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martes, 5 de agosto de 2008

Historia 4




Un amor de verano

Ellos dicen que no recuerdan como se conocieron, quizás fue un domingo soleado por la tarde que sin saberlo cruzaron sus miradas en la plaza del barrio, o tal vez pudo ser cualquier mañana mientras esperaban frente a la puerta de la panadería de Don Fermín donde, ambos coinciden, hacen las mejores galletas para acompañar el mate.
En la mayoría de las historias de amor identificar el momento preciso en que nació la relación es un dato anecdótico, más para contarlo en ronda de amigos cuando ya los años pasaron y surge la impostergable pregunta. Sin embargo, ellos sienten que se conocen desde chicos, de haber compartido paseos en la plaza, de correr entre los juegos y pelearse por ser el primero en llegar al árbol más alto del parque. Fueron esos primeros años que recuerdan hoy como las primeras anécdotas juntos, aunque en ese momento no tuvieran noción que la vida, el destino, un ser superior o como quiera cada uno llamarlo les estaba uniendo sus caminos de vida.
La vida de cada uno de ellos fue distinta. El siempre vivió al día, nunca tuvo todos los juguetes que quería y más de una vez imaginó en una botella de plástico vacía al mejor de los chiches que se podía tener. Ella siempre fue la consentida de la familia, tenía tantos juguetes que no le alcanzaba el día para jugar con todos, todos los meses tenía ropa nueva que lucía orgullosa en la plaza, y siempre fue muy llamativa por el color de su pelo, rubio como el de las modelos que aparecen en los carteles de la calle. Él en más de un invierno pasó frío en la plaza, y desde uno de los costados de los juegos no dejaba de mirarla, observaba como lucía su caballera al viento y su siempre reluciente ropa. Jamás ninguno de los que los conocía podía suponer que algo terminara pasando entre ellos.
Ese verano parecía que iba a ser el más caluroso de todos en la historia de la ciudad, las tardes a pleno sol hacían que nadie quisiera estar sin resguardo del calor, los paseos a la plaza se hacían muy temprano a la mañana o ya cuando el sol había bajado dejando esa estela de calor que hacían las noches agobiantes. Para él el calor nunca era un problema, creía que su color renegrido venía de muchas tardes al rayo del sol directo, y siempre sabía cómo encontrar la corriente de aire fresco que le diera respiro. Llegado el caso no tenía ningún inconveniente en refrescarse bajo un chorro de agua de cualquier canilla que estuviera abierta por el barrio. Ella durante el día disfrutaba del aire acondicionado de la casa por lo que no sufría los calores que el resto del humilde barrio soportaba a fuerza de persianas bajas y ventiladores escupiendo calor.
Una noche las familias de ambos decidieron estirar la madrugada en la plaza, era casi navidad y el ambiente festivo del barrio se colaba por cada una de las casas. Mientras todos charlaban debajo de los árboles, algunos habían llevado sus propias reposeras para disfrutar de la brisa fresca que la noche les regalaba. Ellos, quizás por primera vez, cruzaron sus miradas con otros ojos. Ella lo miró de arriba hasta abajo, miro su cara oscura, fijó su mirada en los ojos oscuros y sintió un escalofrío que jamás supo definir. El estaba acostumbrado a quedarse con los ojos clavados en ella, pero en esta ocasión, por vez primera sintió como sus miradas se cruzaban y se fijaban.
Quizás haya sido el susurro del viento entre las hojas, el suave calor de la noche o el deseo contenido de ambos que se liberaba en segundos. El suave pasto de atrás de los toboganes fue el lugar elegido, para ser la primera vez de ambos fue mucho más mágico y delicioso que lo que ellos mismos esperaban.
Luego de esa noche, siguieron viéndose de a ratos, un poco a escondidas y otro poco a la vista de todos. Ella comenzó a engordar y si bien su familia no lo notó al principio, al poco tiempo descubrieron que algo fuera de lo habitual pasaba. Al principio fue una gran sorpresa, y si bien nadie lo esperaba todos lo asumieron de la mejor manera. El estaba muy contento con la noticia y la acompañaba a todos lados cuando podían, se preocupaba por verla siempre feliz y que llevara esta nueva experiencia con la mayor alegría.
Con el correr de los días, su pancita fue tomando formando y finalmente llegaron. Los que la conocen a ella no se explicaban cómo podían ser tan morochitos siendo ella tan rubia, pero al poco tiempo lo terminaron entendiendo cuando lo ven a él pasearse orgulloso con sus hijos por todo el parque y mostrarles todos los juegos y rincones que había conocido con su mamá. Hoy cuando los dueños de ella la sacan a pasear con sus cachorros por el parque, él no pierde oportunidad de acompañarlos. La mitad salieron rubios como la mamá y la otra mitad son negritos como el papá.

6 Blondas y algunos rubios no se callaron:

Anónimo dijo...

ella multimillonariaa y del mas alto nivel....
es la cancion de rodrigo!!! diganme que es su cancion de parejaa!! jajaa
besos

Blonda dijo...

Anonimo: Creo que te quedaste con el principio de la historia y no llegaste a leer el final, de lo contrario no harías ese comentario (que te delata!).
Beso

Anónimo dijo...

me fascino esta historia...final inesperado y muy hermoso


me nacnta como escribis ademas...


realmente te felicito, tenes mi voto

saludos


Dani

Anónimo dijo...

Lindos los cachorritos???

Blonda dijo...

14 : No se. Habría que preguntarle al autor.
Beso

CheChu Di Jorgi dijo...

La historia de perros sin decir que son perros!!!!