El fin de semana tratamos de aprovechar el tiempo al máximo, y recorrer los lugares que nos quedaban pendientes. Como si quisiéramos absorber el paisaje de a pequeños tragos, caminamos por la orilla del Beagle, y nos detuvimos cuando comenzó a nevar, tratando de capturar esa imagen en nuestra retina.
También dedicamos tiempo a la gente de la sucursal , con la que improvisamos una cena de despedida en un hotel en la cima de la montaña.(Otro de los momentos para atesorar por siempre.)
Por último, las rutinarias compras, al estilo turista.
Compramos docenas y docenas de alfajores y chocolates.
No faltó el faro en forma de imán, y la mermelada artesanal.
Por último, regresé a la chocolatería y agregué una caja pequeñita de chocolates en forma de muñeco de nieve para Norman y una caja surtida y tres veces más grande para Leandro, que a esta altura seguramente estaría extrañando ese sabor infaltable de las tardes en el sur.
El martes, cargamos nuestro equipaje, nuestra angustia por el regreso, y un puñado de nuevos amigos y maravillosos recuerdos, en el vuelo que nos depositaría nuevamente en la lejana Capital Federal.
0 Blondas y algunos rubios no se callaron:
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