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domingo, 31 de enero de 2010

Madre hay una sola



Muy pocas veces hablé de mi mamá en el blog. Probablemente porque para hablar de ella necesitaría un espacio aparte.
Mamá Blonda es la fusión de la típica madre orquesta y la "mamma" de las viejas películas italianas (fiel a sus orígenes). De esas que saben coser, bordar, cocinar todo casero y lavar la ropa a mano.
Siempre trabajó para que me faltara lo menos posible y, en medio de su jornada laboral, se hacía tiempo para llamarme tres o cuatro veces para saber si había comido, si estaba haciendo la tarea o si necesitaba algo. Desempeñó el rol de madre y padre a la perfección y, como pudo, trató de cubrir todos los baches que la ausencia paterna dejaba en mi camino.

Cuando crecí, conservó su manía. Me demostró que además de ser de azúcar es de fierro. Que puedo llamarla aunque sean las 4 de la mañana por una pena del corazón y que, aún dormida, siempre va a consolarme. Es capaz de recorrer cien farmacias en plena noche para calmarme un dolor o de ayudarme como un peón en mi adicción a las mudanzas.
Ella siempre está disponible para mí. Siempre. No existe un "no puedo" o un "más tarde", como si en el manual de madre con el que ella estudió fuera motivo de aplazo el no dedicarse 100% a su hija.

Claro que tanta protección fue motivo de discordia ( y de terapia). ¿Qué necesidad había de recordarme cada noche que llevara un saquito por si refrescaba o de murmurar un "no vuelvas tarde" aún sabiendo que no iba a respetarlo? Sin dudas eso también estaba escrito en el manual.


El viernes pasado, en plena sensación térmica de treinta y siete grados, Mamá Blonda llegó a su casa después de 8 horas de trabajo y, cuando fue a encender el aire acondicionado, explotó.
Desesperada (porque si hay algo para lo que ella no escatima es para la exageración), me llamó para contarme la tragedia que estaba viviendo. Yo, transpirando en medio de un vagón sin aire del ferrocarril Mitre, traté de calmarla y de darle una solución que, al mismo tiempo que la sugería, se convertía en un problema para mí.

- Venite a casa, ma - le dije, rescatándola del calvario.

Y vino. Hecha una furia, insultando a San Pedro, al fabricante del aire acondicionado y al arquitecto al que no se le ocurrió diseñar que hubiera más ventanas en su casa.

Yo, repasando mentalmente la infinidad de favores que me hizo en su vida y tratando de ser una hija civilizada y cordial, arrastré un colchón hasta el living, le preparé la cama, le serví su bebida favorita y le pregunté si quería comer algo.

- Con tantos nervios ni hambre tengo.

- ¿Nerviosa por qué? Ya estás acá, con el aire acondicionado y en camisón. Dejame que te cocine algo.

- Nah, nah, dejá.

- Te preparo algo igual, livianito, dale.

Después de comer un sandwich de pollo a desgano, le pregunté si quería ver una película.
Como la debilidad por el cine es un bien de familia, accedió sin dudar demasiado.
Así que la dejé viendo una comedia en el living y me fui a dormir a mi cuarto con el ventilador.

A las tres horas, cuando yo estaba plácidamente dormida, entró hecha una loca a mi cuarto. Por la forma en que hablaba me imaginé que una dotación de bomberos estaría trepando por el balcón para rescatarnos del incendio o que estaríamos siendo invadidos por seres de otra galaxia con antenas verdes y todo.
Cuando logré entreabrir un ojo la vi junto a la puerta, vestida y con la cartera colgando de su hombro.

- ¿Qué pasa, te sentís mal? ¿Para que te vestiste? - le pregunté.

- Es que no sabés, me puse a escuchar la radio portátil que traje en la cartera(?) y enganché justo el noticiero que decía que en Temperley ya estaban cayendo piedras.

- Ajá, pero vos no vivís en Temperley, ma.

- No, claro, pero de Temperley a Devoto...¿cuánto puede tardar?

- Ni idea.

- Bueno, por eso, me voy a casa antes de que se largue la tormenta.

- Pero quedate acá.

- No, no, es que dejé el toldo de la terraza un poco bajo y no me quedo tranquila si no lo levanto.

- ...


Y se fue.
Vi desde el balcón como arrancaba el auto en medio de un viento fuerte que empezaba a levantarse. Me quedé contemplando un rato la nada y pensando que a sus recién cumplidos 67 años, con sus mañas, con sus obsesiones y su propensión a lo fatídico, realmente voy a extrañarla el día que no esté.

Madre hay una sola.
La mía vale por tres y ojalá nunca tuviera que faltarme.


sábado, 23 de enero de 2010

Avioncito de papel



Un par de mensajes vía Facebook y una picadora de carne convirtiendo las palabras en letras sin sentido.
Una semana me tomó inclinar la balanza hacia algún lado. Era el abismo del intento o la preservación de la resignación. Y opté por la segunda.
Tengo un último recuerdo guardado en esa caja que no se volverá a abrir: su número de teléfono que de sólo marcarlo me colocaría en la cuerda floja sin arnés.
Tengo un último error: que él tenga el mío.




En un papel, que nunca leerá, escribí los motivos que me hicieron enamorarme de él:

- Su "hola"
- Sus abrazos a la medida de mi espalda
- Los silencios coronados de margaritas
- Su insensatez y su locura para amarme
- Su capacidad de hacerme feliz
- El perfecto verde de sus ojos

Del revés, escribí los motivos que me hicieron odiarlo:

- Su "adiós"
- Mi espalda huérfana de sus abrazos
- Los silencios coronados de cardos y oliendo a cianuro
- Su insensatez y su locura para decirme que me amaba mientras se alejaba
- Su capacidad de hacerme llorar hasta oxidarme
- El perfecto verde de sus ojos



Lo doblé como si fuera maestra del origami hasta transformarlo en un avioncito de papel.
Frágil, se aferró del viento para volar sin rumbo llevando entre sus alas un mensaje que se parece al olvido. A mi intento por exiliarlo de mi memoria de una buena vez.

Lo vi haciendo un espiral hasta perderse en el cielo.
Allá fue lo que quedaba de mi amor.
Allá fue mi ridícula idea de un nuevo intento.

Y acá quedé yo sabiendo que ese teléfono nunca va a sonar.







lunes, 18 de enero de 2010

¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar?


Hace mucho conté sobre la primera (¿ y única?) vez que me enamoré. Fue hace exactamente dieciocho años. Un amor adolescente, cargado de inocencia, siempre alimentado por el impulso que prevalecía por sobre la razón y empañado hacia el final por un desencuentro inevitable propio de la inmadurez de la edad.

Desde el último adiós certero cargué en el alma una valija llena de sus promesas de eternidad que fui paseando por los altibajos de la vida y escondiendo de vez en cuando bajo la cama para tratar de continuar sin equipaje.
Pero cada canción tuvo las notas de su voz y en todas las miradas encontré siempre el verde interminable de sus ojos. Toda relación fallida era una señal del destino. Todo agosto era un aniversario en la distancia. Todos los mares traían el olor de aquél verano.
Cada momento de pausa fue una excusa para recordarlo y cada te amo una razón para intentar olvidarlo. Pero todos los adioses me devolvieron a la puerta de su casa en una espera.
Lo busqué durante 3650 días aún sin saber que lo buscaba.

Anoche, ordenando esas cajas que uno guarda sabiendo que no deben tirarse pero que tampoco deben abrirse, el pasado salió del interior como un muñeco con resortes y se diseminó por el piso del living. Cartas, fotos, cinco letras apuradas en una servilleta, dos boletos y un envoltorio de chocolate intactos a la erosión del olvido.

Tuve la opción de sonreír con un dejo de nostalgia y devolver la caja a su lugar ( y mi vida a su rumbo). Pero en vez de resignarme a esa cruel convivencia con la duda me senté y escribí su nombre en la computadora, sabiendo de antemano que encontrarlo entre miles sería nuevamente imposible.
Pero me equivoqué.Su foto en el monitor me robó las reacciones y me acercó por un instante a la muerte. Quise saber todo en un segundo, dónde estaba, cómo y con quién. Junté coraje y le escribí. Cuando apreté "enviar" sentí como se abrían los cerrojos del alma, como volaban por el aire los fragmentos de historia guardados en esa valija imaginaria y como, sin quererlo, germinaba en medio del pecho una pequeña esperanza.


Hoy amanecí con su respuesta: " claro que me acuerdo de vos, si hasta tus cartas sobrevivieron a miles de mudanzas..."
¿Pero cómo saber si mi amor también sobrevivió? ¿Cómo transformar quince renglones en un diagnóstico acertado? ¿Quién traduce los puntos y las comas al idioma que erradica la ilusión y que me devuelve a mi andar cotidiano en el que convivo sin el fantasma de su nombre?

La alegría que me causaron sus mensajes duró apenas unas horas.
El paisaje soleado del hallazgo se convirtió ahora en el desierto más solitario en el que comparto la cama con el enojo que me produce el haberlo buscado.
Y me preguntó por qué, si ya sabía de memoria como era esto. Si era sabido que su amor se había encarnado el mismo día que dejé de verlo, como los grandes amores, que son proporcionalmente inolvidables como lo son de imposibles y que por eso duelen y se inscriben en la historia de lo que nunca será, como si ese fuera el requisito indispensable que deben cumplir para seguir viviendo.


Yo sabía lo que podía hacerse con el amor de la vida merodeando por algún lugar incierto, sin noción de sus pasos ni de su rutina.
¿ Pero qué se hace con el amor de la vida cuando se lo vuelve a encontrar?

domingo, 17 de enero de 2010

De madera



Nunca fui buena para los deportes.
En el colegio tuve que recurrir a un certificado médico que me librara de la tortura de las horas de gimnasia. Lo mío era recortar papel glacé o hacer germinaciones con porotos en un frasco.Nada de pedirme que tome envión para intentar que mi cuerpo quede cabeza abajo perpendicular a la pared, ni que tuerza mis extremidades en forma de arco del triunfo sobre el piso.¡ Por favor! Alguien que me explique qué sentido tiene el salto en largo o la medialuna que no sea de manteca.
Reconozco que así y todo le ponía garra cuando se trataba de algún deporte. El voley me gustaba pero eran muchas más mis limitaciones que mis cualidades. Así que a la hora del saque me enfrentaba al abucheo de mi equipo cuando la pelota, luego de hacer un breve recorrido, caía en nuestra cancha. La cosa no mejoraba cuando me tocaba bloquear. Carente de reflejos, era incapaz de estirar mi brazo para evitar que la pelota cayera en nuestro terreno y sólo me salvaba de los insultos si el tiro iba lejos o se levantaba un viento huracanado que arrastrara la red hasta la platea.

Así fue que me anoté en el club, con la esperanza de que un profesor pudiera tallar la madera de la que estaba hecha. Me inscribí en hockey y duré hasta que me cansé de vivir con moretones. Probé con pelota al cesto y, aunque no era tan mala como en el resto, el aburrimiento me ganó al cuarto mes y me volqué a las danzas. Jazz, rítmica, clásica...ninguna me convencía.

Ni hablar de la natación que bien merece un párrafo aparte.
A los cinco años, en unas vacaciones en Mar del Plata, mi papá tuvo la gran idea de llevarme a los toboganes de agua con tanta mala suerte que en una de las curvas me separé del cuerpo de mi viejo, dejándolo atrás a él y a la salvadora colchoneta para terminar dando vueltas sola, como Nemo en medio del océano, hasta hundirme en la profundidad de la pileta. Me sacaron violeta y escupiendo agua como una manguera.

A los 18 años, cuando mi fobia al agua estaba totalmente declarada, me fui de vacaciones a Villa Gesell con amigas. ¡Dale, vamos al mar, no seas tonta! Y allá fui, dejando en la orilla las ojotas y la poca consciencia que se tiene en la adolescencia, a meterme en el mar como si fuera la bañadera de casa.
Dos horas más tarde, cuando quisimos regresar, la parte que antes era baja había adquirido la altura de dos Blondas y entré en pánico. El miedo hace que hagamos cosas ridículamente ridículas. Con tal de mantener mi cabeza fuera del agua me aferré con tanta fuerza a mi pobre amiga que la vi manotear las olas desesperada por intentar decirme algo:¡Soltame que me ahogo!
El dilema era que si la soltaba me ahogaba yo, así que la ahogaba un poquito a ella y otro poquito yo hasta que de pronto, un hombre bronceado, de traje de baño pequeñito y con toda la pinta de ser el bañero me sostuvo entre sus brazos y me depositó como una bolsa de papas en la parte en que podía hacer pie. Fue cuando vi a la gente amontonada en la orilla y reconocí al resto de mis amigas descompuestas de la risa.
Fue la última vez que pisé Gesell y la última que intenté hacerme la Esther Williams.

Sin duda mi aptitud no está en los deportes ni en las actividades de riesgo.
Me hubiera gustado nacer hombre para poder jugar al fútbol, eso sí. Pero como nací mujer me contento con ir a la cancha cada vez que alguien me invita o con ver los partidos por la tele. Por eso este 2010 para mí viene con yapa. Después de cuatro años de espera, vuelve otra vez la gloria de un mundial. Un mes para ver fútbol todo el día.Para hablar de fútbol, para comer fútbol, para respirar fútbol.

No seré buena en los deportes pero resulté ser una gran hincha. Sobre todo cuando aliento a mi equipo desde el sillón de casa, en pantuflas y con una cerveza en la mano.







Hablando de fútbol, los dejo con un video de Ronaldo que me llegó al trabajo el viernes y que me hizo recordar lo poquito que falta para el Mundial =)

lunes, 11 de enero de 2010

Tengo Coronita






El viernes pasado me tocó disfrutar de un viaje relámpago, de esos que nos alejan por un rato de la rutina del cemento y que combaten el malhumor clásico que provoca la ciudad en verano.

Convocadas por nuestro jefe como si fuéramos dos cirujanas a quienes se las espera para comenzar a realizar una operación de riesgo, mi compañera y yo partimos hacia Punta del Este para participar del evento de Corona.

Después de un rato largo en el buque que cruza al país vecino y de un mareo que competía cabeza a cabeza con mi fobia a los barcos por llevarse el primer premio en la pelea por hacerme sentir mal, llegamos al hotel, nos bañamos y salimos disparadas hacia el parador Setai de José Ignacio.

Y ahí, con las patitas en la arena y comiendo manjares hechos por el chef Jean Paul Bondoux, me di cuenta que el lema del evento: "Dejá que se haga tarde", nunca me había parecido tan apropiado. Había tanta Corona helada y tanta gente linda ( Agustina Córdoba, Horacio Heguy, Jessica Trosman, Julieta Kemble, Pablo Massey, etc) que no daban ganas de irse.


Vimos caer el sol bailando a la orilla del mar de la ciudad estera pero cuando el reloj marcó las doce y un poquito, nos convertimos otra vez en Cenicientas. Dejamos atrás el ruido del mar y el ambiente distendido para emprender el regreso.



El sábado,ya en Buenos Aires, me enteré que mi nueva columna "Crónicas de bolsillo (para mujeres sin cartera)" saldría hoy en Victoria Rolanda, una revista pensada para mujeres que seguro les va a gustar. (Pueden leer la nota haciendo click acá .)

Esa misma tarde, el hada madrina me envió hasta mi casa una caja enorme de cervezas que ya se enfrían en la heladera para brindar el próximo fin de semana. Haré chin chin y levantaré una botella al cielo, agradeciendo mi crisis existencial con la que empecé el 2010. Sin mi disconformidad y mis ganas de patear el tablero no podría haber encontrado la manera de ir dando forma a proyectos postergados que hubieran muerto en un cajón, siendo una mera idea entre montones. En cambio, hoy tienen nombre de emprendimiento nuevo y están a punto de ver la luz.

Estoy contenta porque pude combatir las nubes grises con un nuevo paragüas en lugar de sentarme a esperar que un rayo me partiera al medio como un melón. Y más contenta aún porque si bien no tengo un principe al lado, tengo mi Corona y unos cuantos motivos para festejar.


















miércoles, 6 de enero de 2010

Plan canje



Ayer me llegó un mail invitándome a participar del plan canje de Clear que consiste en llevar el shampoo anti caspa que uno tiene en uso para que nos entreguen a cambio uno nuevo de Clear de 200 ml.
Qué bueno sería si se habilitara la opción del trueque para todo aquello que a uno le resulta inútil y pudiera canjearse por algo que a otro le sobra.
Así que me puse a pensar en todas aquellas cosas a las que sometería a intercambio y descubrí que la lista era bastante amplia.
1- Cambio a mi jefe extremadamente dependiente y carente de tacto para reconocer que sus empleados poseen un vida fuera del trabajo por uno que no me pida a los gritos que le sume 1100 + 340 sólo porque no quiere usar la calculadora (si para eso estoy yo), ni que me repita, cada día como si fuera el primero, que su comida hay que calentarla seis minutos con la tapa, abrirla, revolverla y volver a calentarla otros seis...
2- Cambio a mi vecina, soltera, de unos cuarenta y cinco años, que suele reunirse con amigas de estridentes vozarrones en días de semana para brindar por la llegada del verano, por el capítulo de Valientes o por el relleno de las empanadas, por un vecino soltero, guapo, que sepa cambiar el cuerito de una canilla o arreglar un termotanque en mal estado y que esté siempre dispuesto a ser solidario con su vecina.
3- Ofrezco nociones de manualidades y artesanías varias y/o clases de italiano a cambio de un curso de fotografía y otro de francés.
4- Intercambio mi fobia al agua, arañas, barcos cargueros y puentes de cualquier tipo más una dosis elevada de ansiedad e impaciencia, por patologías nuevas, raras, ridículas y divertidas que pueda incorporar a mi rutina diaria.
5- Entrego un padre mayoritariamente ausente, aunque con destellos intermitentes de sentido de la paternidad, por un padre que tenga un corazón en lugar de una esponja vegetal y con la capacidad de raciocinio suficiente como para entender que la vida es una sola y que la suya la dejó escapar por una alcantarilla.
6- Ofrezco mis recuerdos de infancia de tardes bajo la parra de uvas violáceas, de risotto con funghi, de ring raje por el barrio tranquilo, de casas con puertas sin cerrojo y amigos que duraban para toda la vida, por un viaje imaginario al país de Alicia, a la fábrica de chocolate de Charlie o al pueblito de Amelie.
7- Cambio mi casa, mi tiempo, mis sueños, lo que tengo y lo que soy, por un día con los afectos que se fueron sin pedir permiso. Por mis abuelos esperando mi llegada en el umbral de la puerta cada domingo y por mis tíos regresando de algún lugar del mundo cargando una valija nómade colmada de amor.
8- Cambio las pocas certezas que tengo por alguien que me confirme que no es cierto eso de que "todo tiempo pasado fue mejor" y que en cambio me afirme que lo mejor está por llegar.

¿ Y ustedes qué cambiarían, que tienen para ofrecer?


Para aquellos que anden por la costa y que quieran participar del plan canje Clear, acá les dejo el detalle de fechas y lugares. Eso sí, recuerden llevar sólo shampoo , no sea cosa que se aparezcan en el stand intentando cambiar un novio por dos con menos uso.
Más info acá: http://www.clearsincaspa.com.ar
MAR DEL PLATA: Playa Grande del 2 al 8 de Enero, de 15 a 19 hs.
MAR DEL PLATA: Varese Del 9 al 17 de Enero, de 15 a 19 hs.

MAR DEL PLATA: Plaza España Del 18 al 23 de Enero, de 15 a 19 hs.

PINAMAR: Av. del Mar, a 1 cuadra de Bunge Del 25 al 31 de Enero, de 15 a 19 hs.

VILLA CARLOS PAZ Parador las Rosas del 3 al 7 de Febrero

CORDOBA locaciones varias del 9 al 21 de febrero

Rosario del 23 al 28 de febrero






lunes, 4 de enero de 2010

Enojada con el mundo


La llegada del 2010 me puso los pelos de punta.
Mi primer domingo del año me la pasé tejiendo planes para los doce meses venideros y analizando el presente. El resultado fue un gusto amargo y un enojo que me acompaña, adherido a mi espíritu como un cardo en la alpargata.


Creo que las películas que consumí el fin de semana (acompañadas de latas de cerveza al mejor estilo Homero), fueron en parte culpables de mi desazón.
La primera, Los peregrinos, cuenta la historia de tres hermanos que después de años sin verse deben realizar juntos una peregrinación larguísima si desean cobrar la herencia que les dejó su difunta madre. A partir de ese camino que transitan juntos, descubren que a veces es necesario tomarse un respiro en medio de la rutina y dejarse llevar por un viento nuevo que pueda mostrarles un lado más interesante de la vida. Ajá, un respiro, un viento nuevo. Sigamos.

La otra, Bienvenidos al Norte, es una comedia francesa que relata el traslado del director de una oficina de correos a la zona norte de Francia. El pueblo al que lo asignan es una suerte de castigo por haber querido trampear al sistema con tal de lograr un pase a las costas del sur y, por consiguiente, predispone de mal modo al protagonista en el inicio de su mudanza. La moraleja es que una vez instalado en la pequeña ciudad se enamorará perdidamente de sus calles y de su gente, sin ganas de regresar a su vida anterior el día en que vence su contrato. Ajá, veamos...un cambio de vida, un pueblito de cuento lleno de gente valiosa. Justo lo que me recetó el médico. Buen punto, veamos qué más me deparaba el video club.

La última ( y la mejor) , The visitor, cuenta la vida gris de un viudo, profesor de medio pelo, escritor frustrado, pianista sin talento, que debe viajar unos días a Nueva York para dar una conferencia. En esa breve visita conoce a tres personas que lo alejan poco a poco de la mediocridad habitual y le devuelven sentido a su vida. Pucha, esta película me sacudió. Ya no es sólo el hecho de tomar un respiro o cambiar de vida sino el de volver a conectarse con el más profundo deseo. ¡Basta para mi!



Y acá está entonces mi vida, con ganas de encontrar ese pasadizo secreto que me conecte con lo que quiero antes de que ocupe una cama en un geriátrico. Tratando de entender, casi con miedo, que así de rápido como pasaron treinta y seis pueden pasar otros tantos años y de repente me toque contemplar los créditos finales de la película de mi vida.

Por eso me enojé.
Porque quería acercarme a lo espiritual, a lo creativo, a todo aquello que viniera de la imaginación, y me tocó sentarme en medio de la frivolidad más repulsiva, donde tiene precio un envase bonito aunque por dentro esté seco y vacío.
Porque trabajo entre cuarenta y cinco y sesenta horas semanales (eso sin sumar las que tengo que atender el celular en plena mesa navideña, en la butaca del cine o en la fila del supermercado el día sábado porque mi jefe "se olvidó" de avisarme que anotara que el lunes tiene clase con su personal trainner o , el martes, turno con la masajista.)
Me enojo cuando me doy cuenta que sigo cobrando en negro, que no tengo obra social y que como el director de la compañía está de vacaciones lo "más probable" es que cobremos el día 12, fecha paa la cual me habrán dejado siete u ocho mensajes los de la compañía de cable.

Me lleno de furia cuando me doy cuenta que para pagar las cuentas, hacer las compras del mes o para pensar en ahorrar un peso que me permita tomarme vacaciones en el 2016 , tengo que aceptar mi propio inconformismo, amoldarme a la insípida cotidianeidad en la que me sumerjo día a día, y aguantar, aguantar...

Quiero gritar como una loca cuando veo, leo o escucho gente obsecuente, intolerante o llena de maldad.
( Y más quiero gritar si a eso se le suma que una compañera de trabajo llega a la oficina con sus dos hijos y "los enchufa" a ver dibujitos animados JUSTO al lado de mi escritorio mientras dice sonriente: ¿No te molesta, no?)


La verdad es que me gustaría patear el escritorio, dejar la luz encendida y salir corriendo. Agarrar lo poco que tengo y subirme al primer avión cuyo destino sea un lugar que pueda sorprenderme. Reclinar la butaca y respirar hondo mientras planeo dejarme llevar por lo que late y no por lo que se impone.

Y en esa ciudad cualquiera, impregnarme de vida, de aconteceres, de sensaciones que me atraviesen y que ya no me esquiven.


...




Creo que lo mejor va a ser que suspenda por unos días el consumo de DVD´s y me dedique a poner al día el trabajo que se acumuló por culpa de las Fiestas.





Nota final: Mientras escribo este post, sentada en la oficina, algo que parece un temblor sacude cada dos o tres minutos mi escritorio y parece fracturar el piso de madera en dos enormes pedazos. Se llama Julián y no es el nuevo nombre de un Tsunami sino el del hijo menor de mi compañera en un recorrido a velocidad crucero por todas las instalaciones del departamento.
Juro que me debato entre el frasco de Alplax y los métodos de tortura del siglo XV.
Ambos para la criatura, claro.