El viernes, cuando me estoy yendo de la oficina, me entero que a la noche le hacen la despedida a Eduardo.
Eduardo es uno de los cuatro supervisores del sector, y que a partir del lunes pasa a Marketing, a un puesto mejor que el actual.
Mi jefe me pregunta si voy a ir.
Yo me acuerdo de Lucho, que viene a mi casa.
Le digo que no puedo ir porque tengo un compromiso.
Mi jefe me mira con total desaprobación.
Me acuerdo que hace una semana tuve la primera entrevista por un ascenso, y me siento acorralada entre la espada y la pared. Recuerdo que Tomás, y Gastón, fueron ascendidos porque integraron el grupo de los infaltables en las salidas grupales que incluían jefes, y eran los típicos que estaban toda la noche con ellos tomando tragos en la barra. Se que en esta empresa más que en ninguna, pesa más el amiguismo que el talento y la capacidad.
Trago saliva y digo:
- Obvio que voy, Gerardo.
Mi jefe sonríe.
Yo no. Pienso como voy a hacer para avisarle a Lucho que no voy a poder.
Recuerdo que no tiene celular.
Le escribo un mail. Son casi las seis de la tarde.
Con suerte lo lee antes de irse del trabajo, la verdad es que no quiero dejarlo colgado, pero a esta altura del día, intuyo que no va a quedarme otra.
0 Blondas y algunos rubios no se callaron:
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