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jueves, 30 de diciembre de 2010

Hora de estar en casa


Es hora de estar en casa.
Descalzarnos en la entrada, revolear los zapatos por el aire, y sentarnos en el centro del sillón para contemplar como el año empieza a irse, dejando la estela de lo irrepetible.

Decirle chau, de pie frente a un nuevo calendario, y arremeter con las tizas nuevas.
Trazar los planes tentativos en amarillo, los que no resisten modificaciones en azul, los que resumen todas nuestras esperanzas en verde, y seguir.
Tizas rojas para los amores que nos prestarán los diez dedos para acariciar una promesa.
Tizas violetas para los amigos y el café que arregla el mundo en una charla.
Tizas naranjas para dibujar un sol que nos recuerde la playa en el invierno.
Negras para subrayar lo impostergable.
Blancas para dejar espacio a la sorpresa y el asombro.

Ahogarnos de entusiasmo en un litro de champagne. Armar collares de confites y de almendras.
Sacudir la copa del árbol de Navidad hasta que caigan los mejores recuerdos de la infancia. Atar el ruedo del vestido a una cañita voladora que nos lleve de paseo hasta el asteroide B 612 que colgó del cielo Saint-Exupéry.


Para terminar el 2010: una lista de mentiras piadosas que nos permitan escapar a horario del trabajo para disfrutar la vida que transcurre más allá de la fotocopiadora y el cesto en el que embocamos los bollitos de papel cuando nadie nos ve.

A las 19.01, todos libres, con un paquete de Lay's restó en una mano, y una cervecita en la otra. En el cordón de la vereda, en el banco de una plaza, en el tumulto del subte o en el relax total y absoluto de nuestras casas.

Pongámosle un toque de sabor a estos dos días que nos quedan del año viejo y tratemos de prolongarlo para el estreno del que está viniendo.

Que la consigna de cada uno de nosotros sea disfrutar, vivir a pleno e ir en busca de todo aquello que el tiempo transformará en grandes recuerdos.

Por un 2011 con más momentos de los que propone Lay´s, en los que siempre sea la hora de estar en casa.

Felíz año.

Los quiero así de mucho :)










Fin de año auspiciado por Lay´s Restó



Click en la imagen para participar de la promo a las 19.01 hs


Estos son los premios que hay para los ganadores. Los primeros 25 que se comuniquen a las 19.01 hs:

Masajeadores de Cabeza
Antifaz térmico
Pantuflas
Sillón masajeador Modelo Omega
Colchones de Agua


¡ Que viva el relax!

jueves, 23 de diciembre de 2010

Revancha




Se va el 2010.
En mi caso, agoniza después de haber estado más tiempo bajo los efectos de los sedantes que lúcido.
Hace bien en irse. Que ni se despida ni haga el más mínimo intento de quedarse.
Su estadía me generó más complicaciones que complacencias.
De las cosas buenas que tenía pensado regalarme, sólo se limitó a hacer insinuaciones. Y salvo por dos grandes noticias y algunos encuentros, se robó más de la cuenta.


Impunemente me abofeteó en más de una ocasión. Me hizo pedir clemencia, arrodillada sobre el tapete de la desdicha, sin que se inmutara. Me puso la soga al cuello hasta ponerme violeta. Y sé que espero que me rindiera, que lo deseó hasta darse por vencido cuando lo insulté con el último aliento.

Fue un año difícil.
Irrespetuosamente jodido.

Pero hay revancha. En todo lo hay.
El desquite lo trae el año que ya está bajando del tren, que viene en busca de un alojamiento espacioso, con un enorme armario en donde poder colgar los honores y regalías que me tiene preparado.

Si cumple con su promesa, en su equipaje habrá menos dudas y más certezas, más acercamientos que promesas, mucho más bienestar que miseria.
Traerá la bendición de sentirme libre desde la raíz hasta la queja.
La sensación de plenitud que me permita disfrutar el baile en el perímetro de una baldosa.
Los abrazos.
La emoción anudada a la altura del estómago.
Los momentos que pediré que se conviertan en eternos.
Las caras de siempre y las nuevas.
Los silencios que acrediten las verdades que me calle.
Las musas comiendo miel sobre mi cama.
Los gatos ronroneando en mi llegada.
Las amigas. Los amigos.
La familia. Los amigos y amigas que son familia.
La esencia. La decencia. Las presencias.
Los amores creciendo de a poco pero no de a ratos.
Los espacios para mí.
El llanto para el final de las películas que cuenten algo sobre la vida, pero no el llanto para mi vida.
La memoria y el recuerdo como una noble manera de revivir a los que se fueron.
El cuerpo sin nuevas cicatrices.
El alma con hambre de esplendor.
La mente con ganas de inventar.
La pasión comiendo de mi mano.

Y un avioncito de papel con tres motores que me lleven de paseo por el calendario sin temor a caer.
Un año sin miedo. Eso quiero.



Para todos los que están del otro lado, y muchos (en gran medida) en mi corazón, va el deseo de que el 2011 les dé la revancha que merecen.

Brindemos por lo inmejorable, que está ahí nomás de derribarnos la puerta.


¡Feliz Navidad y Nuevo Año!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Incertidumbre



La incertidumbre es el cajón donde se almacenan los signos de pregunta. Donde tienen cría la duda y la excusa espontánea.

Es la denuncia interior, el duelo entre la posibilidad de modificar una variable de nuestra existencia y la comodidad de la permanencia en el estado conocido.

La incertidumbre hace trastabillar las certezas y nos arroja a las manos de los supuestos. Nos desaloja de la habitación de las evidencias y nos invita a mudarnos al país de lo impreciso.

Es mala época para armar valijas que no incluyan bronceador y traje de baño, lo sé, sin embargo saco un boleto de ida a ese destino incierto con la esperanza de hallar algún paisaje que le dé sentido a la travesía.


En tiempo de tanta reflexión impuesta por el calendario, no tengo espacio en mi balanza para sopesar los pros y los contras de cada posible paso.

Hay un surtido demasiado amplio de propuestas laborales que se superponen en un mismo estante, apiladas por ese capricho que a veces tiene la vida de amontonar las chances para empañarnos la lente de la objetividad.

Así que dije sí a mucho para sentir que no puedo con nada.

Repartí varias docenas de huevos en distintas canastas y, de la confusión que me provoca tanta dispersión, creo que terminé depositando algunos en el interior del armario y otros tantos los perdí en el trayecto que va de la cocina a mi cama.

Tengo un trabajo, y dos, y cinco. Cuatro entrevistas pendientes que amenazan con la idea de ser mejores elecciones que todas las anteriores y que la posibilidad de no presentarme sea motivo de arrepentimiento posterior.


Me siento como una esposa infiel repartida entre el flamante marido que se arrodilló para proponerme casamiento con cara de eternidad y música de violines, y un amante que en cada encuentro me soborna con la promesa del mejor sexo, un capuccino de Starbucks y una caja de marrón glacés. La tentación es tan grande como la culpa pero no más que la duda y que el malestar que me genera el andar revolviendo la galera de las mentiras de la que salen trámites inconclusos, sobrinos que nacen antes de tiempo e inundaciones repentinas por culpa de un caño mal reparado.

Lo terrible es que me enamoro del esposo, del amante, y de cada candidato que me murmura al oído una propuesta irresistible, mientras me vuelvo una especialista del arte de ocultar evidencia como tarjetas personales y anotaciones con hora y lugar del encuentro.


Hago malabares en la hora de almuerzo dignas de un trapecista del Cirque du Soleil sin saber si en algún momento se cortará la soga y caeré justo en la garganta del león o si escucharé sonar los aplausos del público de pie.

En mis ratos libres, que escasean más que los políticos honestos, le doy forma al libro, escribo un guión para llevar a un escenario, diseño postales, organizo ferias navideñas, me reúno con una banda de rock para ocuparme de la prensa, vendo vía mail el armado de campañas web para Latinoamérica y además integro el equipo de diez bloggers encargados de testear la nueva notebook de Samsung.

También veo a mis amigas, alimento a mis gatos y les sacudo un piolín junto al piso para que jueguen un rato. Me baño, me cambio el esmalte de las uñas y pongo en remojo la ropa que usé en cada encuentro para limpiar los posibles rastros de la infidelidad. Cocino algo a las apuradas y a deshora. Hago zapping compulsivamente antes de que el sueño me sorprenda con el control remoto en una mano y un cigarrillo consumido en la otra. Me preparo litros de café para sustentar mi desvelo, soporto la taquicardia y la regulo con una dosis extra de Clonazepán. Me aseguro de haber cerrado la llave de gas y la puerta de calle, de desenchufar la plancha y de llevar el DNI en la cartera para poder recordar mi nombre cuando me lo olvido.


Todo eso, en el patético marco de la víspera de las fiestas que tanto detesto. Con el espíritu navideño tan devaluado como el amor. Con un arbolito artesanal y una hilera de luces siempre apagada. Sin planes románticos para la Nochebuena, ni para las noches que siguen, salvo por el vínculo estrecho que andamos estableciendo mi aislamiento y yo… más todos esos proyectos que duermen en la cama entre los dos.


sábado, 4 de diciembre de 2010

El pez por la boca muere



Soy humanamente imperfecta y eso no es novedad.
Tengo una lista de falencias marcadas con cruces en la libreta de los cambios pendientes. Pero en la misma libreta, acabo de inaugurar una hoja que lleva un signo de pregunta. Es la que agrupa mis sincericidios y mis atropellos verbales.

Tengo el hábito de bajarle el cierre a la funda que me recubre y quedarme en carne viva, desnuda y expuesta, frente a aquellos que han sabido regalarme un gesto de complicidad.
Me libero de las posturas forzadas, me relajo y me descalzo ante la mirada de quien creo capaz de entender y aceptar mis inseguridades y mis miedos.
Me desenvuelvo como un caramelo y muestro el relleno sin advertir que tal vez me encuentro frente a alguien vulnerable a la glucosa.
Expreso, reclamo, y grito sin levantar la voz, mis mayores debilidades.


No reparo en el después, de gargantas vacías y manos quietas. De silencios insospechados, de pausas impuestas e improgramadas.
No advierto que el otro se haya quedado en el "hola", cuando yo ya voy por el "quedate". Ni considero la opción de que aún no haya aprendido mi nombre cuando yo ya llevo el registro de sus suspiros.

En esa hoja recién estrenada, anoto con un interrogante estas nuevas dudas: ¿Hay sensaciones que uno no debe manifestar? ¿Hay cosas de las que no se debe hablar? ¿Es inherente a la mujer esa necesidad de aclararlo todo?

Suele decirse que no hay nada mejor que un buen diálogo. Parece contradictorio pensar que tanto diálogo pueda provocar reacciones adversas y convertirse en una medicina que en lugar de sanar termina por acarrear severas contraindicaciones para los interlocutores.

Tal vez sea que las mujeres de mi estilo preferimos vaciar la cartera frente al ladrón para que se sirva lo que le resulte útil para su botín, y para que, en caso de que nuestro bolso no contenga lo que anda buscando, pueda salir en la búsqueda de otra víctima y nos evitemos un forcejeo innecesario.

Está claro, no hay fórmula. Algunos valorarán la honestidad extrema, la cuchara que convida en la boca la esencia de uno mismo.
Muchos preferirán tomarse la molestia de quitarnos la cáscara hasta llegar a la semilla.
Otros tantos, nos mirarán con desconcierto, sin poder concluír si esa intensidad tan expuesta y esa manía de manifestar lo que nos atraviesa el corazón, en lugar de la razón, es una virtud o un defecto.


Por la boca muere el pez.
Pero también hay algunos que disfrutan de haber nadado hasta la cercanía del pescador y no les importa lo que duela el anzuelo.


Claramente, soy uno de esos peces.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Perdonar-se


El otro día hablaba sobre el amor propio y el ajeno acá.
Hoy entendí, después de una intensa sesión de terapia, que parte de ese amarse empieza en el acto de perdonar-se.

El perdón es algo que, por lo complicado que resulta, debería ser un ejercicio cotidiano.
No basta con ser indulgentes frente a una equivocación del momento, sino que requiere de la incorporación de un concepto un tanto más abarcativo y que es el aceptar que podemos equivocarnos una y mil veces, y que eso no nos convierte en una escoria.

El asunto no termina ahí, sino que además, debemos ser capaces de hacernos cargo de esos equívocos sin darle lugar a que aparezca la culpa.
La culpa es la peor enemiga, es la aliada de la represalia, la que nos murmura al oído que por eso tenemos lo que tenemos, logramos lo que logramos, y no más.
El transitar la culpa nos lleva a lugares inhóspitos, a instancias de autocastigo y reproche, a enfrentarnos a una balanza en la que pesa bastante más el yo quise haber sido, que el yo soy.

Lo que yo soy hoy dista bastante de lo que hubiera pretendido ser.
En el camino, tomé por atajos que me alejaron, consciente o inconscientemente, de mi objetivo.
En ese trayecto, seguramente me aparté de las pretensiones que muchos tenían para conmigo.
Y sin duda, eso me genera culpa, rabia y enojo.
Pero no puedo volver el tiempo atrás, ni empezar de cero. No puedo rebobinar mi vida como un video clip, ni puedo recomenzar como si nada hubiera existido.
Lo único posible es aceptarme. Y eso requiere de una gran valentía...



Y acá estoy, intentando remontar el barrilete del que cuelgan tres kilos de plomo, mientras improviso un acto de contrición con mi pasado y con mis desatinadas decisiones.

En este mismo acto, aprovecho para perdonar a quienes demandaron (y demandan) de mí, más que lo que puedo dar, o ser. A quienes no valoran el esfuerzo desmesurado que representan para mí ciertos intentos, y a quienes el peso de esto que soy les resulta una carga tan explosiva que prefieren dejarme abandonada en una esquina. ( Y eso que tal vez se pierdan de descubrir que la explosión no era más que una mágica función de fuegos artificiales).



Perdonarse es el primer paso de esa interminable escalera que nos conduce a otras instancias de la vida. Para llegar a amar, hay que primero amarse, y para ello, se necesita empezar por la absolución. Y no al revés.

Si yo no me quiero, difícilmente alguien pueda hacerlo. Porque si no me amo, ¿qué valor podría tener el amor que yo tuviera para ofrecerle a otra persona?
Ninguno.

Entonces, cambiando el modelo repetido hasta hoy, la ecuación pasaría a ser un tanto más simple.
Me quiero, quiero a otra persona, y puedo decírselo sabiendo que no estoy a la espera de que esa persona me confirme que también me quiere. Su respuesta no va a cambiar el concepto que yo tengo de mí misma. Y eso me relaja, porque no quiero andar pendiente de la aprobación del otro para sentirme linda, inteligente, estimable y meritoria.

Es una cadena de eslabones soldada con miga de pan humedecida, que requiere de una tremenda constancia evitar que se desprenda y que volvamos a descarrilar por el camino de la culpa.
Un círculo vicioso cuyo núcleo somos nosotros.
Desde ahí, podremos girar como un trompo por las vidas de quienes nos rodean, o podremos quedarnos inmóviles en el lugar, buscando la hoja de ruta.

No sé cómo va a salirme la receta, ni si habrá comensal dispuesto a sentarse a mi mesa y disfrutar del banquete.
De lo que sí estoy segura es de que me pondré el mejor delantal y que usaré los mejores ingredientes para cocinar lo que pretendo de mí.
Cuando esté lista, veremos si alguien se acerca a pedir el menú.
De lo contrario, me empacharé de lo lindo, con la servilleta al cuello y una copa de buen vino.
Conmigo.
Siempre conmigo.








Gracias a todos los que se alegraron por el libro y que me lo hicieron saber a través del blog, por Facebook o vía mail.






viernes, 26 de noviembre de 2010

Plantar un árbol, tener un hijo


Parece que al escritor cubano, José Martí, se le ocurrió decir que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro."
Las tres, sin duda, hablan de trascender. De esa necesidad de dejar una huella que nos convierta en un poco menos mortales.

Cuando era chica, intenté plantar un árbol de cafeto en la casa de mi abuela. Se suponía que era una tarea simple: cavar un pozo en la tierra con ambas manos, arrojar las semillas, echar un poco de agua y esperar a que crezca.
Lo que a esa edad no sabía era que el árbol no crecía de un día para otro. Que no iba a levantarme a la mañana siguiente con una rama filtrándose por la ventana, llena de semillas para moler y convertir en café.
Se requería de paciencia y de constancia en el riego. Y eso hice.
Un día, unas hojitas verdes brotaron de ese montículo de tierra y la semilla fue una tentativa de planta.
Yo pensé que ahí terminaba el asunto. Que con regarlo y mirarlo de vez en cuando, ese pequeño tallo se convertiría en un frondoso árbol que daría café.
Me relajé, lo descuidé y al poco tiempo se secó.
Así que no creo que esté en condiciones de tachar ese item de la lista que sugirió Martí.


En cuanto a tener un hijo...¿quién sabe?
Mi instinto de madre no está desesperado por salir en busca de potentes espermatocitos. No oye el tic tac biológico, o se está quedando sordo.
No soy de las que creen que para sentirse una mujer completa una deba traer un hijo al mundo sin que las ganas le desborden por cada poro. Así que tal vez, nunca me surja la real necesidad - y egoísta por cierto- de ser madre.
Otro item de Martí que no puedo tildar. Al momento queda pendiente.


El último, el de escribir un libro, requiere de la misma paciencia que el plantar un árbol.
Sembrar, tener constancia, considerar ciertos cuidados, podar lo que sobra y esperar a que crezca. Que pase de ser un mero proyecto a una concreción encuadernada.

Si todo sale bien, si no clausuran las imprentas, ni mi editor pierde la memoria al pincharse el dedo con el huso de una rueca, a fines de marzo estará mi libro exhibido en más de una librería.



Y eso es casi como parir un hijo.Del intelecto, pero hijo al fin.




(Como cantaría mi amado Cerati: Tarda en llegar, y al final hay recompensa...)









martes, 23 de noviembre de 2010

Del amor propio y el ajeno



A lo largo de los años me fui dando cuenta que hay gente que nace con la autoestima en modo encendido y otros sin ni siquiera la tecla para prenderla.
En mi adolescencia, fui testigo de situaciones en las que algunas amigas eran capaces de no atender la llamada que estaban esperando simplemente para generar más interés en el otro.
Podían rechazar una invitación del tipo por el cual morían, por la sencilla razón de que ellas optaban por no "morir".
Y así, con el uso de esas técnicas que parecían surgirles espontáneamente, lograban conquistar al soltero más codiciado y ¡hasta conservarlo enamorado y todo!

En cambio a otras, las cosas no nos resultaron tan de manual.
Actuar como ellas era limitarse a ser una estratega. Yo no servía para eso.
El desgaste que me producía montar una escena de rieles y poleas capaces de enganchar a alguno, me agotaba al extremo de dar por perdida la batalla sin haber salido de la trinchera.


Para las que no tuvimos la suerte de que ese amor propio nos fluyera como el estornudo, la situación se vio complicada cuando nos topábamos con alguien que era capaz de dinamitar la poca confianza en nosotras mismas que tanto nos había costado conseguir.
A los golpes, aprendimos que no estaba bien levantar el teléfono cada quince minutos para ver si tenía tono, o enviar un mensaje de texto sin nada relevante para decir con la mera excusa de "testear" si había respuesta.
A puro tropiezo, fuimos incorporando el primero de los mandamientos en cuestiones de conquista: Empezarás a quererte por sobre el resto de los mortales.

Porque parece que la ecuación la teníamos invertida. No era: te amaré por sobre todas las cosas y mi vida girará en torno a tu persona, sino completamente al revés.
Muchas veces el sumar uno más uno nos había arrojado un enorme cero incapaz de ser asimilado sin un atado de cigarrillos y dos kilos de pañuelos de papel. En varias oportunidades, nos cuestionamos cuál fue el paso dado a destiempo. Y no fue un paso el problema, sino la forma de andar.

El amor propio es la única receta para abordar el amor ajeno.
La sola voluntad de intentar querer bien a otro no alcanza si mientras que lo procuramos tenemos que ir inyectando con helio a nuestra autoestima.

La raíz de todo, para variar, radica en uno mismo y en ese enjambre de equívocas vivencias que nos cuesta desterrar.

A mis treinta y siete, puedo decir que poco queda de esa jauría de perros embuchando mi lucidez y mi poder de reacción. Los que antes me roían hasta los huesos, ahora sólo han logrado carcomer un poco de mi impaciencia, sin la necesidad de dejarme montada en dos muletas.

Para las que nacimos con el corazón pasado de hervor y las palmas hacia arriba en un gesto de eterna dádiva, el aprendizaje es lento y prolongado en el tiempo.
Con tres o cuatro palanganas llenas de lágrimas, empezamos a convencernos de que ciertas relaciones no lo valen. Con setescientas noches de conjeturas y varias uñas masticadas hasta la cutícula, comenzamos a vislumbrar que existe algo más interesante por hacer en nuestro tiempo que dedicárselo a un otro.
Porque ese otro tiene un radar injertado en sus capilares que lo ahuyenta de las mujeres que se quieren poquito.Un olfato de sabueso que detecta nuestra tan inoportuna incondicionalidad y ese arte con el que nos exhibimos vulnerables hasta la epidermis.

Después de todo, era sencillo. Bastaba con pensar quién sería capaz de comprar algo que desde el vamos se ubica en la mesa de saldos, con una etiqueta de fábrica que enumera lo poco valioso que es el producto. Tan poco estimable, que ni el propio fabricante decidiría aceptarlo ni aunque se lo regalaran.


Tarda en llegar, pero es lindo descubrir que la matriz de uno fue mejorando ciertos defectos de manufactura.
Mis piezas fueron torneadas con la dedicación de un ebanista. Ahora pueden encastrar con mayor facilidad en el rompecabezas de un otro que también haya aprendido a cincelar las suyas.







Post dedicado a Clara Almada, a quien espero haberle sido útil con mi respuesta.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Yo, mi gran enemiga


Mi futuro laboral es un gran enigma.
Tengo media docena de gallinas empollando proyectos. Hay dos posibilidades: que alguna grite Eureka o que un día las desplume para hacer puchero.

En el mientras tanto, retomé el no tan antiguo hábito de enviar curriculums y de concurrir a cuanta entrevista razonable se presente.
Hoy fue el día de la entrevista número dos para un puesto en un hotel cinco estrellas.

Dicho así, suena tentador. Pero no se oyó de la misma manera en boca de la selectora cuando me lo comunicó el viernes pasado.

- Mirá, tenés la experiencia que están buscando para el puesto, así que te voy a dar un par de recomendaciones para que pases airosa la entrevista con la empresa.

- Decime, te escucho con atención.

- Tenés que ir vestida como si fueras a un cocktail, ¿entendés?

- Un cocktail....¿un cocktail?- repetí sin entender - ¿te referís a ir vestida como para una ...fiesta?

- Claro, toda de negro en lo posible.Con peinado de peluquería, bien maquillada, tacos muy altos. Algo así como una azafata.

- Ajá. ¿Algo más?

- Sí, practicá mucho inglés porque piden bilingüe.

- Pero no soy bilingüe.

- Ya sé, por eso te aviso. Vos practicá y andá el viernes a las 16 hs.

- Bueh....bueno.


Me pasé la semana viendo series sin subtitular, leyendo cuestionarios de entrevistas en sitios americanos, practicando sola en casa mientras hacía las cosas cotidianas como para ejercitar la fluidez del idioma. Así que iba y venía diciendo frases como aim gouin tu oupen de güindou, aim itin a pis of chis, y cosas del estilo.
La cuarta vez que repetí aim sertiseven an ai liv alon güit mai tu cats, me dieron ganas de postularme para una vacante de recolectora de muestras de baba de caracol donde no fuera necesario cumplir el requisito del segundo idioma hablado a la perfección y la parafernalia del atuendo.

Hoy a la mañana empezó el autoboicot.
Es algo así como un chip que se enciende, sin que nadie lo accione, ante la posibilidad de un nuevo logro. Esta pequeña tecla invisible, alojada en algún lugar del inconsciente, es la misma que se encarga de inventar fantasmas al inicio de cualquier relación, de repetir en mi oído "no va a funcionar, mejor arruinalo ahora", y una interminable lista de artimañas que utiliza para sembrar mi terreno de dudas e inseguridades.

El autoboicot dio su primera señal cuando ya estaba enfundada en un conjunto negro y con el pelo planchado como por un tintorero japonés. Sin contar los stilettos de ocho centímetros y los accesorios que usé para el civil de una amiga.
Me pareció demasiado, así que sobre la hora me puse a planchar un vestido negro, mucho más simple, y me recogí el pelo en una cola tan larga como la crin de Rocinante.
Finalmente salí. Tarde, y carajeando en inglés.

Resultó ser que era trasmano. Y ahí me arrepentí de haber confiado en el sitio que te informa las combinaciones de colectivos, trenes y sulkys de la ciudad.
Cuando tomé el segundo colectivo le consulté al chofer el horario estimado de arribo a destino. Ni bien me dijo que calculaba llegar en una hora y cincuenta, mi otro yo le dijo (como si él tuviera la culpa):- Ah, pero no llego, entonces me bajo.
Me miró con cara de hacéloquequieraspibaperodespejamelapuerta, hasta que una señora me indicó que podía combinar con el subte y ahorrarme algo así como una vida viajando.

Así que combiné con el subte nomás.
Y no va que justo, pero justo cuando se supone que no deberían surgir imprevistos, se viene a quedar entre dormida y muertita una pasajera. Enfrente mío, por supuesto.
La gente la codeaba, la chistaba para avisarle que era la terminal...y ella nada, como de mármol tallado. La dejaban ahí, después de dos sarandeos, pero yo no podía. Sentía que si no hacía nada iba a ir a la entrevista con el remordimiento prendido al ruedo del vestido.
Llamé a una mujer de uniforme azul de Metrovías, que no me escuchaba porque andaba con el auricular enchufado en las trompas de Eustaquio y en volumen dieciocho. Ella la sacudió también y como se dio por vencida rápido, llamó a un policia de esos que no saben ni sancionar una infracción de tránsito. Y la dejaron ahí a la pobrecita, otra vez de regreso a la terminal de la que venía, dormida como en un profundo trance. Contemplé sus vaivenes todo el viaje, hasta que me tocó bajarme.
Mi otro yo quería quedarse ahí viendo como alguien se dignaba a socorrerla y tener la excusa perfecta para no ir a la entrevista. Pero me obligué y bajé, y corrí hasta la parada del próximo colectivo que, con suerte, iba a dejarme a cuatro cuadras del hotel.

Llegué destartalada, rogando que no se me partiera un taco en una alcantarilla, y con veinte minutos de demora.
Pregunté por la fulanita que debía recibirme. Me hicieron llenar papeles, me sacaron una foto instantánea y me pidieron el dni, la última placa de tórax y el árbol genealógico de mi familia que vive en Italia.
Finalmente me ubicaron en una salita, con un reloj que me miraba desde la pared de enfrente.
Tic, tac, tic, tac....veinticinco minutos sin noticias de la persona que iba a entrevistarme.
Tic, tac, tic, tac...yomelevantoymevoy... estoesunaseñaldequeestetrabajonoesparami...dis yob is not for iú...ripit...not for iú...

Hasta que entró la tal Florencia y se disculpó por la demora (?)
Bla blá y más bla blá.
Lets toc in inglishh nau. Tel mi abaut ior laif - dijo

Y ahí, mi mayor enemiga abrió el paragüas y advirtió: Mire que yo le avisé a la persona de la consultora que no soy bi - lin- güe, eh. Entiendo todo, le leo un libro, le miro una película en inglés, pero esto de andar hablando en inglés con otro argentino me pone de lo más incómoda.

- In inglish plis, toc in inglish.

Empecé con el ai am sertiseven, an ai liv alon güit mai tu cats.

De ahí en más, mi pasado laboral, mis preferencias en cuanto a tareas, mis habilidades, fortalezas y todo lo típico de una entrevista...pero en inglés.

- Muy bien, ¿podrás venir a la última entrevista la semana próxima? ¿En qué horario te queda cómodo?


Más allá de sentir que podía merecer algo mejor en cuanto a remuneración, condiciones generales de contratación y demases, me sentí completamente satisfecha por haber podido vencer una nueva batalla con esa enemiga que vive bajo mi propio techo y que suele ponerme tachuelas en los zapatos cada vez que yo intento despegarme del suelo.

Blonda: 1
Yo, mi gran enemiga: 0

martes, 16 de noviembre de 2010

Despedidas y encuentros


Nunca me gustaron las despedidas. Me incomodan, me corroen. Me obligan a pensar en el tiempo de ausencia que seguirá a ese abrazo o a ese adiós.
Detesto tener que asimilar una pérdida, acostumbrarme a que quien estaba en mi vida ya no está, o al menos no de la misma manera.
Adoro las presencias, la cotidianeidad de los vínculos, su mutación, su crecimiento paulatino y la transformación que nos genera en nuestro propio ser a través del tiempo.
Cada persona que pasó por mi vida dejó su marca. Algunas casi imperceptibles. Otras sin convertirse en inolvidables. Pero algunas me marcaron con su tinta indeleble y me regalaron el disfrute de evocarlas en formato de postal en blanco y negro en esas pausas que me regala el día.


Definitivamente, me sientan mejor los encuentros.
Ese pase mágico que hace la vida para ponernos frente a alguien nuevo, con todo por descubrir.
Una posibilidad de inventar una historia distinta, breve o duradera, intensa o con liviandad, pero que antes no existía en nuestro espacio.

Los encuentros, esos pequeños hallazgos de personas con la capacidad de conmovernos, de hacernos más felices, de moldear lo que éramos hasta ese momento, son pequeños milagros que viajan hasta nuestra ventana desde ese lugar sin nombre en el que se almacenan las concesiones que la vida nos tiene preparadas.

Hay una ofrenda que espera ser entregada sobre el felpudo de mi puerta.
Tengo la posibilidad de ver a mi amiga que vive en Italia. De pasear juntas, de reírnos en vivo y no a través de un ícono del chat.
Para eso necesito la colaboración de ustedes. Porque eso va a ser posible si votan a mi amiga en el concurso de Ilolay para repatriar a alguien que queremos. Falta poco, y mañana es el día en que cada voto vale por diez si subimos una foto con un pote de dulce de leche de la marca o con un dibujito del envase. ¡Ni hace falta comprarlo!

Para que no tengan que perder tiempo, les propongo que si no quieren subir la foto, me las envíen a mi correo: solteriaanunciada@gmail.com y yo me ocupo. Pueden sacarse 50 si quieren, que serán bienvenidas.

Los que quieran hacerlo directamente, pueden entrar a http://www.repatrialo.com/ y poner en el buscador STRANO (que es el apellido de mi amiga) y ahí votar.
Mañana es el día en que se permiten subir las fotos, y estamos a 14 puestos de lograr la meta.

A cambio, entre aquellos de Capital que colaboren con su foto y que me avisen, voy a sortear dos entradas para el teatro para este viernes.


Estoy segura que como ustedes también prefieren los encuentros antes que los adioses, me van a dar una mano.




Casualmente, la obra se llama Despedida. Esas paradojas de la vida...
Es sobre una despedida de soltera, muy divertida, así que les garantizo un buen momento.

Los resultados del sorteo, acá mismo el jueves.


¡Gracias!














sábado, 13 de noviembre de 2010

Despabilada


Para empezar voy a tener que mencionar a L sin que esta entrada tenga que ver con él. O sí, tal vez en parte.
Voy a comenzar por agradecerle que me haya abierto los ojos sin intención explícita de hacerlo y sin saberlo siquiera.

Antes de que apareciera L, yo estaba hundida en el letargo, invernando sin importar la época del año.
Andaba con la vida atravesada en el esófago, como una espina o un hueso de pollo. L fue quien me dio el puñetazo en medio del estómago cuando ya comenzaba a ponerme violeta.
Y de pronto escupí. Expulsé mucho de lo que tenía atorado y volví a respirar.

Hace días que no sé nada de L. Sus tiempos y su necesidad de reflexión son distintos a los míos. Eso no es ni bueno ni malo. Simplemente son formas distintas de ejercitar el arte del encuentro y del descubrimiento mutuo. Lo respeto, sobre todo, porque ese llamado de atención a mi falta de paciencia y a mi necesidad de inmediatez, me obligó a despabilarme.

El lunes me di cuenta que había algo llamado vida que no traía manual. Que no era fácil desplazarse por el tiempo y que todo consistía en una suerte de ensayo y error permanente hasta poder minimizar los equívocos para optimizar el resultado.
Entendí - o trato de entender - que la vida requiere de perseverancia y paciencia. La misma que lleva tejer con dos agujas. Desenrollar la madeja, cargar los puntos y mantener la vista fija en la lana. Si un punto se sale, se vuelve a cargar. Si lo ya tejido se desprende de la aguja, hay que desarmar y empezar de cero...
Con la misma tenacidad de una araña o la constancia de un hornero al construir su nido.

Y como me despabilé, mucho del resto se despertó conmigo.
Se asomaron a mi puerta entreabierta, sin que los llame ni con el pensamiento, amores pasados que ocuparon varias entradas de este blog y varias idas y vueltas en mi vida. Contrariamente a lo que hubiera sido mi reacción habitual, les di el lugar que merecían. Y eso significa, ni más ni menos, que ubicarlos detrás de mí.

Otras cosas se avivaron también. Mis ganas de un cambio radical y absoluto.
Ya no trabajo en relación de dependencia. Desde hace unas horas soy freelance y tengo menos miedo que nunca.
Comprendí que la vida es hoy y ahora. Que no compro más la idea de que " si no es esta vez será la próxima", y lo intento en la primera oportunidad que se presenta. Para decir que no era la indicada ya habrá tiempo...
Tampoco acepto excusas ni liviandades. Llevo mi intensidad a cuestas, con la enorme diferencia de que ahora la regulo y la diversifico. Parte se la otorgo a mis proyectos (que son tantos y tan lindos), parte a la opción de conocer a alguien que quiera amoldarse sin necesidad de deshacerse ni ahogarse. Que sólo quiera caminar conmigo hasta que le broten de las vértebras las ganas de abrazarme.

Y no tolero, por nada del mundo, que yo misma me acobarde o me entregue a la somnolencia.
Tengo una hilera de luces colgando desde mi pelo hasta las sandalias. Encendidas. Multicolores.
Sin intermitencias.


Bien despabilada ando.
Y cuidado que contagio.









domingo, 7 de noviembre de 2010

Abrir la puerta - Crónica de una nueva cita


Anoche, después de un tiempo encerrada en mi propio frasco, volví a entregarme a los nervios de una cita "tuerta" (decir a ciegas no hubiera sido del todo apropiado).
A "L" lo conocí por el blog, cuando mi relato sobre el ataque de pánico lo motivó a proponerme una salida.
Llegaron los mails, las largas conversaciones por chat y, más tarde, los llamados telefónicos.

Que llegara el encuentro no fue una tarea fácil. A esta altura ya estoy convencida que atraigo como un imán a todos los que me demandan un esfuerzo extra que pone a prueba mi paciencia y el control de mi ansiedad.
L venía de una relación difícil y, lógicamente, con el escepticismo anudado como una corbata.
Pero así todo, su discurso mostraba algunos detalles incongruentes entre el deseo y la realidad.
Digamos que su incredulidad y sus dudas se contrarrestaban con la voluntad de encontrar "eso" que en el fondo buscamos todos.

Así que aprovechando la noche linda, le sugerí vernos siteníaganasynosesentíapresionado , y a eso de la una de la mañana me llamó y me pasó a buscar por la casa de un amigo en la que yo estaba disfrutando de un asado.

Y en este punto, deberán perdonar que escatime en sensaciones, ya que como bien dije en el principio, L lee el blog...
Así que sólo diré que tuvimos una extensa y agradabilísima charla, teñida por algunos momentos de tensión que percibí de su parte (y que se ocupó de negar), y una despedida a las cinco de la mañana, de esas que se muestran formales aunque pujen por no serlo tanto.

Por mi parte, sólo voy a agregar que me sentí altamente relajada, divertida y sin enrosques, lo que tomo como un gran avance considerando la etapa que atravieso.

Esto que les acabo de contar me hizo pensar en algo un poco más profundo que un intercambio de cafés en un bar con un semi desconocido.
La idea de formar una pareja nos parece, en el fondo, la batalla más difícil de ganar.
Parece improbable que dos personas puedan fusionar sus pasados, sus crianzas, sus ideologías, miedos y aspiraciones personales.
Tal es la complejidad del desafío, que llegamos a pensar que en nuestra vida eso no viene incluido, como si se hubieran olvidado de incorporarnos ese gen que promueve las relaciones duraderas y nos resignaran al círculo de los reincidentes en vínculos sin futuro.
Y ahí es donde tiramos la toalla y nos sentamos a contemplar los amores ajenos en la pantalla del televisor, desde el cómodo y solitario espacio de nuestro sillón.
Sin riesgo de salir maltrechos pero sin chances de salir victoriosos.
Las posibilidades de que salga bien o mal, son las mismas. Sin embargo, pensar de antemano que saldrá mal y vaticinar el desenlace nefasto como una premonición, nos deja momentáneamente tranquilos de haber evitado ese daño infalible del que acabamos de escapar.

Pero hay parejas que lo logran. Hay más casamientos que divorcios, más gente que piensa en el amor que en la guerra. Más solteros con ganas de pensar en formato doble que con ganas de hablar con las paredes.

El escepticismo y la desilusión son moneda corriente de esta época....pero algo nos hace seguir en la búsqueda, aunque nos cueste asumirlo y luego confesarlo.
Miramos de reojo en las esquinas con la esperanza de que el amor esté ahí y revolvemos el mar con el anhelo de descubrir una sirena que emerja desde las profundidades.



La aterradora aventura de conocerse comienza por el pequeño gesto de abrir la puerta.
Y eso que parece tan simple y cotidiano, a veces nos cuesta más que volver a transitar los momentos más olvidables de nuestras relaciones pasadas.

Por todo esto, permítanme sentirme orgullosa de haber sido capaz de girar el picaporte.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Me pareció verte




Hoy me sucedió algo raro.
Estaba de pie, con la mirada perdida en algún punto que no recuerdo, cuando pasó.
Fue algo rápido, como el coser un botón o aplastar un mosquito entre las manos. Fue tan espontáneo como el bostezo o un estornudo.
Me atravesó un rayo. Una chispa de confianza vestida con los colores vistosos del entusiasmo.
Por un instante, diminuto y escurridizo, me descubrí distinta. Con cascabeles en los tobillos y la boca abierta dispuesta a deglutir mariposas.

En ese estado de repentina metamorfosis, me puse a andar por lo caminos de siempre para ver si había cambiado de color el paisaje.
Y te vi... o me pareció verte. Estabas sentado en el banco de la plaza sin nadie alrededor.
Traías una sonrisa colgando de tu cara y la mirada que portan los hombres decentes. Las manos prolijamente apoyadas sobre tus rodillas como quien espera sin saber que lo está haciendo.

A tu lado había un espacio vacío que parecías reservarlo para quien se animara a ocuparlo. Y como eso de animarse no me pareció tarea simple, apuré el paso.
Pero sentía tus ojos marcándome la nuca con un matasellos. Tus manos convirtiéndose en delgados y sutiles hilos capaces de atraerme.

Y me volví.

Me paré de pie frente a vos y me abrí el pecho con una cuchara.
Te mostré las vísceras y el corazón sujetado entre dos broches. Vacié los cuencos de mis ojos para que vieras que ya no tenían más lágrimas. Me descalcé sobre el canto rodado para que supieras que mis pies se habían acostumbrado a andar sobre guijarros.
Hice la mueca de un grito sin que me saliera la voz. Te improvisé una canción sin notas ni melodía.
Me desvestí y te insulté con todas mis verdades aprendidas. Me volví a vestir con las ropas de las dudas y los acertijos que aún no soy capaz de descifrar.
Te sacudí mis penas sobre tus hombros y vomité en tus zapatos lustrados con un poco del barro que anduve tragando.

Te dije: Esta soy. La misma que ya no quiero ser.


Intuyo que si seguiste ahí sin inmutarte fue porque me permitiste ser así, vulnerable y apasionada.
Y porque en el fondo (y aunque me pese y me haga morir de miedo) me creés capaz de deglutir mariposas.


domingo, 31 de octubre de 2010

Desdibujada



Ando buscando la vereda del sol pero llevando un paraguas en mi cartera por si se trepan los nubarrones negros a mi cabeza.
Cada tanto me pasa. De pronto estoy cantando una canción, con los pies descalzos colgando de la silla, y aparecen esas enormes ganas de bajar la mirada al piso y de quedarme contemplando las baldosas, con el sonido en off.

Últimamente me acontece el miedo a vivir. Se adueña de mi pecho con todo su peso. Me lo hunde, me lo aplasta, me lo roba de a poquito y me pone grilletes en los pies.
Y yo me niego, de a ratos, y le hago frente con una espada inventada pero sin filo.
Otros ratos no me animo. Me gana mi instinto vulnerable y me rindo a la espera de un abrazo que me rescate antes de que se hunda mi propio Titanic.


Ando buscando la esquina en la que nacen las historias con garantía de finales felices sin escuchar a los que me murmuran al oído que tal esquina no existe.
Voy caminando en ele, zigzagueando por caminos nuevos que repentinamente se convierten en laberintos con hadas y faunos, con orquídeas y cardos.
Voy en busca del encuentro conmigo, sacudiéndome la piedra del zapato cuando se empeña en molestar mi paso. Me doy una ducha fría, cuando el cansancio que me provoca la búsqueda me agobia. Me seco con el viento de la mañana, que llega a mi vida cuando ya está anocheciendo, y me recuesto sobre el primer hombro que tiene ganas de sostener mi cabeza hasta que me duermo.
Si me cuentan cuentos me los creo. Me volví una fervorosa creyente de un mundo mejor que aún no descubro. Tal vez sea eso lo que me motive a seguir despabilada...la esperanza de que puedo matar el historial de mi memoria y reescribir con lápices nuevos un epílogo distinto.

Ando abriendo puertas a fuerza de golpes y arrancando promesas con los dientes.
A la espera de que alguien me traiga flores sin que tenga que estar muerta. Con el corazón alborotado en medio de un sol capaz de hincharme las venas de las emociones y de disecar las penas.

Estoy en carne viva. Sangrando por los talones y las mejillas. Con un colibrí picoteando el poco néctar que me brota del alma en los momentos en que recuerdo quien soy.
Con una enredadera trepándome hasta las rodillas y una espina clavada en la yugular.
Despojada de certezas.
Repleta de dudas.
Con una alcancía entre las manos mendigando una moneda de afecto a los que suelen quererme.
Con tres tickets para cambiar por un amor que pretendo canjear antes de que el tiempo los vuelva amarillentos.
Con una estúpida sensación de incierta felicidad mezclada con este pánico a disfrutar de lo que quiero.

martes, 26 de octubre de 2010

De desapegos y encuentros


Mirarnos al espejo es algo cotidiano.Vernos en él no es algo que ocurre con frecuencia.
Y no hablo de que el reflejo nos devuelva la imagen de una incipiente cana o una nueva arruga. Hablo de despertar un día y que esa tarea habitual de ponernos de pie frente al espejo nos patee en medio del ser, nos demore la rutina y nos obligue a vernos con los ojos bien abiertos.
Duele la mirada al darnos cuenta que somos menos de lo que pretendimos ser.

Yo me descubrí con un cántaro de lágrimas bajo el brazo y una ausencia hecha nido sobre mi cabeza. Con las rodillas machucadas de tanta caída y con los brazos cansados de tanto remar.
A la altura de los hombros, dos surcos profundos... legado del peso de mi mochila.
Pero en los ojos, un brillo intacto y confiado.

Esa excusa de deshacerme de cosas inútiles colgando de mi placard no fueron más que el símbolo de un proceso interior de desapego.
Es hora de dejar ir aquello que nunca se preocupó por estar.
Permitirme una despedida en voz baja, en medio de la mañana. Decirle adiós a cada cosa que fue dejando sedimento en mi yo hasta convertirse en un volcán en erupción.

Estoy sacando de a poquito las esquirlas que dejó la batalla conmigo misma. Perdonándome por pretender más de aquellos que sólo podían darme mucho menos.
Entendiendo que no todos están capacitados para amar de la misma manera y que, sin embargo, no soy responsable de que no me hayan amado como sin duda merezco.
Y no es pecar de soberbia decir que merezco más. Es aceptar que siendo imperfecta como todos, soy merecedora de un abrazo sincero que dure más que la misma promesa de abrazar.
El pasado es algo que a veces vuelve en forma de fantasma, sólo para molestar. No hay método para combatirlo más allá de la apuesta al presente y al futuro.
Es una tarea compleja el dejar ir. Pero no imposible.

La patada que me dio la vida para sacudirme no es más que una señal de alerta de que las cosas siguen pasando mientras yo me quedo atrapada en esa infancia que quedó atrás.
No hay parches para sanar los desamores. No hay zurcidos invisibles que remienden lo que no fue. No existen pegamentos que ensamblen los pedazos rotos de una relación en la que la otra parte me dio por muerta.

Este es mi exorcismo. El desapego a esa imagen de padre perfecto que no es tal.
Que no supo. Que no quiso. Que no pudo.
Pero del que yo no puedo hacerme cargo.


Yo merezco que me lleven a volar porque en este tiempo ya me crecieron alas.


lunes, 25 de octubre de 2010

Historias ocultas en el guardarropa

En mi primera sesión de terapia de esta semana, la psicóloga me dijo algo así como :
" Tu mente es como un enorme guardarropa lleno de cosas que no usás y que ocupan un lugar innecesario. Es prioritario que tires aquello que no sirve, cosas viejas del pasado que estorban y que no permiten que quede ni una sola percha vacía.Para que haya espacio para lo nuevo tenés que poder deshacerte de lo viejo."

Tan literal me lo tomé, que este domingo se me ocurrió hacer limpieza de placard, como si de alguna forma se relacionara con eso de hacer espacio en mi cabeza.
Lo que parecía una tarea por demás sencilla, no lo fue.

El guardarropa de una mujer es un lugar en que habitan mucho más que simples prendas.
Así que a la hora de tirar me encontré en la gran disyuntiva: ¿Me deshago de ese viejo corset de raso y encaje, lleno de alambres por dentro que impiden moverme con naturalidad , o lo conservo por si algún día tengo una fiesta de disfraces en la que opte por vestirme de cabaretera?
Por supuesto, que esas viejas remeras de algodón, estiradas, desteñidas y deformes, las separé para tareas de entrecasa, categoría que abarca limpieza, pintura y jardinería básica de balcón de 3 x 1.70 mts.

En el estante "especial", encontré esa ropa que sirve de amuleto para la conquista. Esa que no falla. La que basta que una se la ponga para sentirse Scarlett Johansson (espero que la divina Scarlett no me demande). En ese sector hay ropa variada y para todas las estaciones ( una debe estar preparada tanto para citas invernales como para las veraniegas): El vestido oriental, en blanco y negro con una hermosa chinita que sostiene una sombrilla, es el que lleva un 100% de efectividad. Detrás lo sigue lo que antes fue un vestido sexy y que ahora es una remera sexy. Cuando era vestido tenía el 100 % de efectividad. Desde que lo hice remera bajó al 80%...se ve que no se bancó la mutilación o que perdió poder como Sansón.
La lista es extensa: vestido negro en dos versiones, invierno y verano. Enterito strapless, también negro....y la ropa interior. ¿Seré yo sola la que tiene la manía de separar la lencería en "para todos los días", "para días femeninos" y "para noches de emoción"? ¡Y cuanto conjuntito sin estrenar que encontré esperando la ocasión apropiada! Porque no todas son ocasiones apropiadas. Algunas no merecen el estreno de push ups de última generación y encajes de bruselas, ¿no?

En el rincón más vintage del armario hay cosas que no podré tirar jamás. Esas que en caso de incendio manotearía junto a mis gatos y el álbum de fotos familiar antes de saltar sobre la red de los bomberos. Un vestido de una tela rarísima, modelo jackie, con su chaquetita(sí, cha-que-ti-ta), que usaba mi mamá en los 60. Un montón de enaguas de seda y hasta el camisón blanco y angelical que mi mamá llevó al sanatorio el día que iba a parirme.

Y los zapatos. ¿Cómo puede la gente normal desprenderse de los zapatos? Yo soy capaz de llevarlos a arreglar treinta y tres veces antes que tirarlos, porque mis zapatitos son especiales. Tienen el recuerdo impregnado en su suela de algún encuentro, de alguna calle caminada con la mirada perdida y la mente atrapada en un abrazo que ya me desprendió.

Así que poco pude descartar de mi guardarropa. Mucho menos que de mi mente.
Tres remeras de recuerdos de algunas vacaciones,un par de medias llenas de bolitas y dos pantalones que, de usarlos hoy en día, me convertirían en una publicidad viviente de los setenta.
Lo bueno, es que al reacomodar todo dejé tres perchas vacías a la espera de lo nuevo. Al menos por algo empecé: por hacerle lugar.



Las que quieran contar la historia de su guardarropa pueden hacerlo en la página de Skip...y hay premios.



jueves, 21 de octubre de 2010

Volverte a ver


Es lindo extrañar.
Es lindo evocar recuerdos y traerlos al presente hasta hacerlos palpables.
Es grato rebobinar la cinta con las voces de los que no están cerca y poder escucharlos aún cuando la distancia impida la comunicación frecuente y cotidiana.

Pero a veces el extrañar tiene sabor a ausencia... de esa que molesta como una piedrita en el zapato.
No siempre alcanza con mirar fotos viejas o recibir un mail que trae una foto de un presente que está sucediendo a miles de kilómetros de nuestra computadora.

Así que, aprovechando la promo de Ilolay para repatriar a un amigo, decidí anotar a dos amigas que emigraron buscando un mejor destino en una época en que nos dejaron muchos.
Ustedes pueden hacer lo mismo e intentar reencontrarse con algún argentino que añore volver a tomar unos mates en el patio y sentarse a nuestro lado a contarnos lo lindo y lo feo de estar lejos.

Yo ya me anoté para traer a gente que quiero. Al menos paa tenerlos cerca por un rato.

martes, 19 de octubre de 2010

En construcción


Necesité un puñado extra de voluntad para escribir esta entrada. Finalmente hoy, y por consejo profesional, la escribo buscando hacer catarsis.

El sábado me tocaba gozar de mi medio franco. Había un sol enorme y esa sensación de primavera que se olía en el aire. Mi buena amiga me pasó a buscar y nos fuimos de paseo, en una larga caminata con paradas obligadas en las vidrieras de moda.
Estaba feliz de sentirme "suelta" y con dos días de descanso y disfrute por delante, ya que de yapa había un feriado.
Pero el dolor de cabeza que había comenzado por la mañana no se me iba ni aún a costa de medicación. Y es más, se incrementaba con ganas de empañarme la salida.
El primer síntoma llegó en medio de una feria abarrotada de gente. Sentí que me faltaba el aire y un mareo tímido y molesto.
Salí en busca de un poco de óxigeno y me sentí mejor.
Al poco rato, el segundo mareo acompañado de un dolor de cabeza in crescendo, instalándose en la nuca como un ocupa que no pide permiso.
Hicimos un alto para tomar un café con algo rico pero me sentía extraña e incómoda.

Así que nos tomamos un taxi a su casa, para ver películas y ejercitar el vicio del delivery de sábado por la noche.
Y ahí, mientras ella revolvía los folletos de pizzerias y yo pasaba el rato sentada en su sillón, se desató el espantoso episodio que me revuelve el estómago con sólo recordarlo.

Sólo quienes hayan pasado por un ataque de pánico podrán comprender lo que intente describir de ahora en adelante.

Estando ahí sentada, fumando un cigarrillo, sentí que estaba a punto de desmayarme. Así...de la nada. Recuerdo levantarme en un rápido movimiento y caminar como una autómata hasta su balcón. Y en ese momento, sentir mi mente separándose de mi cuerpo. Como la pieza de un rasti que no encaja con la otra ni a la fuerza. Seguido, la sensación y el convencimiento de estar muriendo. No se si habrá sido un minuto, diez o veinticinco, pero lo único que era capaz de pensar era en los seres amados de quienes no tendría oportunidad de despedirme. En lo joven que era para "irme", en los planes pendientes para ninguna ocasión. En la no revancha, en la finitud de la vida, en lo tremendamente breve que había sido mi travesía.
Tenía la plena convicción que si cerraba los ojos aparecería la luz blanca y "eso" intuido pero desconocido. Así que me mantuve en movimiento, como queriendo vencer la muerte con el paso hacia algún lado.
Llegué hasta la cocina, pálida, difusa, y la miré a mi amiga y le balbuceé: me muero.

Lo que siguió fue una lenta recuperación prendida a su mano, sin querer soltarla. Vómitos producto del shock, palpitaciones, sudor helado.
Mi cabeza seguía sin encajar en mi persona, como si yo fuera yo, pero desde otra óptica.

A las cinco de la mañana terminé mi sábado en la guardia psiquiátrica, medicada hasta hoy.

Mi presente es una seguidilla de horas en las que el fantasma de otro ataque merodea desde que desayuno hasta que me acuesto.
Conseguí una terapia gratuita en la que me recomendaron no hacerme problema, disfrutar de lo que amo, poner lo importante delante de lo nimio.

Después de un año duro en el que dejé las entrañas para intentar salvar el departamento. En el que comí caldo y tomé agua de la canilla cuando no había nada en la heladera. En el que despedí nuevamente a mi padre, pero sin poder siquiera decirle adiós, los sedimentos se fueron acumulando en algún lugar de mi existencia.
Y ahora, cuando el presente tiene apariencia de calma, se convierten en un volcán en erupción que me vuelca su lava por cada rincón.


Estoy como el hornero, armando su guarida con dedicación casi egoísta y extrema paciencia. Diseñando el nuevo mundo en el que quiero moverme. Aprendiendo a discernir lo aplazable de lo urgente, lo tóxico de lo inofensivo.
Me encuentro en obra, en plena construcción.
Forjando los cimientos de lo quiero ser con la absoluta consciencia de que debemos ser y hacer aquello que nos dicta al alma... mientras tengamos tiempo.




domingo, 17 de octubre de 2010

Mamás y mamitas


Quiero improvisar un pequeño homenaje a las madres en su día.

A la de la foto, que no es otra que la mía. La que fue, es y será una mamá enorme. La que supo ser siempre un poco padre, un poco médica y un poco ángel guardián.
La que está disponible a toda hora, cualquier día. La que muchas veces me enoja. A la que por momentos no entiendo pero acepto. La que me cuestiona, me corrige, me advierte, y siempre me perdona. A la que indudablemente adoro.

A las madres que adoptaron el hijo de una mujer que no supo o no pudo ser mamá.

A las que aún no son madres y pretenden serlo algún día.

A las mujeres en general, por desplegar ese instinto maternal con las amigas, los novios, los maridos.

A mis amigas de la vida real que tienen hijos a los que amo por ser una hermosa prolongación de ellas mismas.

Y en especial, a mi amiga del alma.
Por esa panza de cuatro meses que es el mayor logro de su vida.
Por ese hijo que nacerá en verano y que la colmará de plenitud.
Por la alegría que explotó en llanto cuando me regaló la noticia.
Por contagiarme la misma felicidad que ella siente, cada día.


A todas las mamás, las presentes, las ausentes, las futuras: ¡Feliz día!
Y a la mía: Gracias, por ayudarme a llegar hasta acá.

lunes, 4 de octubre de 2010

Hombres bajo la lupa


Encontrar un hombre que valga la pena parece ser una misión complicada para muchas mujeres.
Sobre todo, para aquellas que cruzamos los treinta y que corremos contra el tiempo sobre rollers, intentando sacarle alguna ventaja.

Sin querer resignarme, estuve ensayando un juego cotidiano que me tuvo por demás entretenida en los último días y que consiste en observar a los hombres que me rodean con la intención de descubrir cualquier característica de la que pudiera llegar a enamorarme. Un gesto, un tono de voz particular, un par de ojos grandes y oscuros, cualquier detalle capaz de atraerme.
Debo comentarles que los hallazgos de mi "investigación" fueron bastante desalentadores...

Si veía a un atractivo morocho caminando por la calle y me ocupaba de seguirlo con la mirada por un rato, lo sorprendía escupiendo junto al cordón de la vereda como un futbolista junto al banderín del corner.
Punto importante a considerar: los hombres que escupen en otro lugar que no sea el baño quedan automáticamente descartados. ¿Alguno de ellos pensará que es seductor que una mujer los vea expeler mucosidades por la boca?

El colectivo fue otra buena alternativa para conseguir material.
De pie, balanceándome entre una multitud de hombres y mujeres que suplican en su interior por conseguir un asiento, detecté varias veces algún que otro muchachito de encantadora sonrisa y ojitos tiernos. Hasta que de pronto, el mismo ser adorable, se abalanzaba sobre el primer asiento disponible. Impunemente, frente a la mirada de mujeres que hacían equilibrio sobre un par de stilettos o que cargaban años y bolsas de supermercado.
Y este es otro punto a considerar: Un hombre joven que en el transporte público le saca ventaja a una mujer y ocupa un asiento con total descaro para seguir en su mundo de mp3 y mirada perdida por la ventanilla, no merece ser novio, marido o amante de nadie.

Y la lista sigue con los hombres al volante que doblan sin ver que estás cruzando, con los que amagan hacerte una cirugía de córnea con el extremo del paraguas, con el vecino que te cierra la puerta de entrada en la cara y corre hacia el ascensor para subir en absoluta soledad hasta el último piso.

Me pregunto entonces si esto de poner a los hombres bajo la lupa es una manía adquirida de aquellas que ya nos acostumbramos al secreto encanto de andar sueltas o si es una manera de boicotearnos la posibilidad de encontrar a alguno que valga la pena.
¿Será que también existen las otras mujeres, las que con tal de no estar solas se resignan con cualquier ejemplar del sexo opuesto?
Y la mayor de las dudas es: ¿ Que verán los hombres de nosotras cuando nos miran de cerca?

Si la primera impresión es la que cuenta, y ese primer contacto se hace entre un hombre común y una mujer que trae en su cartera un historial de desencantos y un par de lentes para ver todo con aumento...¿será posible que se produzca el milagro de enamorarse?





Gracias a todos por los deseos de un cumpleaños feliz.
Así fue.
:)

lunes, 27 de septiembre de 2010

Inauguro los 37



Afuera es primavera.
Adentro hay inviernos atorados y veranos de un oleaje corto que apenas supo salpicarme.

Tengo una lista, eternamente provisoria, de proyectos a cumplir.
Y otra lista, borroneada, de hombres a quienes amar.
Guardo una caja con cosas inútiles de las que no puedo desprenderme. En mi alma llevo otra en la que almaceno nombres que me cuesta extirpar.
En las plantas de mis pies alojo postales de ciudades recorridas. En las caderas los ritmos que alguna vez ensayé a escondidas.
En las espaldas cargo el pasado del que fui artífice mientras en la saliva disuelvo los tragos amargos que dejó.

Llena de recuerdos en sepia llegué hasta acá, a los treinta y siete renglones de la página de mi vida que todavía me resta escribir.

Sin festejo y sin torta, pero con un café al paso con las amigas del alma.
Con mucho para agradecer.
Con demasiado para planear.

Afuera es primavera.
Adentro también.



Quedan oficialmente inaugurados los 37.
Feliz cumpleaños a mi y gracias anticipadas a todos ustedes que me hacen feliz.




martes, 21 de septiembre de 2010

Confesiones de primavera


Cada primavera es una alarma que me advierte sobre la inminente llegada de mi cumpleaños.
En esta oportunidad, me dan ganas de desconectarla con la misma rabia que apago el despertador por la mañana mientras acomodo el cansancio en un rincón del cuerpo y trato de sonreirle al nuevo día.

A mis casi treinta y siete, siento como si un huracán me hubiera arrastrado el día en que cumplí treinta y me hubiera depositado en el hoy. Todo pasó demasiado rápido en el medio...
Los señuelos que el tiempo fue dejando se convirtieron en dos canas que decoro con hebillas y nuevas arrugas que maquillo con esmero mientras me acostumbro a esta nueva imagen de mí que me devuelve el espejo.

Esta soy hoy y no me parezco en nada a lo que creí que iba a ser.
Y eso me enoja, o me angustia de a ratos, porque no encuentro la curva que me sacó de mi rumbo y me obligó a timonear una canoa que naufragaba en la corriente. En medio del oleaje se fue el tiempo. Esquivando tempestades perdí pedacitos de vida que no vuelven.

Me acostumbré a la espera de algo que no llega. Se convirtió en un credo la rutina privada de emociones que agigantan el alma. Me habitué a la soledad que late los domingos y que se propaga por la semana. Adiestré mis manos para no pedir más de la cuenta y me propuse sobrevivir cada jornada.

Hoy tengo una pelea extraña con la vida que a los veinte no imaginaba.

Tal vez alcance con saber que algún hombre me amó hasta el llanto. Quizás duela reconocer que el hombre que la naturaleza obligaba a amarme no lo hiciera.
Tal vez alcance con saber que algún hombre imaginó una familia conmigo. Quizás duela un poco verme sin hijos.
Tal vez alcance con seis agotadores días de trabajo a la semana. Quizás fastidie la falta de descanso, el magro sueldo, la abstinencia obligada a todo aquello que no sea imprescindible.
Tal vez sea suficiente el hecho de estar viva. Quizás no me alcance con sólo respirar.

Hay veces, esporádicos instantes, en que recuerdo que alguien dijo que la plenitud llega a los cuarenta y me vuelvo a sentir, por un segundo, casi una adolescente. Es entonces cuando vuelvo a erguir la espalda, levanto la mirada al frente y me acomodo como al pasar el pelo. Dejo de arrastrar el paso y taconeo haciendo ruido de castañuelas por la vereda. Balanceo las caderas al ritmo de alguna canción que canto para mí y miro al mundo con la boca abierta, dispuesta a saborear la vida antes de que un nuevo huracán me deposite en la vejez sin previo aviso...




Feliz primavera para mis queridos bloggeramigos. Que florezca todo aquello que sembraron en el más frío de sus inviernos.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Nueve pasos


Nueve pasos son los que separan mi cama del resto del monambiente.
Los mismos que separan la puerta del departamento del ascensor o los que me permiten alcanzar la parada del colectivo desde la entrada principal.
Es una distancia corta, mínima, que sólo puede acercarnos a lo que inmediatamente nos rodea.

Pero habrá alguien que podrá, con sólo nueve pasos, llegar a Londres.

Para mis amigos bebedores, les dejo esta información que espero sepan aprovechar por mí. Mi mal pulso y mi torpeza me impiden inscribirme en semejante desafío.


El World Draught Masters es una competencia única a nivel mundial realizada por Stella Artois buscando al mejor bartender.
Para dicha competencia se reúnen participantes de todo el mundo y compiten entre sí en el ritual de la servida, donde un jurado de notables califica los 9 pasos de la perfección.

Después de más de 600 años perfeccionando la receta para crear una cerveza única, Stella Artois se volvió mas exigente en la forma en que debe ser servida, debido a ello existe un Ritual que contempla 9 pasos para servir un chopp de manera perfecta.

El ganador del World Draught Masters se convierte en el embajador de Stella Artois en el mundo, recorriendo los distintos países explicando, capacitando y demostrando como servir una perfecta Stella Artois.

En el 2010 por primera vez un representante argentino participará en el World Draught Masters a nivel Mundial.
Para la activación del World Draught Masters en la Argentina Stella Artois capacitará en el Ritual de la Servida a todos los bartenders de los Bares donde se sirve actualmente el chopp de Stella Artois.
Asimismo la marca capacitará a los consumidores en el Ritual de 9 Pasos de la Servida con una actividad promocional en bares de Capital Federal, Mar del Plata, Córdoba y Rosario. La Final Nacional se realizará en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) el dia 28 de Septiembre donde competirán por el título de World Draught Masters bartenders y consumidores.

El ganador de este evento participará en el World Draught Masters que se realizará en Londres en el famoso Old Billingsgate el día 28 de Octubre.

Para enterarte y participar del mundo del World Draught Masters se deberá ingresar a www.stellaartois.com

World Draught Masters 2010: Un ritual único para una cerveza única.




Y de paso, ¿me cuentan si son de tener rituales y manías de buen catador, o si son de los que destapan y toman del pico sin más?


Buen fin de semana para todos y un brindis con una Stella bien helada por la cercanía de la primavera y la finalización del detestable invierno.











jueves, 9 de septiembre de 2010

Ochentosa


Paso nueve horas al día, seis días a la semana, rodeada de objetos vintage.
El pasado se mezcla con el presente en los percheros y en las estanterías, y yo le doy play a un equipo de música ultramoderno en el que suenan melodías ochentosas.
Desde que tengo este trabajo vivo recordando, aunque no quiera, ese tiempo de adolescente con los sueños vírgenes y los proyectos en crudo, a la que le sobraban el tiempo y las ganas de imaginar el futuro.
Fue la época de los veraneos en la adorable Villa Gesell y el mate obligado al atardecer sobre los médanos, mientras curioseábamos al chico de turno que paseaba en un cuatriciclo alquilado.
La matiné con botitas Kickers y minifalda de jean. Las canciones de Banana para la tanda de lentos, y el inconfundible sonido de la batería de GIT que nos devolvía a la pista.
En los ochenta tenía costumbres que ya no tengo y que fui perdiendo tras las hojas del almanaque. Era religión "la rateada" del colegio y el intercambio de ropa para el "asalto" del sábado. Camisas semitransparentes o con chabot, pantalones palazzos, y el spray que fijaba los artesanales flequillos que lucíamos en la fila del boliche.
La Cindor con vainillas al regreso del club. Las adictivas Kesbun a la hora de mirar McGyver o Blanco y Negro. El mítico Pumper Nic, su Mobur y el hipopótamo violeta.

Y los amores.
Encuentros espontáneos y sentimientos sin vueltas: Me gustás, te gusto, probamos.
Sin mensajes de texto que no llegan, ni celulares apagados. El teléfono que sonaba era el de casa y le estirábamos el cable para poder hablar en privado ante la ausencia de inalámbricos.
Fue el furor de las cartitas de amor escritas en papel de carta y cerradas con autoadhesivos de Kitty o de los Little Twin Stars.
Las salidas en grupo: mi novio, mis amigas, los amigos de mi novio y ver si alguno se le "tiraba" a alguna amiga disponible. Y ahí brindábamos todos con Gancia batido y prolongábamos la diversión hasta la mañana, desayunando café con leche y medialunas en un bar de Caballito.

Los ochenta. La década de descubrir emociones y de amontonar recuerdos para sobrevivir al viejazo que algún día nos alcanzaría.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor y tal vez sea por eso, o porque se nos acabaron las ideas, que nos empecinamos en traer al hoy aquellas cosas que nos hicieron bien en aquél entonces.
Fue una época de magia, de disfrute. De amistades para toda la vida y códigos inquebrantables. De imágenes de una Polaroid que quedaron colgando de la retina con los colores intactos.
Sensaciones que volvemos a revivir con una canción de la época, con una remera John L. Cook que conservamos en el placard o con esa cajita de recuerdos en la que sobrevive un cospel de Entel para recordarnos que ese tiempo existió y que estuvimos ahí.

Por suerte, cuando me pinta el fanatismo ochentoso y quiero evocar los momentos de esa impunidad adolescente, puedo desenpolvar un viejo casette de grandes éxitos y zambullirme en un paquete de Kesbun.

¡Gracias a Dios alguien se acordó de devolvernos un poquito de los ochenta en forma de galletitas de queso!
Chapó para Kesbun.



Si tienen ganas de recordar los buenos y viejos tiempos, pueden darse una vuelta por una muy grata trivia Retro acá.