Recent Posts

jueves, 12 de agosto de 2010

Hoy puede ser



Hay un día en que todo parece encaminarse.
Lentamente, las imágenes de un pasado de frustraciones y angustias, parecen dar paso a un paisaje alentador.
No es una cuestión azarosa. Requiere de un cambio de mentalidad y de un accionar que transforme la mala experiencia en un aprendizaje. Que ya no se trate de solucionar sino de prever, con hechos en lugar de lamentos.

Así fue que consideré que ser independiente era optar nuevamente por volver a estar en la cuerda floja sin ser la atracción principal del circo. Me detuve unos días, y otras tantas noches, a pensar que el camino que había elegido, perdía poco a poco el encanto tras la inseguridad de la incertidumbre.
Busqué un atajo para no hundirme en los padeceres conocidos. Me pregunté qué era lo que quería para el futuro, el inminente y el lejano. Tracé prioridades. Separé lo imposible de lo probable y tiré la caña al mar de las oportunidades.
Y varios peces mordieron el anzuelo.

Entonces opté. Elegí sobreemplearme. Decidí conservar la independencia en los ratos que me deje libre el nuevo trabajo, con la intención de que evolucione a su tiempo pero sin arrastrarme en ese crecimiento.

Y hoy empiezo esta nueva vida de seis días sin descanso en un lugar increíblemente lindo y con la responsabilidad de tener la parte comercial de una empresa absolutamente a mi cargo.
Detrás de esa puerta que hoy se abre, hay un montón de pequeños proyectos dorándose en el horno de mi cocina. Todos tienen que ver con lo que más amo en este mundo. Muchos, en unos meses estarán listos para servir a la mesa de quien supo esperar.

Hoy puede ser ese día que anduve esperando.
¿Por qué no?

domingo, 8 de agosto de 2010

Hoy como ayer



Hoy volví al barrio que me vio nacer, y fue después de unos quince años.

Tomé el mismo colectivo que me llevaba a la casa de mi abuela, después de caminar hacia la misma parada como un sostenido ritual.
Apenas me senté y tomó por la avenida, sentí que se dirigía directamente hacia mi niñez, atravesando la barrera del paso del tiempo sin importarle mis nuevas arrugas.
Fueron cuarenta minutos saboreando la misma ansiedad que se genera en la previa de un encuentro esperado, con la mirada clavada en el paisaje conocido y jamás olvidado.
Hasta que distinguí la calle que me vio correr hasta lo de Don Domingo, el almacenero que te vendía de fiado un sábado al mediodía, antes de que bajara la persiana. Reconocí las veredas anchas que habían inaugurado los moretones de mis rodillas. La estación del tren, fondo de tantas fotografías. La esquina donde vivía ese chico de remera roja que salía armado con bombitas de agua en pleno carnaval.
Y la casa de mi amiga, que hoy me esperaba con sus dos hijos y la misma alegría de verme llegar que entonces.
Su hermano, ya no era ese Juampi al que hacíamos llorar cuando le negábamos un lugar en nuestro juego. Era Juan Pablo, contando los planes de su casamiento.
Su mamá no era la que nos preparaba el Nesquik con vainillas, sino la abuela que ahora calentaba la leche para sus nietos.
La perra ya no era la misma que me lamía las mejillas, pero jugaba junto a la pileta en la que chapoteábamos en los veranos de la infancia.

Ahí parada, mirando a mi alrededor, se me nublaron los ojos y se me anudó el pasado en la garganta. Me impedí llorar aunque me sobraron las ganas.
Y por un momento no quise saber nada del mañana...si con el pasado me alcanzaba.

Los años habían pasado demasiado rápido, sin darme la posibilidad de atrapar el ayer que se empeñaba en alejarse cada vez más.
Pero hoy estaba ahí, con los mismos protagonistas que a mis diez. Con más achaques ellos, con más desilusiones yo, pero con la certeza de que mi niña interior aún se conmueve con lo mejor que nos regala la vida.


Feliz día del niño para esa parte de nosotros que siempre andará de pantaloncito corto sentado en la vereda de la infancia.

jueves, 5 de agosto de 2010

La Antinovia


Si hoy me dan a elegir entre una cena con amigas y una mega fiesta llena de solteros, elijo (y sin dudar) la primera opción. Reemplacé las lacrimógenas comedias de amor por las de acción y suspenso, y ya no me babeo ante una escena callejera de dos amantes robándose besos.
Disfruto (¡y no se imaginan cuánto!) de no estar pendiente de un mensaje de texto, de no tener que conjeturar sobre los silencios, hipotetizando causas que impidieron que un fulano me llame.
Ya no imagino excusas que no voy a tener que oír, ni planeo estrategias para anclar a un candidato a mis tobillos. No necesito anticipar como será la despedida porque no habrá encuentro, y no busco nuevas herramientas para ensamblar las piezas rotas que deje la ruptura, porque planeo preservarme de los letales daños de un nuevo amor.

Y me siento libre.

Libre de mí misma y de los fantasmas que rodean los inicios de cualquier relación. Porque seamos honestos: ¿Quién recuerda los noviazgos perfectos? Nadie, o casi.
Uno suele abrazarse al recuerdo de los amores equívocos o no correspondidos. Los que nos dejaron el corazón desaliñado y torpe vagabundeando por las esquinas del fracaso. Los que nos hicieron desayunar lágrimas hasta oxidarnos por dentro.

Y es ahí, cuando tomo distancia del pasado no tan lejano, que me permito mirarme desde la platea, como un mero espectador y exigir que me devuelvan el importe de la entrada que pagué por hacer ese triste papel.

A contraluz me redescubro y veo esta nueva versión de mí: La antinovia.
Capaz de venerar la estampita de Santa Soltería y hasta dedicarle unas cuantas novenas. Dispuesta a esquivar la mirada de cualquier potencial aniquilador de lacalmaquetantomecostóconseguir. Convencida de que un baño de espuma es mejor plan que una mala cita. Fascinada con la idea de que estoy a salvo de aprendices de enamorados y de galanes de telenovela sin raiting.

Hoy prefiero ser un monstruo escéptico que una mujer vulnerable y crédula.

Una blonda rebelde que una dócil Susanita.

Una antinovia... mucho antes que una novia con el rimmel corrido.