
Hay un día en que todo parece encaminarse.
Lentamente, las imágenes de un pasado de frustraciones y angustias, parecen dar paso a un paisaje alentador.
No es una cuestión azarosa. Requiere de un cambio de mentalidad y de un accionar que transforme la mala experiencia en un aprendizaje. Que ya no se trate de solucionar sino de prever, con hechos en lugar de lamentos.
Así fue que consideré que ser independiente era optar nuevamente por volver a estar en la cuerda floja sin ser la atracción principal del circo. Me detuve unos días, y otras tantas noches, a pensar que el camino que había elegido, perdía poco a poco el encanto tras la inseguridad de la incertidumbre.
Busqué un atajo para no hundirme en los padeceres conocidos. Me pregunté qué era lo que quería para el futuro, el inminente y el lejano. Tracé prioridades. Separé lo imposible de lo probable y tiré la caña al mar de las oportunidades.
Y varios peces mordieron el anzuelo.
Entonces opté. Elegí sobreemplearme. Decidí conservar la independencia en los ratos que me deje libre el nuevo trabajo, con la intención de que evolucione a su tiempo pero sin arrastrarme en ese crecimiento.
Y hoy empiezo esta nueva vida de seis días sin descanso en un lugar increíblemente lindo y con la responsabilidad de tener la parte comercial de una empresa absolutamente a mi cargo.
Detrás de esa puerta que hoy se abre, hay un montón de pequeños proyectos dorándose en el horno de mi cocina. Todos tienen que ver con lo que más amo en este mundo. Muchos, en unos meses estarán listos para servir a la mesa de quien supo esperar.
Hoy puede ser ese día que anduve esperando.
¿Por qué no?