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martes, 5 de agosto de 2008

Historia 3




Nos conocimos la noche del 21 de Setiembre del año 2000. Era el día de la primavera. No me acuerdo de su nombre. Camila o Yamila tal vez. Es probable que si la veo en la calle no la reconozca. Nunca fue una chica que llame la atención. Me acuerdo que era de Chascomús, y que era radical.
Ella bailaba con sus amigas en el medio de la pista. Bailaba mal, con movimientos inocentes, bailaba para divertirse, no creo que se haya dado cuenta que eso fue lo que inmediatamente me atrajo de ella.
Toda la noche estuve tratando de acercarme a ella. O mejor dicho, que ella se acercara a mí. Siempre pertenecí a la raza de los inútiles a la hora de empezar una conversación. Hay gente que tiene ese don. Yo soy incapaz de generar una charla en un ascensor. No me sale.
A veces creía que me miraba, pero inmediatamente me daba cuenta que ella seguía en su mundo. Bailando a destiempo.
En un momento quedó sola, en ese momento, junté coraje y me acerqué hacia ella. Le pregunté el nombre y de dónde era. Y me quedé mudo. No supe qué más decir. Fueron minutos eternos. Estaba contando los segundos que pasarían hasta que ella me dijera que la estaban esperando, o que la esperase, que iba al baño y en seguida volvía. Pero no, ella se quedaba a mi lado. Moviéndose. Bailando. Por supuesto, a destiempo.
Antes de que se vaya le pregunté si la vería de nuevo. Me iba a esperar en la Plaza Moreno en una semana. Y ahí me di cuenta que no la vería más, que se había aburrido.
Esa semana pasó rápido. Nunca pensé que ella iba a acudir a la cita. No era real si pasaba. Sin embargo, algo dentro de mí quería que esa historia empezara.
Cuando llegué a la plaza ella me esperaba sentada en un banco. Me pareció hermosa. Tenía simplemente una remera blanca y un jean. Esa tarde no hablamos mucho. Tampoco nos dimos un beso. Quedamos en vernos a la semana siguiente.
Nuestros encuentros se fueron sucediendo con una frecuencia semanal. En la quinta cita nos besamos por primera vez. En las siguientes citas simplemente nos quedábamos sentados en el banco, siempre el mismo, besándonos.
Teníamos un acuerdo tácito de no decirnos jamás nuestras direcciones, la magia era esa, simplemente conocíamos nuestros nombres y de dónde veníamos, ella de Chascomús, yo de otro lado. Nada más.
Hasta que un día el juego terminó. Una tarde en que los besos eran más apasionados que de costumbre me pidió que la acompañe hasta su casa. Fuimos caminando, tomados de la manos, como dos novios. Antes de entrar a su casa supe que nunca más nos íbamos a volver a ver.

0 Blondas y algunos rubios no se callaron: