y todo se ve que yo también te quiero, y que todavía me brillan las pupilas cuando relatás tus anécdotas de Gardel y hablás de un pasado que me suena tan ajeno.
Sos de pronto Edward Bloom en El Gran Pez y yo soy ese hijo que se deslumbra ante tus exagerados cuentos, que jamás llegará a saber si alguna vez ocurrieron.



El domingo me regaló una postal, de esas que la consciencia se empeña en ajustar a la memoria para que el día menos pensado podamos revivirla y repasarla a nuestro antojo.
Una mesa larga, con un padre asador llevándose los aplausos. Rostros desconocidos que me observaban desde el lugar de las preguntas y respuestas flotando en la sobremesa, que algún día llegarán.

Hoy existe para mí una promesa nueva, estrenada en este invierno cansado de escarchar tantos afectos.
Un pacto tácito, un juramento eterno que quizás no dure más que un momento, pero que tiene sabor a oportunidad y a enmienda, a brindis de un flamante encuentro.

sábado, 11 de julio de 2009

Los insólitos alcances de la moda


¡Qué no hicimos para estar a la moda!
Sobre todo a fines de los ochenta, década que nos hizo renovar el guardarropa en cada temporada.
Pasábamos de la camisa hawaiana - un canto al mal gusto -, a la remera verde flúo asesina de córneas.

Recuerdo haberme subido a enormes plataformas charoladas que realzaban las bondades de un pantalón palazzo y pasar horas frente al espejo con el spray en la mano hasta que mi flequillo quedara convertido en una cresta rígida a prueba de tornados. No era punk, era modernosa.
Escuchaba The Cure y Depeche Mode en público, y me mataba a escondidas con algún lento de Bon Jovi o canturreando una de Milli Vanilli (¿se acuerdan?), dándole play a ese casette que recopilaba música cursi para piantar lagrimones.


Caminé como Morticia Addams, enfundada en una pollera tubo, y me pavoneé con orgullo con mis hombreras al estilo Don Johnson.
Tuve novios que usaban jeans nevados y anteojos espejados, y amigas que se luqueaban como Madonna.
Soporté pantorrillas agarrotadas de dolor por culpa de los taco aguja y tres tinturas al año para convertir mi rubio en morocho, y después en colorado.

Sabemos que somos - o fuimos - capaces de hacer el ridículo para estar al grito de la moda,
pero lo que me hizo gritar esta vez fue la conversación que escuché el 8 de julio en el colectivo.

Yo estaba sumergida en la lectura de una revista cuando detecto a dos cacatúas adolescentes que parlotean de pie junto a mi asiento.
Veinteañeras ellas, se quejaban de viajar apretadas y amortizaban el tiempo hablando sobre la moda.


VCCEP (veinteañera caracúlica esquivadora de pasajeros)
- ¿Viste qué lindo lo que me regalaron para mi cumple?

VFSC (veinteañera fashion sin cerebro)
- Ay, tu cartera es lo más. ¿ Te la regaló tu vieja?

VCCEP
- No, las chicas.

VFSC
- Yo anduve por Palermo el otro día. Me mata Palermo, mirá lo que conseguí.

VCCEP
- ¡Notelapuedocreer! ¿Dónde la compraste?

VFSC
- ¿Vissste? Yo de chica odiaba usaba usar escarapela. Eran horribles, súper mersas. Mi vieja me ponía esa del moñito en el guardapolvo, un bajón.

VCCEP:
- Yo usaba la común, la redondita. Era igual de fea.

VFSC:
- Ahora estoy chocha con mi escarapela. Me costó veinte pesos, pero es divina. Súper minimalista.


Decidí concentrarme en mi lectura. Leer una receta de huevos poché o el paso a paso de un velador reciclado, era mucho más interesante.
Pero no pude. Me pasé el resto del viaje pensando en la escarapela minimalista y sólo llegué a la conclusión de que la moda a veces nos convierte es personas animalistas.

Con perdón de los animales.
Y de la pobre Patria.








martes, 7 de julio de 2009

Pandemia emocional




El "cochino" virus se adueñó de todo.
En la televisión sólo hay imágenes de barbijos y estadísticas de infectados y, en los diarios, fotografías en primera plana que retratan la espera de presuntos enfermos en hospitales colapsados.
Nuestra vida cotidiana también se modificó: nos quedamos sin cine y sin teatro, nos volvimos adictos al alcohol en gel y aprendimos a hacer control mental para no largar un estornudo en el subte que nos convierta en receptor de todas las miradas.

Pandemia de N1H1, la nueva gripe que se impone para los próximos tiempos.

Pero hay una epidemia que nos acompaña desde que dejamos la adolescencia e intentamos convertirnos en adultos, que no merece ser contada en los noticieros ni en la cola del supermercado.

Hay cosas que eran y dejaron de ser, que mutaron y devinieron en lo que hoy nos parece normal aunque una parte de nosotros las extrañe con locura.

Crecimos jugando en la vereda y terminamos sintiéndonos seguros con una puerta blindada y un gas paralizante en la cartera.
El mercado que nos fiaba se fundió y la libreta del almacenero es un recuerdo. Ahora llevamos en la billetera diez tarjetas diferentes con descuentos y financiamos la compra de la semana.
El scalextric dio paso a la playstation y el chavo del ocho a los programas de Cris Morena.
La granadina con soda fue víctima del Terma, y la comida casera del delivery de sushi.
Las cartas de amor, de trazo entusiasta y una ilusión apretada en el sobre, perdieron el encanto frente a un mail escrito en arial tamaño doce.
El teléfono público es un objeto de culto y, las llamadas para decir te quiero antes de dormir ahora se abrevian y viajan hechas un jeroglífico vía celular.
Transformamos los rulos naturales en un perfecto lacio, lo crudo en cocido, lo fácil en rebuscado.
Dormimos menos de lo necesario, abrazamos menos que lo indicado y nos olvidamos más que lo recomendado.


Pensamos mil veces antes de decir que sí y, por si acaso, primero decimos no.
Demoramos sin razón lo que es urgente y usamos la rapidez para andar contra un reloj que nos domina.
Entramos sin pedir permiso, nos vamos sin decir perdón.
Herimos como si no importara y lloramos sólo si existe una buena razón que nos diluya el rimmel.

Nos lamentamos cuando ya es tarde, reconocemos el error cuando no tiene arreglo, vomitamos rencores sin sentido y callamos porque es mejor no quedar expuesto.
Escatimamos, negociamos, medimos y mendigamos.
Censuramos, criticamos, señalamos. Detestamos o idolatramos con el mismo afán. No decimos gracias y olvidamos pedir por favor.

Descuidamos los detalles más elementales, olvidamos los códigos básicos, perdemos el sentido de lo que está bien y lo que está mal.
Y nos acostumbramos a la selva, entre tanto león dispuesto a dar el zarpazo, que vivimos alertas al rugido o a la mordida en la mano.Desconfiamos del carnero y de su sombra.


Sabemos que hay una parte de ese hábito que nace de nuestro propio error. Fuimos un engranaje de ese cambio progresivo que reemplazó sexo por amor, exitismo por pasión y vínculos duraderos por touch and go.

Pandemia emocional, sin Tamiflú.
Y un chancho que no tiene la culpa, sino que es nuestra, de aquellos que le damos de comer.


domingo, 5 de julio de 2009

Palabras colgadas




A veces cuesta ponerse de acuerdo. Calzarse un segundo los zapatos del otro, abrir la cabeza y el oído y predisponerse al diálogo que construye en lugar de destruir.

Esa fue mi intención cuando empecé a hablar con ella por el MSN. Repetir lo que ya había dicho en su momento, recalcar que mi desilusión viene por el lado de su silencio y esperar a que me dijera simplemente que se había confundido en la forma de manejar las cosas.

La espera fue en vano. No hubo de su parte una autocrítica ni un reconocer que había traspasado una línea de esas que llevan a un lugar del que cuesta volver. Un lugar que deja fisuras difíciles de reparar, sobre todo, cuando se nota que no existe intención de hacerlo.

El diálogo empezó con una frase colgada de mi monitor que me quedó grabada en la retina hasta ahora: "Nosotras somos amigas en desarrollo", entendí con eso, que según sus cálculos éramos algo así como un par de porotos en germinación.

Después, un "no tengo que contarte todo", que me hizo pensar :¡Todo no!¡Sólo lo que me involucra de una u otra manera!

Y hubo más: "Te lo pensaba decir cuando me parezca" ( ¿Cuándo sería eso?) y una suerte de estadísticas que ella hizo sobre cuánto hacía que yo había estado con M, cuántas veces lo había visto y cuán importante era o dejaba de ser en mi historial. Estaba más que claro que ella seguía pensando que mi reclamo venía por el lado de él y no asumía que lo único que yo pretendí todo el tiempo era que ella me dijera la verdad, tal como me había prometido.

Todo me quedó más claro cuando dijo " Y bueno, al principio pensaba como te dije, pero después cambié de opinión. ¿Eso querías escuchar? Te dije que no iba a hablar y ahora hablo, so?"


Y se ofendió, ella.

Porque jamás entendió que para mí nuestra amistad no estaba en desarrollo, porque a una amiga en desarrollo no le confiás las llaves de tu casa ni tus gatos, ni te ocupás por si tiene para comer o no. Y por eso yo la ubiqué en un pedestal del que me cuesta bajarla.

Porque jamás puso voluntad en entender de qué trataba todo esto. Era sólo que dijera le pifié, ¿podemos intentar pegar las piezas?

Porque puso sobre el tapete las cosas que hizo por mí, como si debieran prevalecer sólo sobre mi consciencia, sin entender que si eso no hubiera estado presente en mi memoria no hubiera intentado hablar con ella para reparar las fisuras y la hubiera despachado al olvido sin retorno.

Porque no entiende que me sometió a una dualidad,entre lo que vivimos y pensábamos vivir, y una verdad que está ahí, latente, que ella se preocupó por ocultar.


Mi cabeza es un manojo de preguntas, sin respuesta.
Una pelea interna, conmigo y esa manía desmedida de confiar en la gente.
Una batalla en la que siempre termina ganando esa voz que me recuerda como me cuesta descartar la posibilidad de segundas y terceras oportunidades.

Tal vez algún día pueda aceptar, sin tanta vuelta, que en las cuestiones de dos no alcanza con que uno solo quiera cambiar el rumbo de la historia.

viernes, 3 de julio de 2009

Pueblo chico, infierno grande



Esas cosas que intento creer que ya no van a pasarme, son las que me pasan.
Una tras otra, sin respiro, como si la vida se ensañara en pegarme una cachetada sobre las mejillas aún coloradas del último golpe.

Pensé mucho antes de escribir este post, pero hubo algo que descubrí hace unos momentos que me obligo a buscar refugio en las palabras, que últimamente es la única forma que encuentro para sostener todo lo que me sucede.

Tal vez muchos se acuerden de M, y también de aquella amiga surgida de este mundo virtual, que fue quien me dio una mano enorme mandándome víveres porque yo no tenía para comer o que confió en mí para que cuidara de su casa y de sus gatos cuando se fue a descansar unos días al norte, a tan sólo unas semanas de habernos conocido.
Es extraño tener que asociar hoy sus nombres en un relato, pero más extraño es el dolor que provocan las decepciones.

La historia empezó el día que ella viajaba, cuando estando en su casa para el pase de llaves, me llegó un mail de M, con quien hacía unos meses que no estaba en contacto, para decirme que tenía que contarme algo importante. En ese momento, y en medio de los preparativos, le comenté a ella lo raro que me parecía ese mail, y que me había quedado preocupada pensando que seguramente era algo importante para que él decidiera escribirme.

A la noche, cuando estaba en casa, ella me llamó para preguntarme si conocía a algún tipo que viviera por X barrio. Asombrada, le dije que sí, que M vivía por ahí, y ahí apareció el ¡No! de ella, y la explicación de que en esos días en que yo había estado sin internet M había empezado a comentarle en su blog y a mandarle mails con canciones. Vieja técnica de conquista que había usado en su momento conmigo.

Me sentí rara, incómoda,en un terreno desconocido. Me planteé las cosas de la manera más sencilla, intentando ser lo más sensata posible y le dije que a mí M no me importaba,y que era una situación molesta pero que si a ella le interesaba me lo dejara saber.
Su respuesta me dio tranquilidad. No tenía intenciones de hacerme sentir mal porque siempre había aplicado ese código tácito que existe entre las amistades que sugiere que el hombre que pasó por la cama de una amiga se vuelve asexuado, salvo que la historia haya ocurrido hace muchos años y que haya quedado en el completo olvido.

La cosa estaba clara, para ella y para mí.

Al otro día, llegó un mail de M, asumiendo que lo importante que tenía que decirme era eso y que quiso anteponerse, pero que llegó tarde. Eso derivó en una cadena de mails en que finalmente, y con una inmadurez sorprendente, resaltaba en el último renglón que " ¡Ella me interesa!¡ Sólo quiero priorizarme una vez en la vida!".
Demasiado -pensé- para alguien a quien se conoce hace tres días, y un tanto fuera de lugar el comentario si hubiera pensado un sólo momento que esas cosas se le dicen a un amigo y no a una mina que está en el medio, entre una cama de su pasado y una amiga a la que quiere llevar al mismo lugar.

Como eso no le alcanzó, se ocupó de pregonar en Facebook, que "pirula" le encantaba, aunque muchos no quisieran entenderlo.
Aplausos, para sus 38 años bien puestos.
...


Con ella tocamos una vez más el tema, y lo di por cerrado, confiando en su palabra.

Pero (porque siempre hay un puto pero), ese facebook botón me avisó que ahora se habían hecho amiguitos en ese mundo de muros y mensajes públicos.
Coincidentemente, ella me suspendió una salida y dejó de llamar como antes.
Coincidentemente también, apareció una nueva etiqueta en su blog, bajo la palabra VOS, que sonaba a un nuevo visitante del sexo masculino, que yo, como amiga, desconocía.
Si había alguien nuevo, ¿no era lógico que me lo contara como nos contábamos todo?

Después, hubo mensajitos de ella en su muro, y regalitos que viajaban por ese mundo virtual de Facebook.Y ahí llegó mi pregunta.Obligada e indeseada.

- ¿Me estás ocultando algo con relación a M? - le pregunté

- Nada que merezca la pena contarse, sólo que seguimos hablando - fue su respuesta

Le dije que me molestaba, y que más me jodía tener que decirlo. Son esas cosas que uno sencillamente quiere que no ocurran, y no me refiero a que ella salga con él, hable con él, se acueste con él. Me refiero a esa verdad que uno intuye y que el otro calla. Me refiero a esa promesa de amistad indisoluble que uno jura que un pito no va a alterar, ni hoy, ni nunca. Me refiero concretamente a que a esta altura de la vida uno ya debería saber que un tipo puede ser suplantado, pero una amiga no.

El broche de oro, fue cuando hace un rato descubrí que M me había eliminado del facebook. Una clara señal de que él estaba al tanto de que yo visualizaba el intercambio de diálogo entre ambos a través de su muro.

Y no necesité nada más.

En este momento, realmente no sé qué pensar. Me hubiera gustado enterarme de otra manera, saber lo que hubiera que saber y sentirme menos manoseada en este ida y vuelta de telenovela infantil.

Pero ella eligió decir poco y es su opción.
Yo elijo seguir pensando como pienso, seguir confiando en quien tal vez no deba, y golpearme la cabeza cientos de veces.

Como ahora.

miércoles, 1 de julio de 2009

En pañales


Mientras sigo focalizada en conseguir algún trabajo que me permita hacer lo mío, decidí aceptar cualquier changa, laburito pasajero o rebusque que me permita sobrevivir ante la pila de facturas que se acumulan sobre la mesa con el cartel de " para pagar".

Decidí que vender productos de cosmética por catálogo podía servirme al menos para solventar los gastos básicos, y que las guardias de inmobiliaria los fines de semana, aunque paguen una miseria, serían mejor que nada.

A eso, se le sumó un trabajito temporario, a cobrar treinta días después de la fecha de finalización, lo que me transporta a fines de Agosto y me hace imaginar la cantidad de malabares que tendré que inventar para poder llegar a esa fecha sin que me hayan cortado la luz, el gas y el teléfono por falta de pago.

El trabajo sonaba divertido cuando me lo propusieron: Una investigación de mercado solicitada por una conocida empresa de pañales, que requería de encuestadoras que entrevistaran a mamás con bebés y le hicieran probar distintas clases de productos.

Las primeras horas fueron amenas. Una seguidilla de bebés hermosos esperando su turno para desnudarse en público y ser fotografiados en paños menores. Pero después de seis horas la cosa era bien distinta. El llanto angustioso de muchos de ellos, en una habitación de tres por tres, dejaba de ser un motivo para decir "pobrecito" y se convertía en una súplica, en un pedido de misericordia para que alguien calle a esos chicos.

En medio de la prueba de pañales, el asunto se ponía peor. Olores desagradables, que coincidían con la hora del almuerzo y que eran razón suficiente para sacarnos el apetito, y "escapes" imprevistos de algún varoncito que apuntaba directamente a mi persona y que me dejaba una aureola húmeda de meo en mi camisa impecable.
Eso, sin contar las patadas o tironeos de pelo, de esas encantadoras criaturas.

Por suerte, esta semana me tocó una tarea distinta, la de encuestar solamente a las mamás.
Una tarea por demás sencilla, que no pone en riesgo mi integridad física y que me mantiene a salvo de accidentes, pero que logra alterarme un poquito los nervios ante tanto vocabulario incomprensible... En una parte del cuestionario, me encuentro preguntándole a las orgullosas mamás cosas como " si la caca del bebé es líquida, pastosa o de consistencia dura" o " señales que le indican que hay que cambiarle el pañal al bebé". Lo raro es todo lo que sigue, las descripciones que ellas hacen sonrientes sobre el aspecto de la caca, pero sin mencionar esa palabra que parece tabú. Ellas dicen popó o pichín, pero relatan la última diarrea como si fuera la novela de la tarde.

En la recepción, antes de ingresar a la sala en la que son entrevistadas, también cuchichean entre ellas, y son veinte madrazas hablando en diminutivo como si tuvieran cinco años y se conocieran de la salita azul.
¿Será una ley natural la que provoca semejante aislamiento del mundo real al dar a luz a un hijo o simplemente es una pérdida momentánea de la adultez y del criterio que vuelve a recuperarse a medida que el bebé va creciendo?
¿Por qué no pueden decir caca, pis, auto y comida, y son tan felices repitiendo popó, pichín, tutú y papa?

Más allá de este dato menor, hubo algo que realmente me preocupó y que no me permite reírme aunque me esmere.
En la última parte del cuestionario hay ciertos datos que indagamos en relación a su nivel socioeconómico y el nivel de vida, y hubo muchísimas mamás que respondieron que el ingreso promedio de su familia era menor a mil pesos y hasta hubo una que no tenía ni siquiera televisor color. Por supuesto, y aunque nos advirtieron que no podíamos hacerlo, a esas mujeres les dije que se llevaran los pañales que les sobraban de la prueba, bien ocultos en la cartera, porque a las seis de la tarde son tirados a la basura mientras que a ellas les representa un gasto menos. Comprobé que decirles eso las hacía sonreír, al menos por un rato.

Mientras tanto, la realidad que nos vende el gobierno de turno, es que la desocupación está en un índice mucho menor al de dos años atrás y que los pobres son cada vez menos. Que los precios de las góndolas en el supermercado están congelados hace tiempo, y que el aumento que uno percibe es una ilusión óptica, provocada por la gripe porcina.

Ciegos y sordos ante lo que pasa fuera de los vidrios polarizados de sus autos y del avión que los lleva a un planeta que parece no ser el nuestro.

Y así y todo, conservamos la esperanza de que algún día todo cambie, para que esos bebés de hoy se conviertan en adultos en un mundo más equitativo y un poco más justo.