
Son épocas. Momentos en que uno se sienta a contemplar lo que dejó el vendaval y se entretiene juntando las partes de ese todo que supimos ser.
Y de pronto nos vemos modificados, frente a ese espejo imaginario que nos regala el paso del tiempo y en el que nos obliga a mirarnos de vez en cuando para que podamos maquillarnos las ganas y retocar los errores.
Otra vez volvió el apetito, el deseo irremediable de enamorarme, de abandonar la entrañable soledad que me acurrucó en el invierno y de la que me hice tan amiga que me cuesta abadonarla.
Ando necesitando esos abrazos que trituran los huesos y las penas de la jornada con igual intensidad, que devuelven la sonrisa perdida en un vagón de subte, que sacuden el cansancio de los lunes.
Estuve planchando las viejas arrugas del corazón y mintiéndole al óido, prometiéndole que el próximo que llegara se ocuparía de regarle las arterias para que nunca más tuviera que pasar por la sala de terapia intensiva. Le dije, además, que volvería a latir lleno de asombro frente a un ramo de jazmines, un par de velas encendidas o un beso robado bajo el sol de verano.
No sabe si creerme. Supongo que a esta altura entiende que no puedo garantizarle cuidados de un tercero y que a veces con mi sola voluntad no alcanza.
Calculo que apenas lo vea llegar cambiará de idea, se volverá confiado y vulnerable, como siempre, y que rezará cuando yo no lo vea, pidiéndole a su propio Dios que aquél que vino quiera quedarse, que yo no lo eche, que nadie se canse.
Deben ser los primeros acordes del verano los que me provocan esta sensación de andar extrañando ese ascensor que sube y baja por el estómago ante la mera presencia de alguien amado.
Tal vez sea la calma de mi propio mar, antes revuelto, la que me permite mirar otra vez más allá de mis pupilas empañadas.
Quizás sólo se trate de unas ganas locas de lanzarme por ese tobogán de sensaciones que sólo genera el amor.
Hoy extraño ese mordizco en el aire plagado de magia , esa bocanada de amor que colma el espíritu y llena los pulmones de esperanza .
Hoy añoro esa presencia de alguien que aún no conozco, pero que sin embargo me suena tan familiar...