A la mañana nos fuimos las tres a la playa.
Cuando estuvimos alineadas en la arena tomando sol, aproveché para pedirles que a la noche me dejaran libre la habitación.
La idea no les gustó demasiado.Se imaginaban dando vueltas por la peatonal esperando que les avisara que podían regresar.Por lo general mis encuentros con Ben eran maratonianos y el de esa noche no tenía por qué ser la excepción. LLegamos a un arreglo: si conseguían entradas para ver una obra de teatro que alas dos les interesaba, me dejaban el cuarto, sino tendríamos que buscar otra alternativa,pero de ninguna manera iban a pasar la noche en la calle como dos nómades.
A las seis de la tarde las acompañé hasta el teatro.Para esa hora Ben ya me había mandado dos mensajes preguntándome si iba para el hotel o si nos encontrábamos en otro lado.Me entusiasmaba la idea de tener una noche de sexo desenfrenado en un hotel cinco estrellas con él. Sería una buena anécdota para recordar el día de mañana en que esté recluida en un geriátrico.
Con esa idea en la cabeza,me acerqué al boletero,y mirándolo fijo le pregunté si le quedaban dos entradas para ese mismo día.El desconsiderado dijo: No. Así, a secas,mientras que con el dedo índice señalaba el cartel que colgaba de la ventanilla donde se leía claramente la frase: No hay más localidades.
A Betty y a Marggie no les afectaba en nada. A mi si. Me servía para confirmar que mi buena suerte también se había tomado vacaciones.
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