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viernes, 30 de mayo de 2008

La llegada


Una vez que retiramos las valijas, salimos. Estamos ansiosos por ver el paisaje.

Se desliza la puerta corrediza del aeropuerto y nos sorprende un viento gélido que nos obliga a ponernos la capucha de la campera.Hace mucho frío,en serio, pero el paisaje es sencillamente increíble. Está anocheciendo, así que se ven algunas luces en las montañas, y se respira encanto.

Vienen a buscarnos y nos llevan al que será nuestro hogar y no un simple hotel:"Cabo San Diego", a tres cuadras del centro y a cuatro de la sucursal. Nos reciben Diego y Alicia, los dueños.

El apart hotel tiene solo cuatro habitaciones. Lean y Sandro se ubican en una, y yo en otra, justo frente a ellos. Es tan grande que no extraño en absoluto mi departamento.Tengo cocina con barra desayunadora, dos sillones de tres cuerpos, televisor, cama de dos plazas, un baño inmenso, y lo mejor de todo, calefacción central.

Decidimos bañarnos y salir a conocer el centro,como para ir ubicándonos en el lugar.

Salimos los tres, por las calles en subida y cubiertas de hielo tratando de no resbalarnos.Al fondo se divisa el Canal del Beagle.Estamos fascinados, y congelados también.

El centro es similar al de los lugares de playa.Hay locales lindísímos pero con precio para turistas.Es bastante caro.Lo caminamos de punta a punta, sin apuro, hasta que sentimos hambre y nos metemos en el primer restaurante que exhibe el cartel de " Cordero Patagónico" en la puerta (después descubriríamos que todos ofrecen cordero)

La cena es de lo más divertida. Sandro y Lean juntos se potencian y nos reímos hasta el punto en que el resto de la gente nos mira. Siento como si estuviera de vacaciones.Me siento feliz, lejos de todo y con dos personas a las que adoro. Creo que por primera vez en el año alguien me está tocando con la varita mágica.

Volvemos al apart, sin parar de reírnos en todo el camino. Nos juntamos en la habitación de ellos y preparo café. Nos acomodamos en el sillón a ver un poco de tele. Hay un programa malísimo, que de tan malo nos hace seguir riendo.

Pasada la medianoche, me despido y cruzo a mi habitación.

Cuando me acuesto, en esa cama a miles de kilómetros de mi departamento, siento como si siempre hubiera estado ahí.

0 Blondas y algunos rubios no se callaron: