
Pude sentirme como un papel mojado o una pelusa inmóvil junto al rincón.
Un barrilete enredado en la antena de un edificio.
Una gota de lluvia que nunca llega a juntarse con el charco.
Pude plegarme en dos, arrugarme como una sábana que aloja más pesadillas que amables sueños, colgarme de una percha por un invierno completo.
Intenté amigarme con la soledad en varios encuentros de café y silencio.
Hice una tregua con los impulsos y los miedos.
Diseñé laberintos para perderME y tácticas (involuntarias) para perderTE.
Escribí las respuestas para las eternas dudas. Las devoré hasta convertirlas en mi propio credo hasta que me di cuenta que se debilitaba mi propio argumento.
Fue una mañana de esas en que el verano holgazán comenzó a arrastrar de su mano al otoño.
Cientos de pájaros treparon a mi cabeza para hacer nido en ese rincón de mi alma que andaba deshabitado.
Desde entonces convivo con una sensación olvidada.
Salgo a la calle con un nombre atrapado en mi lengua y paso largo rato ahuyentando las ganas de un grito que exija tu presencia.
Lo ahogo como ahogo las palabras que hilvano pero que no convierto en declaración de amor.
Declaración de amor....suena raro y cursi para esta vida de defectuosos intérpretes solitarios en los que nos convertimos.
Ya no quiero ser la heroína de mi inverosímil versión del amor.
Quiero llorar desde adentro por si te pierdo sin haberte tenido nunca.
Quiero escuchar canciones de amor que digan lo que probablemente nunca pronuncie tu boca.
Quiero sentirme miserablemente vulnerable con esta confesión que escribo.
Se volvió inevitable pensar que tu presencia puede transformar mis horas y hamacar mi corazón.
Que tus brazos pueden asfixiar los fantasmas del pasado y que tu voz puede ser la mejor canción que escuche.
¿Qué se hace cuando llega ese día en que uno se descubre llena de cosas para decir pero con ese temor conocido a que el mundo se convierta en calabaza, sin príncipe y sin él ?