
Tal vez sea normal eso de mirar hacia atrás cuando uno hace un parate obligado en algún punto de la vida. Quizás sea por eso que ando revolviendo el pasado desde hace unos días.
Entre el ocio forzado y el vacío de la espera, me permito una breve licencia para recordar el punto de partida que me permitió llegar hasta acá.
Cuando se es chico, la respuesta es inmediata ante la clásica pregunta de los mayores: "¿A vos que te gustaría ser cuando seas grande?"
Bombero, astronauta, bailarina, arquitecta...
No media prejuicio, ni condicionamiento alguno. No importa si es un oficio o una profesión, o si será rentable a futuro.
Con el paso del tiempo, la claridad con que se veía aquello que nos gustaba, no siempre continúa inalterable. Uno se vuelve permeable al consejo, a los tests de orientación vocacional, a los índices de desempleo y lo que parecía ser algo incuestionable, se somete al tamiz de la duda.
La vocación se acostumbra entonces, a ser una cuestión postergada para otro día, para cuando terminemos la carrera que nos dará un trabajo digno, para un tiempito que tengamos libre o para otra vida.
Yo siempre quise escribir, desde que me acuerdo.
Redactaba los actos del colegio, las letras de las canciones de fin de año y hasta la carta que le dimos a Maradona en el Mundial del 86.
Colaboraba en la revista barrial y participaba en cuanto concurso hubiera. Llegué a estar entre los diez mejores del último en que me inscribí, lo que me sirvió para integrar la antología de cuentos de la Editorial Urano, que no sé si aún existe.
De pronto, sin saber cómo, un día me dí cuenta que hacía demasiado tiempo que no me sentaba a escribir. Había pasado años con la pasión adormecida, arrugada en algún rincón de la rutina como algo listo para desechar. Hasta que empecé terapia, y la palabra pasión que carecía de sentido cuando se asociaba a alguna palabra como profesión u ocupación, se volvió maravillosamente cierta.
Desde entonces, puedo pasar horas con un lápiz y un papel, imaginando una historia nueva para contar. Se me va el hambre y el sueño frente a una hoja en blanco y no necesito más que un par de protagonistas en busca de un diálogo, alojados en mi mente, para sentirme feliz.
Sé que podría haber tomado este rumbo antes, pero la vida por lo general se ocupa de demostrarnos por qué fue ahora y no ayer. Esta pausa, este paréntesis impuesto, no es otra cosa más que una reconfirmación de aquello que quiero.
Nada ocurre porque sí, ni tampoco es casual que las pequeñas puertas que soñaba que alguna vez se abrieran, me muestren un hueco por dónde colarme justo ahora.
Es sabido que los chicos siempre dicen la verdad.
Tan cierto como que nunca es tarde para escuchar a ese que todos llevamos dentro.
Para los que quieran darse una vuelta por el blog de mi amigo Nico y votar por mis fotos en plena niñez, sólo tienen que dejarle un comentario. (Rubro bebotas foto nro. 7 / Rubro veraneo loco foto nro 4).